Apagadas ya las pocas luces que iluminaron el modesto
homenaje que se le rindió al gran Francisco González Ledesma con motivo de su
fallecimiento el pasado 2 de marzo, quiero recordar aquí el artículo que le
dedicamos el 14 de noviembre del año pasado bajo el título “Deuda”. En él
destacaba al González Ledesma escritor de novela negra y creador de la figura
crepuscular del comisario Ricardo Méndez, como protagonista, ejemplar en su
género, de novelas tan recomendables como “Expediente Barcelona”, “Una novela de
barrio” o “Crónica sentimental en rojo”, con la que obtuvo el premio Planeta de
1984. Un premio que venía a engrosar la enorme nómina de galardones literarios
que González Ledesma logró con sus narraciones. En aquel artículo también
señalaba su novela breve “El adoquín azul” como una pequeña obra de arte, en la
mejor tradición del género narrativo breve de nuestro país. Pero hoy quiero
destacar otra faceta de Ledesma, la del escritor que perseguido por la censura
franquista tuvo que ganarse la vida escribiendo novelas populares, sobre todo
del oeste bajo el pseudónimo Silver Kane, como también escribió novelas de amor
con el pseudónimo Rosa Alcázar. Mi padre era un buen aficionado a aquellas
novelas del oeste que se compraban en los quioscos a muy bajo precio y que
incluso se cambiaban por otras de segunda mano. Más de una leí yo también por
aquellos grises años del tardofranquismo y más de una bolsa llevé a los
quioscos para su reventa en aquel siempre efervescente mercado de la segunda
mano, que tenía como uno de sus centros neurálgicos los alrededores de la plaza
de abastos. Por aquellos años, de escasa presencia de la televisión en los
hogares, la lectura era uno de los pocos entretenimientos que podían permitirse
los españoles y Ledesma contribuyó con su calidad literaria a satisfacer esa
afición actualmente por desgracia casi perdida. Hoy, fallecido Ledesma, es un
buen día para reconocerle de nuevo la “deuda” que los españoles de varias
generaciones hemos contraído con sus novelas, un excelente día para leerlas.
José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
domingo, 19 de abril de 2015
domingo, 12 de abril de 2015
LOS HUESOS
Leo a José María Ridao en su trabajo “Renacimiento como
relato” (incluido en su libro “Apología de Erasmo. Ensayos sobre violencia,
barbarie y civilización”, que se reseña abajo) explicar el uso o selección que
la historiografía hace de los materiales o datos de acuerdo con la intención o
los “sueños y anhelos” del poder establecido, y me viene a la mente en una de
esas extrañas asociaciones de ideas todo el despliegue científico que se ha
montado en el convento de las monjas trinitarias de Madrid. Nueve meses de
trabajo, una treintena de expertos, la más sofisticada maquinaria para la
detección de restos humanos, más los pertinentes análisis de ADN, etc., etc.
para encontrar unos huesos desperdigados dentro de un féretro con las iniciales
M.C. Demos crédito a la ciencia y admitamos (que es mucho admitir) que los
huesos hallados son exactamente los de Don Miguel de Cervantes Saavedra, y digo
que es mucho admitir porque si a mí me enseñan tres huesos como carbones no
tengo más remedio que creer que son del muerto que dice un señor con bata
blanca que son. ¿Y qué si son de Cervantes? ¿Va a resucitar don Miguel? ¿Va a
tener mejor muerte? Ese rastreo, persecución obsesiva por los huesos de los
muertos ilustres no se entiende si no es bajo la sospecha de que algún fin
espurio hay detrás del hallazgo; si no, no se gastarían tanto dinero público en
algo que en apariencia no tiene más interés que la peregrinación turística y la
foto del japonés de turno. Detrás de la obsesión por encontrar los restos
mortales de García Lorca, otro muerto ilustre perseguido, se esconde
indudablemente la manipulación política. Los expertos nos dicen ahora que con
los novedosos mecanismos de análisis podemos saber hasta si padecía de
estreñimiento nuestro príncipe de las letras, como si eso fuera un dato fundamental
para explicar su obra (lo mismo sí). Y mientras científicos, políticos y a los
que les gustan más un entierro que una feria se afanan por encontrar más
huesos, el nivel de lectura de nuestro país sigue bajando en las estadísticas
internacionales; no hay más que ver, da vergüenza, los mensajes
sobreimpresionados en las pantallas de nuestros televisores: plagados de faltas
de ortografía. Ese es por desgracia nuestro nivel cultural. ¿Quién lee ahora a
Cervantes? Cuando precisamente el mejor homenaje que se le puede hacer a un
escritor es leer su obra, no encontrar tres o cuatro huesos como tizones.
Tengan por seguro que si el pobre de don Miguel volviera a esta España de hoy,
borraría de su féretro las iniciales M.C., para no dejar huella, se metería de
nuevo en la caja y mandaría cerrarla con siete llaves para que no lo pudiera
encontrar una sociedad que nunca hemos hecho el suficiente mérito para merecer
su obra. Este año se cumple el cuarto centenario de la publicación de la
segunda parte de su “Quijote”, una buena oportunidad para encontrarse con don
Miguel de Cervantes, en carne y hueso. José López Romero.
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