Leo a José María Ridao en su trabajo “Renacimiento como
relato” (incluido en su libro “Apología de Erasmo. Ensayos sobre violencia,
barbarie y civilización”, que se reseña abajo) explicar el uso o selección que
la historiografía hace de los materiales o datos de acuerdo con la intención o
los “sueños y anhelos” del poder establecido, y me viene a la mente en una de
esas extrañas asociaciones de ideas todo el despliegue científico que se ha
montado en el convento de las monjas trinitarias de Madrid. Nueve meses de
trabajo, una treintena de expertos, la más sofisticada maquinaria para la
detección de restos humanos, más los pertinentes análisis de ADN, etc., etc.
para encontrar unos huesos desperdigados dentro de un féretro con las iniciales
M.C. Demos crédito a la ciencia y admitamos (que es mucho admitir) que los
huesos hallados son exactamente los de Don Miguel de Cervantes Saavedra, y digo
que es mucho admitir porque si a mí me enseñan tres huesos como carbones no
tengo más remedio que creer que son del muerto que dice un señor con bata
blanca que son. ¿Y qué si son de Cervantes? ¿Va a resucitar don Miguel? ¿Va a
tener mejor muerte? Ese rastreo, persecución obsesiva por los huesos de los
muertos ilustres no se entiende si no es bajo la sospecha de que algún fin
espurio hay detrás del hallazgo; si no, no se gastarían tanto dinero público en
algo que en apariencia no tiene más interés que la peregrinación turística y la
foto del japonés de turno. Detrás de la obsesión por encontrar los restos
mortales de García Lorca, otro muerto ilustre perseguido, se esconde
indudablemente la manipulación política. Los expertos nos dicen ahora que con
los novedosos mecanismos de análisis podemos saber hasta si padecía de
estreñimiento nuestro príncipe de las letras, como si eso fuera un dato fundamental
para explicar su obra (lo mismo sí). Y mientras científicos, políticos y a los
que les gustan más un entierro que una feria se afanan por encontrar más
huesos, el nivel de lectura de nuestro país sigue bajando en las estadísticas
internacionales; no hay más que ver, da vergüenza, los mensajes
sobreimpresionados en las pantallas de nuestros televisores: plagados de faltas
de ortografía. Ese es por desgracia nuestro nivel cultural. ¿Quién lee ahora a
Cervantes? Cuando precisamente el mejor homenaje que se le puede hacer a un
escritor es leer su obra, no encontrar tres o cuatro huesos como tizones.
Tengan por seguro que si el pobre de don Miguel volviera a esta España de hoy,
borraría de su féretro las iniciales M.C., para no dejar huella, se metería de
nuevo en la caja y mandaría cerrarla con siete llaves para que no lo pudiera
encontrar una sociedad que nunca hemos hecho el suficiente mérito para merecer
su obra. Este año se cumple el cuarto centenario de la publicación de la
segunda parte de su “Quijote”, una buena oportunidad para encontrarse con don
Miguel de Cervantes, en carne y hueso. José López Romero.
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