Pintura de Xulio Formoso |
Acabo de leer el discurso que
pronunció Juan Goytisolo en el acto, solemne, de entrega del Premio Cervantes
de 2014, celebrado el pasado 23 de abril en el paraninfo de la Universidad de
Alcalá de Henares. Naturalmente, casi todos los medios de comunicación se han
deshecho en halagos ante un discurso al que han calificado de “indignado” y
“reivindicativo”. Y a continuación he leído la crítica que Fernando Aramburu
publicó al día siguiente, en la que daba toda clase de razones por las que no
le había gustado el discurso de Goytisolo. Entre estas, destaco la falta de
coherencia del autor de “Señas de identidad” al defender el compromiso del
escritor, cuando él lleva casi toda la vida al margen de una sociedad con la
que ahora dice sentirse comprometido desde su dorado retiro en Marrakech,
ciudad de un país que no se caracteriza precisamente por defender los derechos
humanos y del que salen muchas de las pateras que naufragan en nuestras costas.
Así, Aramburu comenta que “es más fácil y menos peligroso indignarse en España
y, sobre todo, contra España”, porque lo dicho por Goytisolo en Alcalá
difícilmente se le permitiría en Marruecos, y él lo sabe. La pose del
intelectual acomodado y de “vientre sentado” (expresión de Cernuda que
Goytisolo cita en su discurso), que se indigna o que critica al sistema que
precisamente le rinde honores o le ha llenado barriga y bolsillos es, por
desgracia, muy común. Más de uno o una han venido por Jerez, han preguntado por
el tipo de público que va a acudir a su improvisada pero bien pagada charla y
ha soltado las dos socorridas gracietas contra Aznar y ya tiene a buena parte de
ese público embotado, entregado y dispuesto a tragarse lo que le eche el
intelectual de turno, por mucha bazofia que sea, porque a veces no tiene la
honradez de prepararse ni dos folios, pero que cobra con la misma religiosidad
que bebe y come, lo que no deja de ser su pequeña contribución a la corrupción
de nuestro país ¿o eso no es corrupción?. José López Romero.