Acababa de terminar el artículo que dediqué hace unas
semanas a aquella obra de arte “el vaso medio lleno”, en el que reflexionaba
sobre el fraude en el arte moderno, cuando cae en mis manos El chico de la última fila de Juan
Mayorga, una más que recomendable obra de este reconocido hombre de teatro. Y
en ella, al hilo de las relaciones o redacciones entre profesor y “chico de la
última fila”, Germán (el profe) mantiene ciertas discusiones con su mujer,
Juana, quien gestiona una galería de arte moderno, cuyos dueños están a punto
de cerrar por ser un negocio ruinoso. No es para menos. Germán le reprocha a
Juana la exposición de muñecas hinchables, a lo que su mujer le recrimina que
dicho de ese modo parecería que había convertido la galería en un sex-shop, cuando
una
muñeca “llevaba la cara de Stalin, otra la de Franco... Tenía un sentido”, para
apostillar finalmente “Para quien quisiese vérselo.” Pero aquí no queda la
cosa. Ahora Juana, para levantar el negocio y mantener su puesto de trabajo,
está preparando una exposición de “objetos normales, pero manipulados para
producir un extrañamiento”. Entre ellos, Germán cuenta un ventilador o un reloj
pero con trece números, que Juana explica del siguiente modo: “el artista
interviene en el espacio doméstico poniendo de manifiesto rasgos que, de tanto
verlos, ya no percibimos…” Pero lo que ya deja patidifuso a Germán es “la
pintura verbal”, “la voz del autor describiendo un cuadro”. El artista ha
pintado previamente doce acuarelas, ha grabado en un cd sus descripciones y,
una vez terminado dicho proceso, las ha destruido; y su propuesta final
consiste en colgar de la pared unos auriculares o en un marco vacío, así los
oyentes del cd se convierten en cocreadores de un cuadro que se describe con
palabras pero nunca se verá. Germán no resiste más las moderneces de arte que
pretende vender su mujer, y concluye: “si para salvar la galería tienes que
exponerme en una vitrina, aceptaré el sacrificio. Pero no me pidas que me deje
tomar el pelo”. Conclusión: Germán también ve el vaso medio vacío. José López
Romero.
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