Roger Chartier es un
estudioso francés de la historia del libro y de todo cuanto afecta o interesa a
esta ya consolidada rama del saber, que no dudamos en inscribir en los estudios
humanísticos. Y por poner un ejemplo que me está esperando en mi estantería de
lecturas pendientes, en ella lleva ya unos meses su ‘Historia de la lectura en
el mundo occidental’, que dirige junto a Guglielmo Cavallo (Taurus, 2011), un
conjunto de trabajos en torno a una de las actividades imprescindibles del ser humano,
si este quiere considerarse como tal. Pero antes de emprender la lectura de
este volumen se me metió de rondón otro ensayo de Chartier titulado ‘El orden
de los libros’ (Gedisa, 2017), libro dividido en tres apartados: “comunidades
de lectores”; “Figuras del autor” y “Bibliotecas sin muros”, es decir, tres de
los elementos fundamentales en torno al libro: sus lectores, sus autores y los
lugares de depósito y consulta, aunque en este caso Chartier se centra en las
compilaciones de obras que llevaban por título genérico “Biblioteca”. Un libro
por momentos de complicada lectura, pero entre cuyas ideas aquí queremos
centrarnos en el concepto autor / escritor que Chartier analiza en el segundo
capítulo de su libro. No fue hasta finales del siglo XVII cuando tanto en
Inglaterra como en Francia se recoge esta diferencia de conceptos: autor es
todo aquel escritor que ha publicado o impreso algún libro, mientras que se
reserva el término escritor para aquellos que no han visto en letra de imprenta
sus creaciones. Una diferencia que lleva aparejada la consideración de la
literatura como actividad profesional y comercial y, como consecuencia de todo
ello, la disputa, que llega hasta nuestros días, de la propiedad intelectual
del autor sobre sus escritos, que tiene como uno de sus más radicales
defensores al novelista, excelente por otra parte, Javier Marías. La
legislación española actual sobre los derechos de autor señala la vida de este
y setenta años más después de su fallecimiento, a partir de dichos plazos la
obra se considera libre y puede ser explotada por cualquiera. Lejos quedan ya
los 1400 maravedíes por los que Cervantes le vendió al librero-impresor
Francisco de Robles la primera parte del ‘Quijote’, de cuyas ventas apenas
obtuvo el 10%; o la venta de los
derechos de impresión y puesta en escena de su ‘Don Juan Tenorio’ que Zorrilla
cedió al editor Manuel Delgado por cuatro mil doscientos reales de vellón, en
una de las transacciones comerciales más lamentadas de
toda la historia literaria española, según el estudioso Luis Fernández
Cifuentes, ya que Zorrilla no dejó de arrepentirse durante toda su vida, como
confiesa en sus memorias ‘Recuerdos del tiempo viejo’: “Mantengo con él [‘Don Juan’], en la primera quincena de
noviembre, a todas las compañías de verso en España. ‘Don Juan Tenorio’, que produce miles
de duros y seis días de diversión anual a toda España y las Américas españolas,
no me produce a mí ni un solo real”. Desde hace ya mucho tiempo, más de
una familia en varias generaciones siguen viviendo de los escritos del abuelo
sin pegar un palo al agua. ¡Las cosas del abuelo! José López Romero.
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