“Le pondré un ejemplo: imagínese que hay dos aviones en una
pista de despegue de Madrid con destino a Barcelona. Uno de ellos se somete a
un control muy estricto: se cachea a todos los pasajeros, uno a uno, y se pasan
todas las maletas por el escáner. En cambio, en el segundo avión se puede
embarcar sin ningún tipo de control de seguridad. ¿Cuál de los dos escogería?”.
Este párrafo está extraído de la entrevista que se incluye como apéndice en el
libro ‘El caso Collini’, y el autor tanto de esta novela como de las palabras
antes citadas es Ferdinand Von Schirach, escritor y abogado alemán, nacido en
Múnich en 1964. Ponía el ejemplo Von Schirach al hilo de una reflexión que
hacía sobre una encuesta que se había realizado recientemente, y en la que al
parecer los ciudadanos preferían la seguridad a la libertad, “Esto me parece
muy peligroso: si perdemos la libertad, acabaremos perdiendo también la
seguridad”, comentaba el escritor. Vuelvo al ejemplo. La pregunta de la
elección de avión se me antoja ociosa, aunque Schirach piense que es muy
peligroso perder la libertad en beneficio de la seguridad. Quizá habría que
darle la vuelta a esta relación de conceptos y plantearla al revés: si perdemos
la seguridad, perdemos con ella la libertad. La permanente amenaza del
terrorismo en que desde hace unos años vive Europa, y que se ha manifestado con
los terribles atentados sufridos en Francia, Inglaterra y en nuestro propio
país, es razón más que suficiente para invertir la reflexión de Schirach. Pero
el terrorismo no es el único causante de nuestra inseguridad; los niños no
pueden jugar como antes en las plazas de sus barriadas; las jóvenes no pueden
volver a sus casas solas los fines de semana; e incluso todo un barrio puede
estar atemorizado por la presencia de vecinos indeseables; ni en nuestra propia
casa disfrutamos de la seguridad que nos ofrece la puerta blindada. Vivimos en
una sociedad y en unos tiempos inseguros, donde el peligro nos acecha por todas
partes. Y cuando sentimos miedo, está claro que no somos libres, libres de
pasear por la calle a la hora que me apetezca, sea hombre, mujer, niño o niña.
Está claro el avión que yo elegiría, y en el caso de que no tuviera elección,
saludaría al pasajero de al lado con las palabras de Aby Warburg: “vive y no me
hagas daño”. José López Romero.
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