“Cortesía no es… una mera
forma externa de comportamiento; ni siquiera predominan en la noción de la
misma los elementos formales, sino que es el resultado de un cultivo interior,
esto es, el modo de ser de aquel que ha aprendido el saber de la virtud”. En
estos términos define el gran José Antonio Maravall el concepto “cortesía”
sacado de los numerosos textos medievales que va citando a lo largo de su
estudio (en Cuadernos Hispanoamericanos, 1965,
nº 186, p. 528 y ss.). Al hilo de una revisión de los poemas anónimos incluidos
en el llamado Mester de Clerecía, me encontré con este término que Manuel Alvar
aplica al rey Apolonio, protagonista de uno de esos textos, el que lleva su
nombre, y no pude por menos que pararme a pensar en el cambio de significado de
esta palabra, reducida ya casi al gesto amable, gentil de una persona que le
cede el paso o el asiento en un transporte público a una señora o, para mayor
desvío, al coche de sustitución. Y sin embargo, la “cortesía”, tal como la
entendían nuestros sabios medievales, era mucho más que actos puramente
formales, pues con ella se definía todo el saber aprendido por la persona,
manifestada en su virtud y, como consecuencia de esta, en el temor a Dios y el
respeto a los demás y a sí mismo. No otro sentido tiene la “cortesía” cuando es
utilizada por los humanistas del Renacimiento y no digamos en aquella
“república de las letras” que tan magistralmente nos describe Marc Fumaroli
(ed. Acantilado), en esos siglos y en aquellos intelectuales, hombres de letras
y de ciencias, que en sus salones galantes iban poniendo los pilares, los
cimientos de toda la cultura europea. Y la definición en los textos medievales
se extiende: “hospitalidad y generosidad con el prójimo, lealtad y fidelidad,
bondad y piedad, dulzura, liberalidad y largueza, alegría en trato y mesura”,
para concluir: “cortesía es nobleza de buenas costumbres”. ¡Qué distintos los
significados del pasado a nuestros días! Tanto como la diferencia entre la
apariencia y la verdad. José López Romero.
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