“Malandar” es el título
de la última novela de Eduardo Mendicutti. Pocos narradores son tan
reconocibles por su estilo como este escritor, una especie de marca
identificativa, lo que no deja de ser un valor añadido para sus lectores: saben
lo que van a leer. Y lo que se encuentra en sus novelas, y “Malandar” no es una
excepción, son un protagonista homosexual, mucha gracia andaluza y, sobre todo,
la sensación de que algo se ha perdido por el camino de unas vidas que siempre
quisieron ser felices y que no lo lograron por muchas y variadas razones y
circunstancias. Melancolía, dolor, pérdida… Cuando cerramos “Malandar”, con la
mano todavía en la contraportada, sentimos ese gusto agridulce en el paladar de
la lectura que nos dejan unos personajes que, como todos nosotros, a veces no
han superado o, siempre han querido rescatar una infancia y una adolescencia en
la que sí fueron inocente o inconscientemente felices. Miguel Durán, periodista
y gay, coge un tren para Madrid con el propósito de “comerse el mundo”; atrás
deja a sus dos amigos de la infancia, Toni y Elena, ya convertidos en pareja;
deja a su madre, la mujer más guapa de La Algaida, a Antonia, su niñera,
lectora voraz de “El Caso” y un pozo de sabiduría popular, y todo un elenco de
personajes cuyas historias, llenitas de penas y amarguras, pero también de
ternura y alegría, no distan mucho de las vidas de los protagonistas, cada uno
a su manera se lame sus propias heridas. Y la novela transcurre entre ese
Madrid en el que Miguel va haciéndose su carrera personal y profesional, y sus
vueltas a un paisaje infantil en el que reconocemos la Sanlúcar natal del
escritor. La Algaida y, sobre todo, Malandar, con sus dunas y ese sueño de
construir una choza, una casita o un palacio que de niños se prometieron
Miguel, Elena y Toni (ella siempre en medio) y que ya en la madurez intentan
recuperar para ser felices, para que esa inocente o inconsciente felicidad no
se les haya perdido por el camino de sus vidas. José López Romero.
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