Hace unas semanas era
noticia en los medios de comunicación una cerda que pinta cuadros, a la que han
bautizado con el nombre de “Pigcasso”. No sé cómo anda la cosa por las
compatibilidades y semejanzas en el ADN de cerdos y humanos, lo mismo solo nos
diferenciamos en un gen, el que convierte a algunos humanos en cerdos y a
algunos cerdos en humanos. En cualquier caso, este Pigcasso es una vuelta de
tuerca más en ese famoso dicho, que yo suscribo totalmente, de que del cerdo se
aprovecha hasta sus andares. Lo cierto es que la artista tiene ya página web y
de que sus cuadros se cotizan a más de mil euros, dinero que se ingresa al
parecer en una institución o asociación dedicada al cuidado de animales. En
unas declaraciones de su dueña, esta comentaba que en los cuadros se podían
apreciar los distintos estados de ánimo de la cerda, a la que se le veía en la
televisión enfrascada con pincel en la boca ante un lienzo que iba cubriendo de
líneas y colores. Al margen de la trascendencia o interés que les podamos
conceder a la noticia y a su protagonista, estas no dejan de ser un perfecto
ejemplo de hasta dónde hemos llegado en el comercio del arte. Que un cuadro de
Pigcasso pueda alcanzar los cuatro mil euros es sin duda un insulto a la
pintura y al arte en general, y a la capacidad intelectual del ser humano,
representado en el comprador, cuando tantos artistas andan por el mundo sin que
se les reconozca su arte y cuando la historia de la cultura está llena de
agravios, genios incomprendidos en sus respectivas épocas. Por mi parte, el día
en que un cerdo escriba un poema o una novela y haya un editor decidido a
publicarlos, no me quedará más remedio que replantearme mi relación con la
literatura y, de inmediato y muy a mi pesar, hacerme vegetariano, a ver si por
unas malas en una loncha de jamón o de lomo me esté comiendo al Cervantes de la
piara porcina. José López Romero.
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