“Al final va a tener
razón el protagonista de ‘Intento de escapada’, una excelente novela de Miguel
Ángel Hernández, cuando asegura que nadie lee nada”, se me lamentaba el otro
día un compañero de profesión y amigo. Y añadía en un monólogo que más tenía de
resignación que de rebeldía: “¡pues no se me ocurre preguntar en los primeros
días de clase a los alumnos qué han leído en verano y apenas me levantan la
mano unos cinco! Pero lo más grave, con serlo, no es esto, lo peor vino
después… Me voy a tomar un café y me encuentro con algunos compañeros, entre
ellos una profesora de Lengua y por empezar una conversación se me ocurre la
dichosa preguntita, y cáete al suelo: ¡no había leído nada!”. Hay personas como
este mi compañero que siguen manteniendo una cierta capacidad, cada vez más
menguada, de sorpresa y, lo que es peor, una, cada vez también más disminuida,
confianza en el ser humano y, en particular, en los compañeros de profesión.
Eso de que la lectura se le presupone al profesor de Lengua es una afirmación
de otro tiempo, del mismo en que también el valor se le presuponía al soldado.
Hoy las cosas han cambiado mucho en todos los órdenes y disciplinas. Hoy basta
con saber lo que pone el libro de texto o manual para dar una clase, porque nadie
te exige que sepas más que eso. Hoy, basta con tener unos índices de aprobado
acordes con lo esperado por el sistema para que se enmascare el fracaso
escolar, unas estadísticas que de ninguna manera representan lo que sabe un
alumno o alumna, sino un aprobado bajo el que se esconde a veces la mediocridad
del profesor. “Esa profesora –concluía mi amigo- terminará por saber a lo largo
de toda su carrera profesional como mucho el manual de la asignatura, ayudada
claro está por el solucionario de las actividades, y con eso se pasará años y
años”. No pude por menos que darle la razón, aunque le aclaré acudiendo al
refranero que esa golondrina no hace verano. No sé si le sirvió como consuelo a
su desolación profesional. José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
sábado, 26 de octubre de 2019
viernes, 4 de octubre de 2019
MÁS SORPRESAS
El año pasado casi por
estas mismas fechas publicaba, a modo de inicio del curso y cierre del periodo
veraniego y vacacional, un artículo en el que confesaba una de las sorpresas
que me habían deparado las lecturas de aquel ya lejano verano: el retraso con
que a veces llega uno a ciertos libros. Y ponía como ejemplo ‘El azar y
viceversa’ de Felipe Benítez Reyes y, sobre todo, ‘Galíndez’ de Manuel Vázquez
Montalbán (lecturas que sigo considerando muy recomendables). Al menos me
consolaba con el socorrido refrán “más vale tarde que nunca”. Pues bien, esa
misma sensación he experimentado con otro libro este verano: ‘Las armas y las
letras’ de Andrés Trapiello. Quizá sea por una tan subjetiva como absurda
prevención contra este escritor (a veces demasiado oportunista en sus
publicaciones), o porque lo primero que leí de él fue uno de sus infinitos en
número volúmenes de sus diarios (todos bajo el título genérico de ‘El salón de
los pasos perdidos’), lo cierto es que no le tenía yo mucha afición ni ganas de
seguir leyéndolo; sin embargo, ‘Las armas y las letras’ ha sido sin duda mi
gran descubrimiento, tardío ya lo sé, de este verano y que no me he resistido a
reseñar en esta misma página. Pero estos últimos meses han dado para mucho más,
hasta el punto de que he descubierto otra sensación con las lecturas (¡a mi
edad!, como decía el año pasado): la inutilidad de ciertos libros. Tan
interiorizada tenía la máxima de Plinio el Joven de que no hay libro tan malo
que no tenga algo bueno, que nunca me he parado a pensar en que pudiera haber
libros prescindibles, inútiles, que si no se hubieran escrito no habría pasado
nada, incluso el mundo sería algo mejor (exagero, porque esto no hay quien lo
arregle). Esa sensación, aunque no logré entenderla del todo, ya la tuve hace
unos años con ‘Zonas húmedas’ de Charlotte Roche, una novela ordinaria y de mal
gusto, propia de esa literatura que se publicita bajo el calificativo de
“transgresora” ¿Y con qué libro he tenido este verano esa sensación? Pues lo
voy a decir aunque ello me cueste alguna reprimenda: la novela ‘Lejos de
Veracruz’ de Enrique Vila-Matas. De este escritor me gustaron y mucho dos
obras: ‘Bartleby y compañía’ e ‘Historia abreviada de la literatura portátil’;
pero no me gustó nada ‘Aire de Dylan’ y esta última incursión en su novelística
me ha resultado decepcionante. Quizá el comienzo de la novela atrape al lector,
pero después resulta insulsa, con poca gracia y apenas interés. Ya sé que
Vila-Matas es para muchos un escritor de los llamados “de culto” (otra
denominación que hay que poner en cuarentena o bajo sospecha) y quizá yo me
tenga que aplicar la variante de Óscar Wilde a la frase de Plinio: “La verdad
es que no hay libros malos, lo que hay son malos lectores” y yo sea un mal
lector de Vila-Matas. Pero ‘Lejos de Veracruz’, se pongan como se pongan Plinio
y Wilde, es un pestiño. José López Romero.
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