Cuando Lázaro anduvo
Fernando
Royuela. Alfaguara, 2012.
Después
de una gris vida laboral como empleado de banca, Lázaro sufre un ERE que lo
lleva de cabeza a la prejubilación (hasta aquí la historia del protagonista por
desgracia no dista mucho de la de miles de españoles). Y cuando “disfruta” de su
obligado retiro, un derrame cerebral lo lleva a urgencias, cuyos médicos le
certifican la muerte. Al ser conducido a la morgue, de forma inexplicable
resucita y les pide a los camilleros un cigarrillo. Devuelto a este mundo, la
vida de Lázaro da un vuelco total en el que más que protagonista de su destino,
termina por convertirse en espectador de una serie de acontecimientos a los que
asiste a veces aburrido y cansado, y otras divertido. Fernando Royuela con un
estilo en la mejor tradición irónica de nuestra literatura, nos va describiendo
y criticando una sociedad que no sabe qué hacer con una inoportuna
resurrección. Magnífica. J.L.R.
La
muerte del comendador
No
sé si Murakami merece el Premio Nobel y por problemas de pronunciación de los
suecos se lo dieron a Bob Dylan, de lo que sí puedo dar fe es que este famoso
escritor japonés cuenta sus novelas por éxitos merecidos, no solo por la buena
legión de devotos lectores que le siguen, sino también por su calidad. Y ‘La
muerte del comendador’ no es en este sentido una excepción. El
protagonista-narrador de esta larga y entretenida historia, pintor de retratos,
después de separarse de su mujer se instala en una casa propiedad del también
pintor Tomohiko Amada, del que descubre en el desván el cuadro titulado ‘La
muerte del comendador’. A partir de aquí, la trama se va centrando en las
relaciones del protagonista con dos vecinos: la niña Marie Akikawa y Wataru
Menshiki, tan misteriosos ambos como el cuadro y el agujero, como una cripta,
que descubren. J.L.R.