“Ha envejecido mucho”, “se le notan los años”, son expresiones que solemos utilizar para describir a personas (siempre sale el animador de turno que nos pregunta para subir nuestra autoestima “¿tú te has mirado esta mañana en el espejo?”). Pues bien, esa misma sensación de envejecimiento, mucho y mal, he tenido al releer ‘Las mil noches de Hortensia Romero’ de Fernando Quiñones. No es la misma sensación que se tiene cuando uno se da cuenta de que un libro no aguanta una segunda lectura. Esa derrota ante el tiempo a la que me refiero se puede observar en muchas películas españolas de la década de los setenta y ochenta, no solo a las que se agruparon bajo la denominación del “destape”, sino incluso a aquellas que planteaban los problemas de una sociedad que aún arrastraba, como un pesado lastre del que no sabía desprenderse, la larga dictadura. Las anchas solapas de las chaquetas, los pantalones acampanados y un cigarrillo tras otro cuyo permanente humo acompañaba los diálogos reflexivos de José Sacristán en películas como ‘Asignatura pendiente’ o ‘Solos en la madrugada’, son un buen ejemplo de esa sensación que he tenido con la Hortensia de Quiñones. Y no es solo por el personaje en sí, la madura prostituta que le va contando a una estudiante meritoria de sociología todas sus andanzas, que son muchas y variadas, en un ejercicio de autoalabanza que por momentos suena casi infantil, sino también por la propia narración que adolece de excesos por todos lados, en extensión (una novela a la que le sobran bastantes páginas), y en intensidad. La historia del “Maera” y sus cuentos marineros, la petera de Hortensia con el médico Pedro Quintana y su generosidad con los pobres… y hasta el cuento popular final que le endosa la Horte a la estudiante del “Ramón y la mora” me han sonado a una literatura que sin duda tuvo su tiempo y que no ha podido resistir el paso de este. Por lo que argumenta al final, hasta la protagonista ha sabido envejecer mejor que su relato. José López Romero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario