Andaba yo el otro día que vivía sin vivir en mí, como tristoncillo, apesadumbrado. Mis hijos me lo notaron enseguida y pronto se quitaron de en medio. “A father le ha dado uno de sus ataques de neura”, le escuché a mi hija. “Pues no seré yo quien le ponga el hombro”, le oí a mi hijo, siempre tan generoso en el consuelo. Hasta mi mujer me lo notó; ella, que para cualquier mal, sea del tipo que sea, siempre tiene el mismo diagnóstico: “serán gases”. Y el remedio no tardó en llegar: “tómate dos aerored. Son mano de santo”. En el laberinto de mis congojas acerté a pensar qué tenían que ver mis penas con las molestas flatulencias. Yo bien sabía el motivo de mis tristezas, lo había leído y oído hacía unos días en los medios de comunicación: la periodista catalana Julia Bacardit había prohibido, por rigurosa cláusula contractual, traducir su espléndida obra titulada ‘Dietari sentimental’ al castellano. “No quiero contribuir a la bilingüización de la literatura catalana”, dejando por sentado, sin lugar a la duda, de que ella escribe literatura. Además confesaba que su obra anterior ‘El precio de ser madre’ había conseguido más ventas en castellano que en catalán, pero que para preservar y potenciar su lengua materna había decidido que su nuevo libro no se tradujera a la lengua de Cervantes, de Lope de Vega y de García Márquez. Y en cuanto me enteré, me asaltaron las interrogantes y con ellas el desánimo. ¿No podremos disfrutar ya más de las excelentes obras de esta enorme escritora? ¿nos perderemos para siempre la lectura de una más que probable premio Nobel? ¿después de ‘El precio de ser madre’, un título que lo dice todo, ya no podremos conmovernos con ese ‘Dietari sentimental’ que tantas emociones promete? Para quien se considera un lector sin remedio, el rotundo no como respuesta a estas interrogantes me hundía en ese abismo oscuro de la amargura. Debo reconocer mi equivocación. De nuevo he subestimado a mi mujer y sus consejos médicos de andar por casa. Me tomé dos pastillas y los libros de la Bacardit, como las penas, fueron expulsados de mi cuerpo como y por donde debían salir. José López Romero.
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