“El enterao”
lo llamaban en el barrio, con esa fina y atinada ironía que suelen utilizar los
vecinos cuando de poner motes se trata. Y él sufría el apodo con ese puntito de
desprecio hacia la plebe ignorante y asilvestrada, a la que miraba por encima
del hombro. Y todo porque se consideraba un tío informado y con unas
preocupaciones e inquietudes culturales que los demás no tenían. Se tomaba un
café todas las mañanas en un bar cercano a su casa con el único fin de
estudiarse, más que leerse, el diario y algún periódico deportivo (el mismo bar
donde veía los partidos de fútbol de pago). De las páginas de la prensa local
se fijaba con detalle en la agenda cultural para programar los actos a los que
podría asistir: exposiciones, talleres, conferencias, a nada hacía ascos, y más
cuando se apostillaba en la noticia que se serviría una copa de cortesía.
Tampoco estaba ajeno al manejo de las nuevas tecnologías, y siempre que podía
se pasaba por la biblioteca municipal para consultar la prensa nacional por
Internet o la biografía de algún escritor, o noticias sobre algún tema de
actualidad. Y de camino sacar algún libro de lectura, porque tampoco estaba de
más aprovechar el servicio de préstamos de las bibliotecas públicas. Pero
últimamente espaciaba cada vez más la lectura; él, que había sido un gran
lector en su juventud, mataba ya en su madurez el gusanillo con los periódicos
y con alguna que otra novela, pero ahora gustaba más de una cultura de oído:
las conferencias (se las tragaba todas con la misma devoción con que se bebía
la copita), los informativos en radio y televisión, los documentales y
programas culturales…Y en un golpe de suerte, le había tocado el premio de ser
uno de los cincuenta primeros lectores que iba a compartir con una autora de éxito
el primer capítulo de su nueva novela. Seguro, se decía, que después nos darán
algo de comer. Cuando se enteró “el enterao” de que a la cultura también le
habían subido el IVA desde el 1 de septiembre, puso el mismo gesto de desprecio
con que sufría su mote en aquel barrio de incultos. José López Romero.
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