Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

sábado, 27 de abril de 2013

EL HUEVO


Me viene a la memoria ahora una anécdota que escuché hace mucho tiempo en la radio. Un señor, no recuerdo ya su identidad, contaba que en cierta ocasión había ido al estreno de un drama que había despertado una enorme expectación. Se levanta el telón –contaba aquel señor-, se hace un sepulcral silencio entre los espectadores, que solo pueden ver al fondo del escenario un triste jergón y en él echado un mendigo que muy lentamente se levanta y se acerca al proscenio para decir con voz solemne y estremecedora: “Me he pasado toda la noche con un solo huevo duro”. Contaba aquel señor que después de unos segundos en los que todo el público quedó atónito, empezaron las primeras risas y después más, se dejaron oír gritos como “¿y el otro?”, hasta que la carcajada fue general, el drama se convirtió en parodia y tuvieron que suspender la representación. No fue aquella ni la primera ni la última vez en que una tragedia pasa a comedia sin que autores ni espectadores logren evitarlo ni quererlo, es decir, sin premeditación ni alevosía. Clásica es ya la explicación para el fracaso de la tragedia renacentista española: el  tremendismo de los personajes, que cargados por sus autores de un exceso de dramatismo caían en lo increíble y la fantochada. Pero también existe lo que Arniches dio en llamar la “tragicomedia grotesca” o “astracanada lúgubre”. Ejemplo de ello es  ‘Que viene mi marido’, que podemos poner en relación con el cuento de Wencelao Fernández Flórez titulado ‘El hombre que se quiso matar’, llevado al cine en dos ocasiones por dos grandes de nuestra escena: Antonio Casal y Tony Leblanc; historias de hombres que se comprometen a morirse, aunque lo intentan con poca convicción y menos decisión, hay que reconocerlo. La comedia,  de individuos como Maduro y su pajarito, y de otros más cercanos, se convierte en tragicomedia grotesca cuando toda una masa, buena parte de todo un país se lo cree. El esperpento. José López Romero.    

sábado, 20 de abril de 2013

LOS OTROS


“Cuando decimos que deseamos un mundo mejor y más feliz, casi siempre queremos decir un mundo mejor y más feliz para nosotros mismos. De algún modo la culpa de nuestros males la tiene siempre el vecino, o el extranjero, o uno de los nuestros que nos traicionó, o el enemigo que acecha fuera de las murallas, es decir, los bárbaros que amenazan con llegar eternamente”, acabo de releer en ‘La ciudad de las palabras’, de nuestro admirado Alberto Manguel, libro que ya reseñamos aquí hace unas semanas. Un libro inteligente de un inteligente escritor que, siempre en el papel de lector atento y avisado, sabe extraer de sus lecturas observaciones que le permiten hacer un análisis más profundo de la realidad o de la literatura, que comparte con sus lectores y del que siempre aprendemos. El pasaje que hemos transcrito procede del último capítulo titulado ‘la pantalla de Hal’, alusión al superordenador HAL 9000 que controla  la nave espacial de la película ‘2001, una odisea del espacio’. El tópico del otro, del bárbaro al que le echamos la culpa de todo lo negativo que nos pasa ya tiene sus buenas manifestaciones literarias en novelas como ‘Esperando a los bárbaros’ de Coetzee (reseñada en esta misma página por mi compañero Ramón) o, menos famosa pero no menos interesante, ‘El desierto de los tártaros’ de Dino Buzzati, obra que tiene versión cinematográfica, como célebre es la película titulada ‘Los otros’ de Amenábar. Por no hablar de la figura del anticristo, permanente amenaza del cristianismo que ya vimos en un artículo anterior a propósito de la publicación de la obra de Hipólito (ed. de Francisco Antonio García Romero). Y no es solo la constante presencia amenazadora de lo desconocido en lo que ciframos el origen de todos nuestros males, sino lo que esto supone de dejación de nuestra propia responsabilidad en lo que nos ocurre. Dicho de otro modo: ponga usted un bárbaro, un ‘otro’ en su vida al que culpar de su desgracia. Y en esto todos tenemos nuestros bárbaros de cabecera. En estos tiempos tan confusos es la crisis en general el otro por excelencia, a ella se le achacan todos nuestros males y en ella se amparan los que no tienen otros argumentos más inteligentes para sacarnos de ella. La oposición ve en el gobierno al ‘otro’, y viceversa, pero ninguno de los dos se unen para hacer que este mundo sea mejor y más feliz para todos. Y así en todos los órdenes de la vida. Sin embargo, no miremos al vecino, ni al extranjero ni miremos por encima de nuestras murallas para ver si vienen los bárbaros, porque nadie nos va a convencer de que no están ahí fuera, el otro está en buena parte en nosotros mismos; en lo que hemos hecho y hacemos todos los días por conservar lo que hemos conseguido o tenemos, o nos han dado graciosamente, es decir, por enchufe, e incluso por mejorar y hacer más feliz nuestro mundo. Es fácil apostarse delante de su casa, empapelar su fachada con nuestras protestas e insultar al bárbaro sobre el que hemos hecho recaer todo el peso de la culpa de nuestros males. ¿La responsabilidad es de los-otros o de nos-otros?.  José López Romero.   

sábado, 13 de abril de 2013

VIEJOS ASUNTOS


“Censura las costumbres docentes españolas de la época, intenta analizar las razones del fracaso escolar, detesta los métodos memorísticos, lamenta la masificación escolar… insiste en la necesidad de enseñar al niño por medio de cosas visibles que tiene a su alrededor, critica con dureza la Universidad insistiendo en las deficiencias de los maestros, aunque no olvida la despreocupación de los estudiantes…” ¿Les suena? Pues si les digo de dónde proceden estas inquietudes y preocupaciones que sobre la enseñanza en España he transcrito, seguramente no se lo creerán: pertenecen al fraile benedictino Martín Sarmiento, en el siglo Pedro José García Balboa, quien escribió el tratado ‘La educación de la juventud’ allá por el año ¡¡1768!!, tratado que consideraba Azorín una de las más geniales obras de nuestra literatura. Han pasado casi doscientos cincuenta años y, más grave aún, casi otros tantos sistemas educativos, y lo que preocupaba al bueno de fray Martín Sarmiento son los mismos temas o problemas que arrastra la enseñanza en nuestro país en la actualidad, sin que la sociedad en su conjunto ni las autoridades de todo tipo, pelaje o condición se hayan puesto en ningún momento manos a la obra para solucionarlos o, al menos, intentarlo; lo que provoca un cierto hastío en los profesionales, algunos de ellos (hay que reconocerlo) poco dispuestos a adaptarse a las nuevas circunstancias, pero todos decepcionados con la falta de colaboración y compromiso que muchas familias muestran en la labor y la responsabilidad que les atañe en el desarrollo educativos de sus hijos. Que la primaria y la secundaria necesitan cambios y ajustes en muchas aspectos es incuestionable, pero no en menor medida lo necesita una Universidad, que quiere mantener con los impuestos de todos los privilegios de antaño, cuando sobran profesores, grados y campus por todas las provincias de España. Y si no, pregunten por ahí a cuánto nos sale una clase de griego o de árabe, por poner un ejemplo, en cualquiera de las numerosas facultades de Filología repartidas por toda la geografía del país. José López Romero.

sábado, 6 de abril de 2013

CINE Y LIBROS


Me confieso aficionado a películas interesantes sin más pretensiones, aunque el concepto de “interesante” no sea compartido en el seno familiar, donde se han acuñado expresiones como “ladrillo-Bergman” o “bodrio-Passolini” para descalificar a más de un film clásico ¡La juventud, más por atrevida que por valiente, es ignorante!. Y digo más, buena parte del cine que en los últimos años he visto responde a sugerencias de amigos y conocidos, por lo que reconozco que no puedo permitirme el calificativo de cinéfilo, sino de espectador curioso y obediente con las recomendaciones de aquellos a los que les concedo todo el beneficio de su autoridad o buen gusto. Sin embargo, procuro estar atento a las adaptaciones literarias o a las películas que tratan de libros, porque en las primeras, como lector sin remedio y espectador curioso, intento establecer la obligada comparación con el original literario, y en las segundas ver cómo trata el cine el mundo de los libros o de los escritores (interesantes me han resultado en este último aspecto, y hago memoria a vuela pluma, ‘El escritor’ del Polansky y ‘Good’ con Viggo Mortensen), o reconocer aspectos o mecanismos literarios que el guionista o el director han pasado al lenguaje cinematográfico con más o menos éxito. Y en este sentido, ya me interesó una película protagonizada por Cuba Gooding Jr. titulada  en castellano ‘Nido de cuervos’, escrita y dirigida por Rowdy Herrington (1999). Es la historia de un abogado (Cuba Gooding) que publica bajo su nombre una novela de misterio escrita en realidad por una persona a la que cree muerta. El éxito de ventas del libro despierta la curiosidad de la policía, que llega a descubrir que los crímenes relatados en la novela son en realidad verdaderos casos de asesinato que aún no se han podido resolver. Y aunque la crítica no ha sido especialmente benévola con esta película, la simple utilización cinematográfica del viejo tópico del manuscrito encontrado y apropiado por el protagonista es ya suficiente motivo para calificarla de interesante. Tópico que tiene sus ejemplos más acabados, entre otros, en ‘El Quijote’ o ‘La familia de Pascual Duarte’ de Cela, aunque con la sustancial diferencia de que los descubridores del manuscrito no se apropian del original, sino que se convierten en simples transcriptores o copistas. Y la última recomendación que me han hecho al respecto (que yo traslado aquí a cualquier espectador curioso), es la película titulada ‘El ladrón de palabras’, en cuyo reparto de actores encontramos al gran Jeremy Irons. Otra historia del manuscrito encontrado, que se apropia el protagonista (personaje interpretado por Bradley Cooper) y que se convierte en un gran éxito. Y aunque la crítica tampoco ha sido especialmente favorable con esta película (no le falta razón en cuanto a las excesivas pretensiones de las tres historias narradas en tres tiempos diferentes que no terminan de resolverse con solvencia), es una película que se deja ver, sobre todo las dos conversaciones que mantienen Irons y Cooper o la escena final entre Dennis Quaid y Olivia Wilde. José López Romero.