Me viene a la memoria ahora una anécdota que escuché
hace mucho tiempo en la radio. Un señor, no recuerdo ya su identidad, contaba
que en cierta ocasión había ido al estreno de un drama que había despertado una
enorme expectación. Se levanta el telón –contaba aquel señor-, se hace un
sepulcral silencio entre los espectadores, que solo pueden ver al fondo del
escenario un triste jergón y en él echado un mendigo que muy lentamente se
levanta y se acerca al proscenio para decir con voz solemne y estremecedora:
“Me he pasado toda la noche con un solo huevo duro”. Contaba aquel señor que
después de unos segundos en los que todo el público quedó atónito, empezaron
las primeras risas y después más, se dejaron oír gritos como “¿y el otro?”,
hasta que la carcajada fue general, el drama se convirtió en parodia y tuvieron
que suspender la representación. No fue aquella ni la primera ni la última vez
en que una tragedia pasa a comedia sin que autores ni espectadores logren
evitarlo ni quererlo, es decir, sin premeditación ni alevosía. Clásica es ya la
explicación para el fracaso de la tragedia renacentista española: el tremendismo de los personajes, que cargados
por sus autores de un exceso de dramatismo caían en lo increíble y la
fantochada. Pero también existe lo que Arniches dio en llamar la “tragicomedia
grotesca” o “astracanada lúgubre”. Ejemplo de ello es ‘Que viene mi marido’, que podemos poner en
relación con el cuento de Wencelao Fernández Flórez titulado ‘El hombre que se
quiso matar’, llevado al cine en dos ocasiones por dos grandes de nuestra
escena: Antonio Casal y Tony Leblanc; historias de hombres que se comprometen a
morirse, aunque lo intentan con poca convicción y menos decisión, hay que
reconocerlo. La comedia, de individuos
como Maduro y su pajarito, y de otros más cercanos, se convierte en
tragicomedia grotesca cuando toda una masa, buena parte de todo un país se lo
cree. El esperpento. José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
sábado, 27 de abril de 2013
sábado, 20 de abril de 2013
LOS OTROS
“Cuando decimos que deseamos un mundo mejor y más
feliz, casi siempre queremos decir un mundo mejor y más feliz para nosotros
mismos. De algún modo la culpa de nuestros males la tiene siempre el vecino, o
el extranjero, o uno de los nuestros que nos traicionó, o el enemigo que acecha
fuera de las murallas, es decir, los bárbaros que amenazan con llegar eternamente”,
acabo de releer en ‘La ciudad de las palabras’, de nuestro admirado Alberto
Manguel, libro que ya reseñamos aquí hace unas semanas. Un libro inteligente de
un inteligente escritor que, siempre en el papel de lector atento y avisado,
sabe extraer de sus lecturas observaciones que le permiten hacer un análisis
más profundo de la realidad o de la literatura, que comparte con sus lectores y
del que siempre aprendemos. El pasaje que hemos transcrito procede del último
capítulo titulado ‘la pantalla de Hal’, alusión al superordenador HAL 9000 que
controla la nave espacial de la película
‘2001, una odisea del espacio’. El tópico del otro, del bárbaro al que le
echamos la culpa de todo lo negativo que nos pasa ya tiene sus buenas
manifestaciones literarias en novelas como ‘Esperando a los bárbaros’ de
Coetzee (reseñada en esta misma página por mi compañero Ramón) o, menos famosa
pero no menos interesante, ‘El desierto de los tártaros’ de Dino Buzzati, obra
que tiene versión cinematográfica, como célebre es la película titulada ‘Los
otros’ de Amenábar. Por no hablar de la figura del anticristo, permanente
amenaza del cristianismo que ya vimos en un artículo anterior a propósito de la
publicación de la obra de Hipólito (ed. de Francisco Antonio García Romero). Y
no es solo la constante presencia amenazadora de lo desconocido en lo que
ciframos el origen de todos nuestros males, sino lo que esto supone de dejación
de nuestra propia responsabilidad en lo que nos ocurre. Dicho de otro modo:
ponga usted un bárbaro, un ‘otro’ en su vida al que culpar de su desgracia. Y
en esto todos tenemos nuestros bárbaros de cabecera. En estos tiempos tan
confusos es la crisis en general el otro por excelencia, a ella se le achacan
todos nuestros males y en ella se amparan los que no tienen otros argumentos
más inteligentes para sacarnos de ella. La oposición ve en el gobierno al
‘otro’, y viceversa, pero ninguno de los dos se unen para hacer que este mundo
sea mejor y más feliz para todos. Y así en todos los órdenes de la vida. Sin
embargo, no miremos al vecino, ni al extranjero ni miremos por encima de
nuestras murallas para ver si vienen los bárbaros, porque nadie nos va a
convencer de que no están ahí fuera, el otro está en buena parte en nosotros
mismos; en lo que hemos hecho y hacemos todos los días por conservar lo que hemos
conseguido o tenemos, o nos han dado graciosamente, es decir, por enchufe, e
incluso por mejorar y hacer más feliz nuestro mundo. Es fácil apostarse delante
de su casa, empapelar su fachada con nuestras protestas e insultar al bárbaro
sobre el que hemos hecho recaer todo el peso de la culpa de nuestros males. ¿La
responsabilidad es de los-otros o de nos-otros?. José López Romero.
sábado, 13 de abril de 2013
VIEJOS ASUNTOS
“Censura las costumbres docentes españolas de la
época, intenta analizar las razones del fracaso escolar, detesta los métodos
memorísticos, lamenta la masificación escolar… insiste en la necesidad de
enseñar al niño por medio de cosas visibles que tiene a su alrededor, critica
con dureza la Universidad insistiendo en las deficiencias de los maestros,
aunque no olvida la despreocupación de los estudiantes…” ¿Les suena? Pues si
les digo de dónde proceden estas inquietudes y preocupaciones que sobre la
enseñanza en España he transcrito, seguramente no se lo creerán: pertenecen al
fraile benedictino Martín Sarmiento, en el siglo Pedro José García Balboa,
quien escribió el tratado ‘La educación de la juventud’ allá por el año
¡¡1768!!, tratado que consideraba Azorín una de las más geniales obras de
nuestra literatura. Han pasado casi doscientos cincuenta años y, más grave aún,
casi otros tantos sistemas educativos, y lo que preocupaba al bueno de fray
Martín Sarmiento son los mismos temas o problemas que arrastra la enseñanza en
nuestro país en la actualidad, sin que la sociedad en su conjunto ni las
autoridades de todo tipo, pelaje o condición se hayan puesto en ningún momento
manos a la obra para solucionarlos o, al menos, intentarlo; lo que provoca un
cierto hastío en los profesionales, algunos de ellos (hay que reconocerlo) poco
dispuestos a adaptarse a las nuevas circunstancias, pero todos decepcionados
con la falta de colaboración y compromiso que muchas familias muestran en la
labor y la responsabilidad que les atañe en el desarrollo educativos de sus
hijos. Que la primaria y la secundaria necesitan cambios y ajustes en muchas
aspectos es incuestionable, pero no en menor medida lo necesita una
Universidad, que quiere mantener con los impuestos de todos los privilegios de
antaño, cuando sobran profesores, grados y campus por todas las provincias de
España. Y si no, pregunten por ahí a cuánto nos sale una clase de griego o de
árabe, por poner un ejemplo, en cualquiera de las numerosas facultades de
Filología repartidas por toda la geografía del país. José López Romero.
sábado, 6 de abril de 2013
CINE Y LIBROS
Me confieso aficionado a películas interesantes sin
más pretensiones, aunque el concepto de “interesante” no sea compartido en el
seno familiar, donde se han acuñado expresiones como “ladrillo-Bergman” o
“bodrio-Passolini” para descalificar a más de un film clásico ¡La juventud, más
por atrevida que por valiente, es ignorante!. Y digo más, buena parte del cine
que en los últimos años he visto responde a sugerencias de amigos y conocidos,
por lo que reconozco que no puedo permitirme el calificativo de cinéfilo, sino
de espectador curioso y obediente con las recomendaciones de aquellos a los que
les concedo todo el beneficio de su autoridad o buen gusto. Sin embargo,
procuro estar atento a las adaptaciones literarias o a las películas que tratan
de libros, porque en las primeras, como lector sin remedio y espectador
curioso, intento establecer la obligada comparación con el original literario,
y en las segundas ver cómo trata el cine el mundo de los libros o de los
escritores (interesantes me han resultado en este último aspecto, y hago
memoria a vuela pluma, ‘El escritor’ del Polansky y ‘Good’ con Viggo
Mortensen), o reconocer aspectos o mecanismos literarios que el guionista o el
director han pasado al lenguaje cinematográfico con más o menos éxito. Y en
este sentido, ya me interesó una película protagonizada por Cuba Gooding Jr.
titulada en castellano ‘Nido de cuervos’,
escrita y dirigida por Rowdy Herrington (1999). Es la historia de un abogado
(Cuba Gooding) que publica bajo su nombre una novela de misterio escrita en
realidad por una persona a la que cree muerta. El éxito de ventas del libro
despierta la curiosidad de la policía, que llega a descubrir que los crímenes
relatados en la novela son en realidad verdaderos casos de asesinato que aún no
se han podido resolver. Y aunque la crítica no ha sido especialmente benévola
con esta película, la simple utilización cinematográfica del viejo tópico del
manuscrito encontrado y apropiado por el protagonista es ya suficiente motivo
para calificarla de interesante. Tópico que tiene sus ejemplos más acabados,
entre otros, en ‘El Quijote’ o ‘La familia de Pascual Duarte’ de Cela, aunque
con la sustancial diferencia de que los descubridores del manuscrito no se
apropian del original, sino que se convierten en simples transcriptores o
copistas. Y la última recomendación que me han hecho al respecto (que yo
traslado aquí a cualquier espectador curioso), es la película titulada ‘El
ladrón de palabras’, en cuyo reparto de actores encontramos al gran Jeremy
Irons. Otra historia del manuscrito encontrado, que se apropia el protagonista
(personaje interpretado por Bradley Cooper) y que se convierte en un gran
éxito. Y aunque la crítica tampoco ha sido especialmente favorable con esta
película (no le falta razón en cuanto a las excesivas pretensiones de las tres
historias narradas en tres tiempos diferentes que no terminan de resolverse con
solvencia), es una película que se deja ver, sobre todo las dos conversaciones
que mantienen Irons y Cooper o la escena final entre Dennis Quaid y Olivia
Wilde. José López Romero.
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