Poco hace que en esta misma página sugería las
ediciones ilustradas como un reclamo para hacer más atractiva la compra de
libros, incluso para las numerosas colecciones de bolsillo, que mejorarían
ostensiblemente. Un arte, el de la ilustración, poco extendido o que tiene en
los libros infantiles el centro de su atención. El otro día comentaba con mi
amigo Raúl, con quien comparto mis lecturas de Ibargüengoitia (él fue quien me
lo recomendó), que en el libro ‘Revolución en el jardín’, recopilación de
artículos, crónicas y textos varios del gran novelista mexicano, que ha
publicado la editorial Reino de Redonda (propiedad, tengo entendido, de Javier
Marías) con prólogo de Juan Villoro, se echaban en falta ilustraciones que
hicieran al volumen más “redondo”. “Precisamente –me respondió Raúl- su mujer,
Joy Laville, es pintora. Podría haber ilustrado el libro”. Ocasión perdida.
Pero a veces una ilustración deja de ser un adorno, para convertirse en un
elemento imprescindible para un libro e incluso para su lector. En el ejercicio
de recreación imaginativa que todos hacemos cuando leemos, ciertos detalles se
escapan o requieren de un esfuerzo de la imaginación que algunos no somos
capaces de hacer. Me acuerdo ahora de mi total incapacidad por imaginarme cómo
era el fusil o escopeta que Chacal, en la famosa novela de Frederick Forsyth
del mismo título, diseña para pasar todos los controles policiales embutida en
una muleta y así atentar contra De Gaulle. Y de la misma manera, por muy
detallada que es la descripción con la que Umberto Eco inicia su ‘El nombre de
la rosa’ de la célebre abadía y de la torre-biblioteca, solo pude, como el
fusil de Chacal, tomar exacta medida de ellas al ver las películas que sobre
estas dos novelas se han hecho. De los ejemplos que me van viniendo a la
memoria, otro me resulta especialmente molesto, no por el ejemplo en sí sino
porque todo lo que no puede imaginarse molesta al lector, me refiero al aspecto
que podían tener las extrañas criaturas que asaltan todas las noches al
protagonista de la novela ‘La piel fría’ de Albert Sánchez Piñol, problema o
dificultad que podría haberse solucionado con una simple ilustración. La
portada de ciertas ediciones ofrece con éxito relativo alguna solución al
respecto. Y de mis últimas lecturas, he sentido la necesidad de ese apoyo
plástico para poder imaginarme con la exactitud y la maestría con que los
retrata su autora el ambiente del Londres años después de la Primera Guerra
Mundial, la casa de la protagonista, el aspecto de algunos personajes de la
novela ‘La señora Dalloway’, de Virginia Woolf. Y como tantas veces, ha sido el
cine el que ha venido en mi ayuda y ha cubierto con creces esa falta de
imaginación, a veces alarmante, que sufro con algunos libros. Pero no siempre
el cine te saca del atolladero imaginativo y el problema perdura en la memoria
cada vez que recuerda la lectura de aquella novela. Además, no cabe duda de que
una ilustración alivia y le da un respiro al lector que, entre tanto texto,
bien lo merece. José López Romero.
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