“Me recomendaron este libro y lo tuve que dejar al poco
de empezarlo. Es un ladrillo. Y la pena es que me costó unos buenos euros”.
“Pues yo, en cambio, me compré este, y me resultó muy entretenido”. ¿Quién no
ha oído no una, sino muchas veces estos comentarios cuando de hablar sobre
libros y lecturas se trata? Y sin embargo, afirmar que hay libros para todos
los gustos, épocas y bolsillos es una obviedad que cualquier interesado en la
lectura puede comprobar fácilmente a poco que se pase por una librería. Ya no
puede ser una excusa para justificar el desapego de la lectura no haber dado
con un libro que le haya absorbido hasta el punto de no poder dejar de leerlo;
ni tampoco la falta de tiempo, porque siempre, si realmente se tiene interés,
se encuentra esa media hora, al menos, todos los días para coger el libro que
has podido dejar en la mesilla de noche; y mucho menos quejarse del precio de
los libros, porque ediciones hay de bolsillo que colman perfectamente las
inquietudes lectoras de cualquier aficionado. Otros casos son ya las ediciones
especiales o para especialistas, o incluso, reconozcámoslo, si uno quiere leerse
el libro de su autor favorito nada más salir a la venta; casos en los que se
aprecia hasta cuánto puede llegar a ser cara la cultura en este país. Variedad,
pues, y accesibilidad en todos los aspectos que también notamos en los estilos.
Para definir el estilo de Robert Walser, el gran escritor suizo que murió loco
en 1956, en muchas ocasiones se ha utilizado el adjetivo “naif”, una ingenuidad
no exenta de ironía y burla que podemos apreciar en novelas como “El paseo” o “Jakob
von Gunten”. Esa misma fina ironía que mezclada con el sentido del humor
británico gustamos en autores como Roal Dalh o Alan Bennett, y últimamente en Julian
Barnes o Nick Hornby. Pero anda por ahí otro estilo, otra opción para el
lector, que gusta del párrafo más que largo, infinito, acorde a los laberintos
y retorcimientos de la mente, de la psicología de unos personajes tan
atormentados como la sintaxis que utilizan sus autores. El ejemplo más acabado
de esta literatura bien puede ser Thomas Bernhard, obras como “Tala” o “La
calera” están escritas sin capítulos, ni siquiera un mísero punto y aparte, es
decir, ninguna concesión al lector; en esa misma línea, aunque más
condescendiente y generoso con sus numerosos lectores, podemos inscribir a
Javier Marías o, más actual, a Marcos Giralt Torrente con su novela “París”,
premio Herralde de 1999 (aquí reseñada la semana pasada). Estilo que, a pesar
de la evidente dificultad que presenta, cuenta también con un nada desdeñable
número de seguidores. Dos propuestas u
opciones tan distintas que entre ellas cabe un sinfín de estilos, que la
literatura pone a disposición del lector para que este elija lo que mejor se
acomode a su gusto, tiempo y bolsillo, sin que ninguno de estos tres elementos
se vea perjudicado por los otros. José López Romero.
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