En el recientemente aparecido tomo 2 titulado “La
conquista del clasicismo. 1500-1598” de la excelente Historia de la literatura española (editorial Crítica), dirigida
por José Carlos Mainer, se insiste en uno de los aspectos fundamentales del
Humanismo que ya había sido puesto de relieve por Eugenio Garin (gran estudioso
del Renacimiento europeo): la pedagogía y, sobre todo, la renovación en el
sistema educativo procedente de la Baja Edad Media. Por eso, argumentan los
autores del volumen: “algunos de los principales humanistas del Quattrocento
fueron excepcionales pedagogos”, y hasta editores de textos para las escuelas.
En el Museo del I.E.S. Padre Luis Coloma aún se conservan, gracias a la labor
impagable de rescate de Mª Dolores Rodríguez Doblas y de Miguel Hernández
Zarandieta, manuales escritos por los propios profesores que impartieron su docencia
en el siglo XIX en nuestro ilustre instituto. Pero volviendo al humanismo
renacentista, los autores de “La conquista del clasicismo” ponen como ejemplo y
punto de partida del humanismo en Castilla la publicación de las Introductiones latinae del gran Nebrija (Salamanca, 1481). Y no
porque esta gramática fuera un mamotreto farragoso de normas y reglas con el
único fin de hacer más sufrido aún de lo que ya por su naturaleza es, el
aprendizaje de los escolares, sino por todo lo contrario, porque era una
pequeña gramática que contenía las reglas más básicas y esenciales del latín
para que después alumnos y profesores, con ese breve compendio de fácil manejo,
aprendiesen la lengua latina a través de la lectura y comentarios de los
autores clásicos. Un cambio que revolucionó el sistema educativo español del
siglo XVI. Hoy, no necesitamos tanta perspectiva histórica como desde la que
contemplamos los más de cuatro siglos pasados desde los tiempos de Nebrija,
para reconocer que la historia del sistema educativo español de las últimas
décadas lejos de ser una revolución humanística, ha sido un estrepitoso
fracaso. Un fracaso en el que todos los elementos, estamentos, instituciones,
es decir, todos los que tienen algo de parte en el sufrido, e ingrato a veces, quehacer
de la docencia, tienen su buena parte de culpa que nadie le debe quitar, ni de
la que nadie puede inhibirse. Y una de las grandes damnificadas es sin duda el
aprendizaje de las lenguas extranjeras o idiomas, hasta el punto de que ya se
están haciendo estudios de genética para analizar si al español le falta en su
ADN el gen del idioma. “No estamos dotados”, reconocemos resignados cuando
abandonamos después del enésimo intento por aprender inglés. Pero más grave aún
es que nuestros escolares se pasen años y años con una asignatura para que
después no sepan mantener una mínima conversación básica en la lengua
extranjera que tanto trabajo y tiempo les ha costado. Quizá después de tanto
tiempo transcurrido lo único que necesitemos es un Nebrija que ponga un poco de
orden y cordura para solucionar tanto fracaso. José López Romero.
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