Los recuerdos que más indeleblemente se graban en nuestra
memoria, y que esta conserva de forma más nítida, son sin duda los vividos en
aquellos años que van de la infancia a la adolescencia y de esta a la juventud;
es decir, esa etapa en la que vamos cambiando la inocencia del niño por las
inquietudes de la pubertad, en las que tanto tienen que ver las hormonas en
plena ebullición. Y con estos recuerdos, indisolubles también corren los de
nuestros maestros y profesores y, con ellos, los libros que nos hicieron tanto
sufrir o divertirnos tanto. Entre mis recuerdos de niño o púber goza de un
puesto de privilegio aquella Enciclopedia Álvarez, hasta el punto de que cuando
hace unos años se publicó una reedición, seguramente para nostálgicos, no dudé
en adquirir un ejemplar. En el interior del original, es decir, de aquel
ejemplar de la Enciclopedia que manejé de niño, mi señorita había puesto mi
nombre con una L de López, que reconozco en la que yo ahora hago. Y con la
famosa “Álvarez”, los cuadernos Rubio de cuentas y de caligrafía, y un poco más
mayorcitos los no menos célebres y torturadores Miranda Podadera. Y así como
hice con la Enciclopedia Álvarez, en cuanto se volvieron a editar, adquirí el
de ortografía y el de redacción que precisamente me acompañan, junto con el
ejemplar de la Enciclopedia, cuando esto escribo. Aún recuerdo los dictados del
demonio de aquel Miranda Podadera, que con el afán de practicar unas
determinadas grafías eran ininteligibles o, al menos eso nos parecían en
aquellos sin duda maravillosos años. Hoy, la historia se escribe de muy
distinta manera. Y no porque las nuevas tecnologías, los manuales digitales
estén desbancando o estén en serio proceso de sustitución del libro en papel;
porque esto no deja de ser un asunto de formatos. No me refiero a eso. El
problema, el más grave, está en que historia se escriba sin h-, o desbancando
con –v- porque ni siquiera se sabe su significado. Llevamos años, demasiados,
en los que en las escuelas se ha desatendido la ortografía, y ahora nos damos
cuenta de que una falta de ortografía más que un error lingüístico es una falta
de urbanidad y respeto hacia nuestro lector; y llevamos los mismos demasiados
años desatendiendo la redacción y, así, es imposible que nuestros escolares
puedan superar una mínima prueba, la más básica, de cualquier materia. Hace
unas semanas volvía a la actualidad el fracaso de nuestros estudiantes y se echaban
las culpas sobre todo a una metodología obsoleta, anticuada basada
fundamentalmente en lo memorístico. No le falta razón al informe. Porque si a
las aulas volviesen la Enciclopedia
Álvarez con esa combinación perfecta de nociones o conocimientos básicos,
ejercicios prácticos, lecturas y ejercicios de comprensión, pero también su
parte memorística, y los Miranda Podadera con sus endemoniados dictados y su
curso de redacción, no me cabe ninguna duda de que otros serían los resultados
de nuestros escolares y otra la historia, o quizá la misma que yo viví y ahora
disfruto con su recuerdo. José López Romero.
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