Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

sábado, 29 de noviembre de 2014

¡CON LO QUE TÚ ERES!

-“Father, con lo que tú eres, ¿por qué no fundas un partido político?”, me dice mi hija con la misma sonrisa en los labios con la que su madre me mira cuando salgo de la ducha. La puñetera niña no me aclaró qué quería decir “con lo que tú eres”, mejor dejar las cosas así (tampoco me he atrevido a preguntarle a la madre por qué se sonríe en un acto tan cotidiano y natural). Pero la simple propuesta de meterme en política, como están las cosas, no me hacía deducir nada positivo de aquella expresión. Sin embargo, al calor de la ya tan manida y nunca emprendida regeneración y de las nuevas formaciones que van devorando el sistema actual, un partido de lectores sin remedio no digo yo que no tuviera sus simpatizantes. Al margen de ideologías de izquierdas o de derechas, la literatura está llena de textos que nos enseñan el buen gobierno, el ejemplar comportamiento de los gobernantes y la relación que éstos deben mantener con los gobernados. Pero si tuviéramos que elegir uno de ellos, sin duda nos quedaríamos con las lecciones que don Quijote le da a Sancho antes de convertirse en el gobernador de la ínsula Barataria (II parte, capítulo 42). Un modelo de sensibilidad, de sentido común, de dignidad y de honradez en el uso del poder que tanto se echa en falta en estos tiempos. Si los que durante estos años más que mandar, nos han mangoneado, hubieran tenido como texto de cabecera los consejos del divino loco a su escudero, seguro que otra muy distinta sería la triste situación que ahora sufrimos. En cualquier caso, ni tengo edad ni pelo para dejarme la coleta (con lo que la expresión de mi hija es aún más sospechosa por lo hiriente), ni me veo yo en mítines leyendo “El Quijote” a una masa tan desencantada que apenas lo entendería. Aunque yo tengo ya muy claro el eslogan de campaña, el mismo que aparece en el emblema como marca del impresor Juan de la Cuesta: “Post tenebras spero lucem”. José López Romero.

  

sábado, 15 de noviembre de 2014

DEUDA

Ha tenido que pasar demasiado tiempo para recordar que tengo una deuda pendiente y, por ello, más vergonzante con un escritor y con los lectores que se acercan a estas líneas. En mi descargo puedo argumentar que son tantos en tantos siglos que no uno, sino un ciento y hasta millares son los escritores que se te pueden escapar, y que necesitaría más de tres vidas para leer algo, no todo, de aquellos que realmente merecen la pena. Por fortuna para mí, aunque debí encontrarme con sus novelas mucho antes (nunca es tarde…), puedo contarme entre el sin duda enorme grupo de rendidos lectores de Francisco González Ledesma. Hace unos meses, después de haber leído varias de sus narraciones, me hice con la reedición que la editorial Menoscuarto publicó de su primera novela “El adoquín azul”, una narración breve sobre la represión de la dictadura. Una novelita por la que podemos comprobar que González Ledesma es mucho más que un escritor de novela negra. Pero no hubiese hecho falta tal demostración, porque en sus propias novelas policíacas, con su comisario Ricardo Méndez como protagonista, ya se puede apreciar que González Ledesma es un escritor de mucho más recorrido y profundidad de lo que te permite o creemos que permite el género negro. Si la figura del Méndez crepuscular, ya de vuelta de tantas batallas cuyas huellas se dejan notar en las cicatrices del cuerpo pero también del alma, nos acerca al tipo de protagonista clásico del género, son la fina ironía, la capacidad del personaje para reírse de sí mismo, la mezcla de lo trágico y lo cómico los rasgos que relacionan a Méndez con los personajes más emblemáticos de la literatura española, y a las novelas de González Ledesma con la mejor de nuestra literatura clásica. Después de leer “Expediente Barcelona” y “Una novela de barrio” me di cuenta de que quizá el género policíaco anglosajón podía estar sobrevalorado, al amparo de las versiones de Hollywood; de que el emergente y ya consolidado género norte-europeo no dejaba de ser una literatura menor, incluso con productos de desecho (caso de Stieg Larsson); y de que la novela negra mediterránea bien merecía un buen periodo de atenta y, de seguro agradecida, lectura. Si ya había descubierto hacía unos años a Donna Leon y su Brunetti enredado en los turbios asuntos políticos, sociales y económicos tan italianos, y a Camilleri con su amable Montalbano (personajes cuyas series televisivas lejos de hacerles justicia, los ensombrecen), o a Petros Márkaris y su comisario Kostas Jaritos, la lectura de González Ledesma ha sido en mi caso uno de los grandes y afortunados descubrimientos de los últimos años. Con él y con los lectores de esta página había contraído una deuda que espero haya pagado. Ya solo me queda seguir leyendo sus obras… ¡Qué pena no encontrar su nombre en un monográfico sobre la novela negra en España publicado por una de las revistas literarias del momento!. José López Romero.


 

viernes, 7 de noviembre de 2014

PLACAS

La calle “library way” de Nueva York, o el tramo de la 41 que desemboca en la Quinta Avenida y, de esta, en el imponente edificio de la Biblioteca Pública de la ciudad, está llena de placas, hasta 96, encastradas en las dos aceras de la calle, que recogen otras tantas citas de escritores y sabios referidas al libro o a la lectura. En Internet hay numerosas entradas que nos aclaran la historia y detalles de estas emblemáticas placas que, a medida que uno se va acercando a la Biblioteca, a la que está viendo al fondo de la 41, puede ir leyendo y pisando. Esta curiosidad puede entenderse de muchas maneras, pero no deja de ser un ejemplo más de la profunda admiración que la cultura anglosajona siempre ha mostrado por el libro, y de la que tanto, pese a los siglos que de nuestra cultura mediterránea nos contemplan, debemos aprender. Me recordó las placas de Nueva York la iniciativa de la que nos informaron diferentes medios de comunicación que ha tenido, al perecer, un colectivo de artistas urbanos de Madrid, llamado “Boamistura”, de adornar 22 pasos de peatones del centro de la capital con versos. Y así los cientos y miles de viandantes que cruzan por dichos pasos pueden alegrarse el día con frases como: “A veces reírse es lo más serio” o “Madrid, te comería a versos”. Hace ya unos años me hice eco en esta misma página de un comentario de una joven poeta, que proponía sacar a la calle a la poesía. La idea, por tanto, de Boamistura no es nueva, como tampoco el comentario de la joven, porque iniciativas de sacar a pasear la literatura ya la tenemos en aquellas bibliotecas ambulantes del XIX o en el fenómeno moderno de los “crossing books”, al que varios artículos ha dedicado mi compañero de página. Partiendo de que cualquier idea que pretenda acercar el libro y su lectura a la gente, es por sí misma encomiable, mucho me temo que “te comería a versos” se quede perdido en el almacén de imágenes de un infinito número de móviles como una curiosa anécdota urbana. Las placas de Nueva York llevan allí desde 1998. José López Romero.

 

sábado, 1 de noviembre de 2014

CALLAR A TIEMPO

Los hay que hacen de la literatura un medio de vida, y muchos que siguen intentando vivir de ella; los hay también que convierten su  vida en literatura, a veces de ciencia ficción, otras de terror; pero también los hay que hacen de la literatura su vida, y la viven con la pasión y el dolor, con la felicidad y la desgracia, con la alegría y la tristeza que nos proporciona el mismo hecho de vivir. A este pequeño y admirable grupo de escritores pertenece Mauricio Gil Cano. El conocimiento de años de Mauricio y su obra, sobre todo poética, dan testimonio de lo que acabo de escribir. Un testimonio que el lector que se acerque a sus poemarios comprobará sin duda, desde  su 19 sonetos y un canto a Venecia, pasando por Declaración de un vencido hasta llegar a la última entrega Callar a tiempo (Ediciones En Huida), sin olvidarnos de la labor que durante años ha ido desarrollando en los distintos medios de comunicación como crítico, y como coordinador y director de diferentes y variadas propuestas literarias (taller de creación literaria en la Fundación Caballero Bonald; director de la colección de poesía “Hojas de bohemia”), que representan una importante contribución al panorama cultural de nuestra ciudad. Unidas, así pues, literatura y vida, Callar a tiempo es la crónica de las últimas páginas de ese libro vital de Mauricio Gil Cano; crónica de un vivir en el que no falta ningún elemento, ni sentimiento, ni actitud que a un hombre le pueda ser ajeno: la pasión amorosa (el soneto en alejandrinos “Tú sabes”), pero también el anhelo del otro (“La espera”, dedicado a Carmen); el compromiso del hombre con su tiempo y su destino (su inicial “Para aprender vinimos”), o con el prójimo (“Symposion”); la relación del hombre con un dios que es sacrificio, muerte, resurrección, salvación de ahí los versos dedicados a Cristo (“Calvario”, “Dios agonizante”, “Spe Salvi”); el dolor de la creación literaria (“Yo”; “Callar a tiempo” que le da título al conjunto); pero sobre todo la concepción del hombre como náufrago o ángel caído pero “definitivamente humano”, porque los poemas de Mauricio son miradas hacia el interior en un permanente buscarse y comprenderse, entender en definitiva a un yo en conflicto dialéctico consigo mismo. Se cierra el poemario con un apartado de “Homenajes”, en los que destaca el poema dedicado a su madre y a poetas como Miguel Hernández o Jaime Jaramillo Escobar de los que celebra su compromiso vital. Por los poemas transitan referencias, versos, citas de Cernuda, de Juan de la Cruz (sobre todo), de Blas de Otero, Borges y de tantos otros que forman ese conjunto de fuentes literarias de las que Mauricio sabe coger la mejor lección: “para saber que somos lo que fuimos / y seremos aún y algún día sabremos / quizá que habremos sido”. José López Romero.