“… es posible hacerse una cierta idea del hombre [y de la
mujer] según la conversación que le gusta: los serios buscan a los serios, los
locos a los descerebrados… pero las personas más avisadas buscan una relación
que sea inocente, que agrade, que forme el espíritu y que las divierta.” Son
palabras del francés Philippe Fortin de la Hoguette (s. XVII) en su “Testamento
o Consejos de un padre a sus hijos sobre cómo hay que comportarse en el mundo”
(1648). Y nos atreveríamos a añadir a este fragmento de Fortin de la Hoguette
que no solo en la conversación, sino en muchos, si no en todos los aspectos de
la vida y de las relaciones personales, cada uno busca su igual, o lo más
parecido. Pero no quería escribir sobre esto. Me interesan las palabras del
escritor francés porque en el artículo “La conversación erudita”, que le sigue
al ensayo sobre Fortin, que Marc Fumaroli incluye en su libro “La República de
las Letras” (Acantilado), este explica la importancia que alcanza la
conversación como medio de transmisión de conocimiento en los salones
aristocráticos de la Francia del siglo XVII y, por extensión, en casi toda
Europa. Una transmisión de saberes que tiene como principio fundamental el
respeto a la autoridad y al secreto de los hallazgos científicos (“La conversación
entre amigos experimentados, que son también pares, puede preservar el secreto
de hallazgos o de investigaciones más fácilmente que cualquier otra forma más
expuesta de comunicación”); conversaciones o intercambios como actividad
complementaria a sus investigaciones solitarias en sus “gabinetes”. Y me
interesa esta forma de transmisión, porque me asombra que el formato más
extendido en los actos culturales siga siendo la conferencia pura y dura; es
decir, el señor o la señora o señorita de turno que lanza un indigesto discurso
durante su buena hora larga sin levantar la vista de la resma de folios ante un
público tan resignado como aburrido. ¡Cuánto más provechoso para todos sería la
conversación entre erudito y personas interesadas en el tema motivo de la
reunión! Así, las palabras de Fortin de la Hoguette adquiere su sentido más
pleno: “que forme el espíritu y que las divierta”; y de esta forma cada uno
elige, según sus preferencias, gustos y conocimiento la conversación que más le
interese. Es lamentable el empeño de muchas, casi todas, las instituciones
culturales por mantener los famosos, y en algunas hasta tradicionales ciclos de
conferencias que no hacen más que promover el desaliento y la deserción entre
los interesados. La cultura, como nos enseña Fortin de la Hoguette (¡ ya en el
siglo XVII!) necesita de otros mecanismos en los que participen o “conversen”
el erudito y el público, en un juego dialéctico activo y, por ello,
enriquecedor. Patética y estremecedora resulta esa masa amorfa de asistentes en
cuyas caras se puede observar el sufrimiento de la ignorancia y, en
consecuencia, el tedio más espantoso. José López Romero.
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