Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

sábado, 6 de junio de 2015

LA PERINOLA

Peonza pequeña que baila cuando se hace girar rápidamente con dos dedos un manguillo que tiene en la parte superior. El cuerpo de este juguete es a veces un prisma de cuatro caras marcadas con letras y sirve entonces para jugar a interés”; así define el DRAE este vocablo. Pero no nos interesa por su significado, sino porque con este término tituló don Francisco de Quevedo “la que es sin duda la más eficaz, divertida, original y maligna de cuantas sátiras literarias se han escrito en español. Así lo sintieron sus coetáneos, y así lo prueba la abundancia de manuscritos que la reproducen” (Jesús M. Morata, editor de la sátira). En efecto; hasta medio centenar de manuscritos se cuentan de esta “Perinola” que, según Jauralde Pou (que la incluyó en su edición de las “Obras festivas”. Editorial Castalia), cierra el número de obras satíricas compuestas por don Francisco, entre las que podemos destacar “El Chitón de las Tarabillas” o la feroz “Execración contra judíos” o, más cercanas a la “Perinola” por el tema que tratan, “La Culta Latiniparla” o el “Libro de todas las cosas”. El motivo o blanco de la sátira quevediana fue la publicación de la miscelánea titulada “Para todos” del dramaturgo Juan Pérez de Montalbán, al que el célebre poeta madrileño ya le tenía cierta ojeriza no solo porque su padre, librero de profesión (“sastre de libros y encolador y zapatero de volúmenes” lo llama Quevedo), había tenido ciertos problemas con las obras de don Francisco, sino también porque Montalbán hijo era discípulo confeso de Lope de Vega, motivos a los que hay que añadir la figura del predicador fray Diego Niseno, tan estrecho amigo de la familia Montalbán como enemigo de Quevedo, al que le negó la aprobación en 1629 de su obra “Juguetes de la niñez”. Y si la dedicatoria de la “Perinola” ya nos pone en situación (“Al doctor Juan Pérez de Montabanco, graduado no se sabe dónde, en qué, ni se sabe ni él lo sabe”), los inicios no son menos hirientes: “una dueña… con una voz sin huesos y unas palabras mamadas a tabletazos de las encías, dijo: “Si es para todos, será la muerte”. Sin embargo, detrás de la crítica a un género, el de las misceláneas u oficinas, tan de moda en la época desde el siglo XVI, esconde Quevedo “el menosprecio por un estamento de oficiales al que no se considera digno de acceder al ejercicio de las letras” (Pedro Ruiz Pérez). Un concepto elitista de la literatura propio de un escritor como Quevedo, tan orgulloso de la clase social a la que pertenecía. Sin embargo y como suele suceder en estos casos, la “Perinola” tuvo el efecto contrario al pretendido por don Francisco, lejos de convertir el “Para todos” de Pérez de Montalbán en un fracaso, el libelo no hizo más que acrecentar la curiosidad de los lectores de aquella primera mitad del siglo XVII y fue todo un éxito editorial, reimpreso y traducido numerosas veces. ¡Cuántas veces habrá pasado lo mismo! José López Romero.


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