Hace ya un tiempo en esta misma
página comentaba la huella imborrable que los buenos maestros y profesores
habían dejado en el escritor D. Pennac y que este recordaba en su libro Mal de escuela. Desde hace
ya varios años muchos de estos buenos docentes aprovechan la posibilidad de
jubilarse y abandonan nuestras aulas, testigos de tanto esfuerzo, dedicación,
saber y cariño que los buenos alumnos saben agradecer, una pérdida de recursos
humanos de prestigio que no nos podemos permitir, pero en la educación de este
país, de nuestra comunidad está visto que lejos de mejorar las condiciones de
trabajo, el profesor solo piensa en huir de una labor que nunca, y en estos
últimos tiempos menos, ha sido reconocida. En este curso en nuestro I.E.S. P.
L. Coloma se jubilan compañeros a los que considero grandes amigos, porque con ellos he compartido no solo el
trabajo, sino inquietudes, aficiones y con algunos de ellos muchos libros:
Mariela, Toñi, Sebastián, el páter Julián (toda una institución en el Coloma),
Justo que ha compartido los sinsabores de la Dirección del Coloma, pues ha sido
el Vicedirector durante los seis años que llevamos en estos menesteres y ha
proyectado sobre el cargo la misma dedicación, la misma vocación docente que en
su faceta de profesor. Y cuando uno echa la vista atrás, se da cuenta de todo
el bagaje personal que ha ido acumulando bajo la influencia de grandes
docentes, en los que uno modestamente ha querido reflejarse, y un excelente
ejemplo es mi amigo Juan José Cienfuegos, con el que tengo la deuda impagable
de su amistad leal desde aquellos maravillosos años en el I.E.S. Asta Regia, y
de tener el privilegio de haber compartido con él los 24 años que llevamos en
el Coloma, casi toda la vida profesional. Él me ha transmitido su afición por
las nuevas tecnologías, con la misma pasión con que hemos querido a Erasmo de
Rotterdam, a los grandes clásicos grecolatinos, su especialidad, o a sus
queridos gallegos, Cunqueiro y Torrente Ballester, o la novela inglesa de
humor, de la que hablábamos hace solo unos días. Se van los compañeros, notamos
su ausencia, pero se van los amigos y el corazón del Coloma se queda un poco
más vacío. Vale, magister. José López Romero.
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