Ahora
sí. A diferencia de semanas pasadas, esta vez estoy decidido a comentar aquella
entrevista que le hicieron al editor Chus Visor, publicada por los medios allá
por principios del verano y que tanta polémica levantó. “Dicen que los
novelistas son vanidosos pero ¡hay cada poeta!”, es el titular que en ella se
destacaba y no era precisamente lo más grueso o fuerte con lo que el dueño de
una de las más prestigiosas colecciones de poesía de habla hispana se dejaba
caer. La entrevista tenía su razón de ser porque con 70 años recién cumplidos
también se celebraba que llevara 45 de ellos intentando ganarse la vida con la
edición de poesía, toda una heroicidad en un país que se lee poco y mucho menos
poesía, aunque el propio Visor no está de acuerdo con esto y pone como ejemplo
los 45 años de su sello (seguro que más de una y de dos subvenciones le habrán
salvado algunos balances anuales) y los 25.000 ejemplares vendidos del poemario
de Joaquín Sabina (pero es que Sabina vende lo que toca). En cualquier caso,
esos 45 años de editor y sus 70 de vida le permiten a Chus Visor ocupar un
lugar de privilegio desde el que no solo puede observar toda la fauna
literaria, sino también decir lo que sobre esta piensa, porque a esas alturas
de la profesión y de la vida uno se puede permitir ciertos lujos y entre ellos
el de decir lo que le da la gana. Por eso, comenta sin tapujos la mediocridad
de muchos poetas actuales (“poetas infames” los llama) que sin embargo venden
bastante bien lo que publican, o que la poesía femenina no está a la altura de
la narrativa, o la enemistad que se ha granjeado de los poetas que no ha
editado, así como niega la acusación de manipular premios para dárselos a sus
amigos (¡qué va a decir él!). Al margen de polémicas y declaraciones más o
menos escandalosas y siempre discutibles, hay que reconocerles a editoriales
como Visor, Tusquets o Renacimiento (por
poner otros ejemplos), su papel decisivo en el prestigio internacional de
nuestra poesía. José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
sábado, 28 de noviembre de 2015
sábado, 21 de noviembre de 2015
ROMANOS
“-Padre –pregunté-, ¿ha merecido la pena?
Quiero decir, el poder, esta Roma a la que has salvado, esta Roma que has
construido… ¿Ha merecido la pena todo lo que has tenido que hacer? Mi padre me
miró durante un largo tiempo, y después desvió la mirada. –Debo creer que sí
–dijo-. Los dos debemos creer que sí”. Es parte de la conversación que
mantienen Octavio César y su hija Julia, después de que el emperador de Roma le
proponga la obligación de casarse con Tiberio, hijo de Livia, la esposa de
Octavio. Una obligación que Julia debe aceptar aunque regañadientes por el bien
de esa Roma a la que su padre ha dedicado y sacrificado toda su vida, como la
misma Julia, quien ya lleva a sus espaldas, pese a su juventud, dos matrimonios
de conveniencia. Es la famosa y siempre socorrida “razón de estado” que sigue
vigente hasta nuestros días. Pero no interesa tanto esa excusa o justificación
bajo la cual tiranos, dictadores y gobernantes de la peor calaña han cometido a
lo largo de la historia toda clase de atrocidades, sobre todo, delitos de lesa
humanidad, sino la pregunta que Julia le hace a su padre, la que nos deberíamos hacer pasado el climatérico
lustro de nuestra vida, pero que en un gobernante se hace más acuciante y necesaria.
Los acontecimientos políticos que actualmente nos preocupan, los ataques
terroristas, las guerras que asolan países y se cobran miles de vidas, perdidas
o desarraigadas ya para siempre de la tierra en la que vieron por vez primera
una luz que ya no les alumbra… no creo que la respuestas de los responsables de
estos sucesos, de tanta tragedia sea la que Octavio César le dirige a su hija,
ellos no pueden creer que sí. Porque no han dedicado ni sacrificado sus vidas
en salvar a su Roma, en construirla, sino en destruirla y arrasarla. La vocación
de servicio a su país, a la ciudad que se observa en Octavio y que este le
reclama una vez más a su hija Julia se ha transformado en intereses económicos,
en soberbia e inhumanidad. La conversación con que empezaba estas líneas
pertenece a la novela de John Williams ‘El hijo de César’ (reseñada hace unas
semanas) y la refiere Julia en una de las cartas que escribe años más tarde en
su destierro en la isla de Pandateria, obligada a permanecer alejada de la
ciudad a la que tantos sacrificios personales dedicó, pero también en la que
fue feliz y se dejó llevar por una vida disoluta. En todas las novelas o libros
que tratan de la Roma antigua, se destacan los vicios sin cuento, las intrigas,
los asesinatos y crímenes de toda clase que se cometían, pero también se puede
observar el inmenso amor, el orgullo de sus ciudadanos de aquel imperio, de
aquella urbe que era el centro del mundo. “Quiero que sepas que soy consciente
de la dificultad que entraña tu misión de gobernar esta extraordinaria nación,
a la que amo y odio, y este Imperio, aun más extraordinario, que me horroriza
al tiempo que me enorgullece”, le dice un personaje de la novela de Williams a
Octavio. Otra lección de los romanos que debemos aprender. José López Romero.
domingo, 15 de noviembre de 2015
LITERATURA SOBRE LITERATURA
“Un libro empieza y termina mucho antes y
mucho después de su primera y de su última página”, dice Julio Cortázar en una
conferencia titulada “La literatura latinoamericana de nuestro tiempo”, que se
recoge como apéndice en su libro Clases
de literatura. Berkeley, 1980 (ed. Punto de lectura, 2013). Y cuando
terminé de leer este libro de Cortázar no pude por menos que recordar la frase
cargada de razón. Los buenos libros, los que marcan al lector son realmente
aquellos para los que estábamos preparados, consciente o inconscientemente,
para leer y aquellos que no olvidamos durante toda nuestra vida, que nos hacen
reflexionar, que nos producen un placer o nos provocan unas emociones que nos
acompañarán para siempre. Clases de
literatura es un libro sobre literatura porque en él se recoge el curso que
Cortázar impartió en la Universidad de Berkeley en 1980; forma parte, por
tanto, de ese género ensayístico del que aquí hemos reseñado algunos trabajos,
por el interés que siempre tiene un libro sobre literatura escrito por los que
a ella se dedican desde el lado de la creación y no de la crítica o la investigación.
Y en esto, La verdad de las mentiras de
Vargas Llosa o Diez grandes novelas y sus
autores de Somerset Maugham (que hemos reseñado aquí en otro tiempo) son
títulos muy recomendables. Pero el ensayo de Cortázar tiene el interés añadido,
a diferencia de estos dos libros citados, de que el escritor argentino
reflexiona sobre su propia obra, sobre las etapas que cree advertir en su
carrera literaria y, sobre todo, las claves de creación de sus insuperables
relatos, así como de sus dos grandes novelas: Rayuela y Libro de Manuel. Una reflexión cargada
de literatura, pero también de vivencias personales que nos acercan al
escritor, pero aún más al hombre y sus circunstancias. Y en este sentido,
aunque Cortázar hable de la importancia de la fantasía, de la música, del humor
y del erotismo en la literatura latinoamericana, las páginas más sobrecogedoras
son aquellas en las que reflexiona sobre la responsabilidad (prefiere esta
palabra a “compromiso”) del escritor latinoamericano con la realidad de sus
países de origen. La denuncia de las sangrientas dictaduras que asolaron buena
parte del continente americano, y el papel que le corresponde al escritor en la
recuperación de los derechos de los pueblos a decidir su futuro y enfrentarse
al abuso de poder establecido ocupa la última parte del libro, en especial esas
dos conferencias que se incluyen en el apéndice final y de las que destacábamos
al comienzo una de las frases. Y si esa frase ya nos plantea la relación del
escritor y del lector con los libros, tampoco debemos olvidar la cita inicial
extraída de Unamuno: “… aborrezco a los hombres que hablan como libros, y amo
los libros que hablan como hombres”. Las Clases
de literatura de Cortázar es, sin
duda, un libro que habla como un hombre, con la imponente estatura del escritor
argentino. José López Romero.
sábado, 7 de noviembre de 2015
FLAMENCO
Por los mismos días en que se destapaba el sueldo fantasma
del director del Centro Andaluz de Flamenco, que había percibido 2.200 euros al
mes durante tres años sin llegar a pisar siquiera tan bien remunerado puesto de
trabajo (ver Diario de Jerez, 30 de octubre), llegaba a todos los centros de
enseñanza de nuestra sufrida región las “Instrucciones de la Dirección de
Ordenación Educativa de la Junta para la celebración del Día del Flamenco”,
cuyo punto primero reza lo siguiente: “Todos los centros docentes no
universitarios sostenidos con fondos públicos de esta Comunidad Autónoma
celebrarán el día 16 de noviembre de cada año o con anterioridad al mismo si
recayese en día no lectivo, el Día del Flamenco”. La casualidad es otra de las
grandes ironías de la vida que, en este caso, se convierte en un caso más de
ese cinismo tan característico ya de nuestros gobernantes. Para celebrar el Día
del Flamenco ¿podríamos ponerles a nuestros escolares un comentario del texto
periodístico en el que se trata el “asuntillo” del sueldo fantasma? Sin duda
sería una buena actividad complementaria, porque por ella se daría cuenta
nuestro alumnado del desprecio más absoluto con que las administraciones
públicas tratan a la cultura en todas sus manifestaciones. Mientras que todos
los centros educativos ya se disponen a preparar estas actividades, aunque la cultura de nuestros adolescentes no se
mejora con la celebración de “Día de”, en el que se suele programar una serie
de actos forzados, algunos sin convicción, contando siempre con la voluntad de
docentes, escolares y hasta familias, y con escasos por no decir ningún medio,
las famosas Instrucciones del Día del Flamenco afirma rimbombante: “…
corresponde a la Comunidad Autónoma la competencia exclusiva en materia de
conocimiento, conservación, investigación, formación, promoción y difusión del
flamenco como elemento singular del patrimonio cultural andaluz”, o lo que es
lo mismo: 2.200 euros, y encima nos mandan tocar las palmas. José López Romero.
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