La concesión a Pepe
Mateos del Premio Torino in Sintesi (ver Diario de Jerez, 19 de octubre), al
mejor escritor extranjero de aforismos es una buena noticia por partida doble.
En primer lugar, por concedérsele a un paisano nuestro que nunca ha abandonado
esta ciudad con el propósito de un reconocimiento más fácil, lo que prueba que
cuando se hacen las cosas bien, cuando se tiene calidad no importan las
distancias, aunque es de reconocer que más esfuerzo sin duda cuesta hacerse más
visible para la crítica. Pepe Mateos lleva ya a sus espaldas una obra literaria
con tantos premios que ya no puede considerarse una excepción a la regla de que
para triunfar hay que salir de provincias. Y en segundo lugar, porque parece
ser que la literatura de aforismos vuelve a ponerse moda o a resucitar, después
de que poca, muy poca atención se le haya prestado en los últimos tiempos. Y
sin embargo, la literatura de sentencias o, mejor dicho, los recopilatorios de
sentencias y aforismos extraídos de los clásicos, tuvieron a lo largo sobre
todo del siglo XVI, aunque se prolongó en las centurias siguientes, un
esplendor del que ahora parece que vuelve a gozar de forma más original. En el
XVI los autores llenaban sus escritos de sentencias que consultaban en libros
recopilatorios como el “Sententiarum volumen absolutissimum” de Stéphano
Bellengardo (no otra intención que la modernización de estas citas clásicas
tuvo el libro titulado “Aurea dicta” con prólogo del mismísimo Enrique Tierno
Galván). Y al comienzo del siglo pasado, las famosas “greguerías” de Ramón
Gómez de la Serna dan el espaldarazo definitivo a un género que en estos
últimos años cultivan escritores como Andrés Trapiello, Carlos Marzal o Andrés
Neuman. Con el premio concedido a Pepe Mateos se reconoce la calidad y la sensibilidad
del escritor de aforismos, y que el lector las puede apreciar por igual en sus
poesías y relatos. Enhorabuena. José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
sábado, 27 de octubre de 2018
viernes, 19 de octubre de 2018
TORMENTO
Cuál fue su sorpresa
cuando en vez de una ruinosa y destartalada barca, se encontró un catamarán
último modelo. Y más sorprendido se quedó cuando en lugar de un viejo con barba
al remo, el capitán de aquel barco era un apuesto joven con uniforme. “¡Qué va!
–le respondía aquel joven a sus preguntas y asombro- Ya hace unos cuantos años
que se cambió el servicio y con este, el patrón. La barca ya estaba inservible,
demasiados años y demasiados trayectos. Y el viejo aprovechó un ERE y se
jubiló.” Y siguió el joven con su monólogo: “Cuando eso sucedió, intentaron
privatizarlo, pero de inmediato le dieron consideración de “universal” y, como
sabe, antes cada uno traía su monedita, pero ahora ya es gratis; lo de siempre:
el gratis total que tan de moda se ha puesto… ¿Que qué hace entonces con la
moneda? No se preocupe, adonde va, siempre la puede necesitar… ¿Y me ha dicho
que era usted?” “Escritor” –le respondió el todavía asombrado pasajero. La
verdad es que la travesía fue bastante placentera, las aguas siempre calmas de
la laguna le permitían disfrutar del paisaje un tanto agreste que la bordeaba
por ambos márgenes. Llegados a su destino, no hubo más remedio que hacer cola
para identificarse. Y entre los recién llegados, acertó a reconocer a algunos políticos,
que hacían una cola especial y entraban por una puerta distinta. Los mismos
funcionarios que le tomaron los datos, le señalaron la puerta que debía
traspasar. Cuando así lo hizo, el panorama no pudo por menos que decepcionar al
escritor. Él había leído en los textos sobre el infierno, en especial en la
“Divina comedia” esos nueve círculos llenos de tormentos y penalidades a que
son sometidas las almas, como toda la literatura que sobre los infiernos se ha
escrito: cadáveres comidos por serpientes; fuegos en los que se achicharran los
traidores, aquel infierno de los enamorados descrito por el marqués de
Santillana donde él querría que lo mandaran por ese toque a lo romántico del
que podría presumir ante sus colegas… Nada de eso. Cuando traspasó la puerta
asignada, un señor con una bata blanca le dio la bienvenida y le explicó con
todo detalle el funcionamiento de la que él llamaba “la casa”. “No. Esto no
tiene nada que ver con la literatura ¡qué equivocados estos poetas! Aquí todos
estamos distribuidos por profesión; usted me ha dicho que es escritor, pues
después le acercaré a sus dependencias. Le noto un poco decepcionado, no lo
esté, ¡si aquí va a encontrarse con amigos, con enemigos y hasta con algunos y
algunas colegas que ni se imagina ¡tanto éxito y ahora…!. Solo una aclaración,
en su caso, como el de todo escritor que viene al infierno, el único alimento
serán sus libros. Se los tiene que comer. Es el procedimiento. Pero mucho peor
lo tienen los que no han leído nunca un libro, pues tienen que leer cada página
que usted después debe comerse. ¿Y con la moneda qué hace? Además de comerse
sus libros, previamente los tiene que comprar. Y si no le alcanza el dinero,
porque son muy caros, puede conseguirlo haciéndose lector de algún compañero o
compañera, esos son méritos o puntos que puede canjear por monedas. Y así por
toda la eternidad.” José López Romero.
viernes, 12 de octubre de 2018
TUFO
Cuando leyó aquello en el
periódico local, saltó como un resorte de su butaca, fue al cuarto de baño y se
lavó a conciencia las manos, se olisqueó la ropa. No encontró olor que no fuera
el suyo o del jabón del lavabo. “Hay que acabar con todo lo que huela o suene a
Pemán”, habían proclamado los grandes jefes, y él, que gastaba fama entre los
suyos de ciudadano ejemplar, no podía permitirse que de nada ni de nadie de su
familia pudieran sospechar que oliesen o sonasen a Pemán, lo que habría
supuesto graves y terribles consecuencias. Por eso, las instrucciones a su
mujer y a sus dos hijos fueron precisas: había que extremar la limpieza para no
oler ni lejanamente a Pemán y mucho cuidado con los sonidos. Para ello y para
curarse en salud, cambiaron el ambientador del hogar y el suavizante de la ropa
por la marca “la flor de mi secreto”, una fragancia insulsa pero libre de toda
sospecha. Al cabo de unos días, su hijo mayor le contó que el maestro había
expulsado de clase a un alumno por oler a Pemán que apestaba, y que él y unos
cuantos amigos lo habían esperado en el recreo, le habían quitado el bocadillo
y le habían dado unas cuantas collejas. ¡Bien hecho!, fue la respuesta de aquel
ciudadano modelo, padre también ejemplar. Y ya incluso se confirmaba que había
habido depuraciones en su trabajo; una compañera había sido despedida porque el
jefe la había acusado de que el motor de su coche tenía un cierto sonido a
Pemán. Y cuando vio en los periódicos la foto del jefe supremo que no tenía
escrúpulo alguno en negociar con criminales y golpistas, y al que habían
pillado en algún que otro fraude (¡envidia de enemigos!, lo justificaba), se
dijo para sí extasiado en la contemplación de la imagen que aquel eximio doctor
nunca olería a Pemán. Un día, su hija pequeña le preguntó a bocajarro: “Papá,
¿a qué huele o suena Pemán?”. Él por única respuesta solo acertó a decirle: “No
sé, hija. Pero tú calla y obedece”. José López Romero.
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