Cuando leyó aquello en el
periódico local, saltó como un resorte de su butaca, fue al cuarto de baño y se
lavó a conciencia las manos, se olisqueó la ropa. No encontró olor que no fuera
el suyo o del jabón del lavabo. “Hay que acabar con todo lo que huela o suene a
Pemán”, habían proclamado los grandes jefes, y él, que gastaba fama entre los
suyos de ciudadano ejemplar, no podía permitirse que de nada ni de nadie de su
familia pudieran sospechar que oliesen o sonasen a Pemán, lo que habría
supuesto graves y terribles consecuencias. Por eso, las instrucciones a su
mujer y a sus dos hijos fueron precisas: había que extremar la limpieza para no
oler ni lejanamente a Pemán y mucho cuidado con los sonidos. Para ello y para
curarse en salud, cambiaron el ambientador del hogar y el suavizante de la ropa
por la marca “la flor de mi secreto”, una fragancia insulsa pero libre de toda
sospecha. Al cabo de unos días, su hijo mayor le contó que el maestro había
expulsado de clase a un alumno por oler a Pemán que apestaba, y que él y unos
cuantos amigos lo habían esperado en el recreo, le habían quitado el bocadillo
y le habían dado unas cuantas collejas. ¡Bien hecho!, fue la respuesta de aquel
ciudadano modelo, padre también ejemplar. Y ya incluso se confirmaba que había
habido depuraciones en su trabajo; una compañera había sido despedida porque el
jefe la había acusado de que el motor de su coche tenía un cierto sonido a
Pemán. Y cuando vio en los periódicos la foto del jefe supremo que no tenía
escrúpulo alguno en negociar con criminales y golpistas, y al que habían
pillado en algún que otro fraude (¡envidia de enemigos!, lo justificaba), se
dijo para sí extasiado en la contemplación de la imagen que aquel eximio doctor
nunca olería a Pemán. Un día, su hija pequeña le preguntó a bocajarro: “Papá,
¿a qué huele o suena Pemán?”. Él por única respuesta solo acertó a decirle: “No
sé, hija. Pero tú calla y obedece”. José López Romero.
La novela, la poesía, los ensayos, deberían firmarse como anónimos (excepto en royalties). Sería una forma de descubrir a falsos cultos y a no fomentar el odio por lo que piensa un literato y no por su obra.
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