Cuál fue su sorpresa
cuando en vez de una ruinosa y destartalada barca, se encontró un catamarán
último modelo. Y más sorprendido se quedó cuando en lugar de un viejo con barba
al remo, el capitán de aquel barco era un apuesto joven con uniforme. “¡Qué va!
–le respondía aquel joven a sus preguntas y asombro- Ya hace unos cuantos años
que se cambió el servicio y con este, el patrón. La barca ya estaba inservible,
demasiados años y demasiados trayectos. Y el viejo aprovechó un ERE y se
jubiló.” Y siguió el joven con su monólogo: “Cuando eso sucedió, intentaron
privatizarlo, pero de inmediato le dieron consideración de “universal” y, como
sabe, antes cada uno traía su monedita, pero ahora ya es gratis; lo de siempre:
el gratis total que tan de moda se ha puesto… ¿Que qué hace entonces con la
moneda? No se preocupe, adonde va, siempre la puede necesitar… ¿Y me ha dicho
que era usted?” “Escritor” –le respondió el todavía asombrado pasajero. La
verdad es que la travesía fue bastante placentera, las aguas siempre calmas de
la laguna le permitían disfrutar del paisaje un tanto agreste que la bordeaba
por ambos márgenes. Llegados a su destino, no hubo más remedio que hacer cola
para identificarse. Y entre los recién llegados, acertó a reconocer a algunos políticos,
que hacían una cola especial y entraban por una puerta distinta. Los mismos
funcionarios que le tomaron los datos, le señalaron la puerta que debía
traspasar. Cuando así lo hizo, el panorama no pudo por menos que decepcionar al
escritor. Él había leído en los textos sobre el infierno, en especial en la
“Divina comedia” esos nueve círculos llenos de tormentos y penalidades a que
son sometidas las almas, como toda la literatura que sobre los infiernos se ha
escrito: cadáveres comidos por serpientes; fuegos en los que se achicharran los
traidores, aquel infierno de los enamorados descrito por el marqués de
Santillana donde él querría que lo mandaran por ese toque a lo romántico del
que podría presumir ante sus colegas… Nada de eso. Cuando traspasó la puerta
asignada, un señor con una bata blanca le dio la bienvenida y le explicó con
todo detalle el funcionamiento de la que él llamaba “la casa”. “No. Esto no
tiene nada que ver con la literatura ¡qué equivocados estos poetas! Aquí todos
estamos distribuidos por profesión; usted me ha dicho que es escritor, pues
después le acercaré a sus dependencias. Le noto un poco decepcionado, no lo
esté, ¡si aquí va a encontrarse con amigos, con enemigos y hasta con algunos y
algunas colegas que ni se imagina ¡tanto éxito y ahora…!. Solo una aclaración,
en su caso, como el de todo escritor que viene al infierno, el único alimento
serán sus libros. Se los tiene que comer. Es el procedimiento. Pero mucho peor
lo tienen los que no han leído nunca un libro, pues tienen que leer cada página
que usted después debe comerse. ¿Y con la moneda qué hace? Además de comerse
sus libros, previamente los tiene que comprar. Y si no le alcanza el dinero,
porque son muy caros, puede conseguirlo haciéndose lector de algún compañero o
compañera, esos son méritos o puntos que puede canjear por monedas. Y así por
toda la eternidad.” José López Romero.
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