En la historia de las
diversas manifestaciones artísticas, en las que incluyo por supuesto a la
Literatura, se consignan con especial tipografía aquellos artistas que se
adelantaron, se anticiparon a su tiempo, que fueron precursores de los movimientos
y épocas que ellos, en su brillante y excepcional inspiración, supieron ver
antes que los demás, y por ello se convirtieron en los grandes referentes o
maestros de generaciones sucesivas. En esas historias se les suele denominar
con el galicismo “avant la lettre”. Russell P. Sebold, uno de los grandes
investigadores de nuestra literatura de los siglos XVIII y XIX, por poner un
caso que ahora se me viene a la cabeza, ya advirtió hace muchos años lo que de
precursor del movimiento romántico tuvo ‘Noches lúgubres’, la obra de José
Cadalso, que se anticipaba incluso al éxito del ‘Werther’ de Goethe y la oleada
de suicidios que en toda Europa esta obra provocó. Por su parte, la inmensa
mayoría de artistas y escritores que llenan las páginas y páginas de los
manuales son hijos de su tiempo, y crean sus obras dentro de los límites y
cánones de un movimiento o época que se define a través de unas características
comunes, de unos planteamientos artísticos compartidos, e incluso en algunos
casos de vivencias y amistades. Y en muchas ocasiones, ponerse al margen del
tiempo que a uno le ha tocado vivir, puede traer graves consecuencias, porque
no hay peor castigo para un artista o escritor que su falta de definición y a
veces encasillamiento en grupo, generación o movimiento; tiene que ser muy
bueno para que se le consideren méritos y sobre todo se le consienta su
marginalidad. Pero el peor castigo se convierte en la más trágica condena
cuando ese artista no está a la altura de su tiempo, porque el olvido será su
pena; ni una breve reseña, ni un mínimo comentario merecerá su obra en los
manuales. Pero cuando no se está a la altura de los tiempos históricos,
entonces más que el olvido es la ignominia lo que cae sobre ellos. Baroja se
lamentaba de lo mal que estaban actuando algunos de sus compañeros de
generación, él entre ellos, al comienzo de la Guerra Civil; un ejemplo de cómo
el intelectual sabe perfectamente cuándo no está a la altura de lo que la
historia espera de él. Pero mucho más ignominioso es que un político no esté a
la altura que se le exige. Y en esto la Guerra Civil (cualquier época de la
historia de España) nos da ejemplos más que ilustrativos. Cuando vamos a cerrar
la segunda década del siglo XXI, de nuevo vivimos momentos que exigen de
nuestros políticos que estén a la altura de las circunstancias, para que no
tengamos que lamentar y sufrir las consecuencias, como ya lo hicieron
generaciones no tan lejanas. Y si a los artistas se les olvida, a los políticos
se les recuerda por lo que hicieron o dejaron de hacer, se les recuerda en la
historia, la que permanece en letra impresa, la que no se olvida. José López
Romero.
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