Unos versos del divino
Borges nos vienen a la cabeza después de leer el último poemario de José
Lupiáñez titulado ‘Las formas del enigma’ (ediciones Carena, 2021), que dicen
así: “Si (como el griego afirma en el Cratilo) / el nombre es arquetipo de la
cosa, / en las letras de rosa está la
rosa / y todo el Nilo en la palabra Nilo”
(de su poema “El Golem”). Si extrapolamos o trasladamos la cita al nuevo libro
de Lupiáñez podemos afirmar que en ‘Las formas del enigma’ se contienen, a modo
de compendio, todos los libros del poeta, como si esta última “rosa” fuera el
arquetipo de todos sus versos, como si estos poemas contuvieran todos sus
Nilos. Después de aquella ya muy lejana ‘Laurel de la costumbre’, antología que
recogía su quehacer poético desde 1975 hasta 1988 (ya ha llovido desde
entonces), Lupiáñez no ha parado de entregar a la imprenta, en dosis muy bien
escogidas, buena muestra de su evolución poética hasta llegar a este nuevo
poemario que iguala, contiene y supera a los anteriores. De ‘Número de Venus’
(Campo de Plata, 1996) vuelve el poeta a la brillantez del verso alejandrino,
metro constante en sus posteriores libros, pero que en ‘Las formas del enigma’
nos trae un recuerdo más vívido de aquel poemario de 1996. Hay mucho en su
espléndido “Soliloquio del navegante”, poema inicial de ‘Las formas…’ de aquel
también inicial ‘Pórtico’ de ‘Número…’ y no solo el alejandrino, sino
especialmente la vida como viaje a veces irreal, imaginario, y sobre todo la
conciencia del paso del tiempo. Quizá, no en vano han pasado más de veinte
años, se observa en el “Soliloquio del navegante” una conciencia mayor de la
ausencia, de lo irremediablemente perdido. Y si estos pueden considerarse temas
recurrentes en la poesía de Lupiáñez, sobre todo de sus versos más intimistas,
de los que excelentes muestras tenemos en su libro ‘La edad ligera’, no pocos
encontramos de ellos en ‘Las formas del enigma’: “Despedida” o “En penumbra”
son dos buenos ejemplos de ello. Tampoco renuncia el poeta al exotismo, a esos
ambientes orientales de los que ya habíamos gustado en ‘La luna hiena’ (1997.
Dedicado a Marisa Rodríguez, siempre en nuestro recuerdo): “Mujeres cubiertas”
de Casablanca o “Noche de Alejandría” nos traen ecos de “Favorita” o de “Samair”
del poemario de 1997. Pero si tuviéramos que destacar algo fundamental de este
nuevo poemario de José Lupiáñez, nos quedaríamos con dos elementos; uno
recurrente en toda su poesía (recordemos
la cita de Borges), y otro que ha ido incorporando en sus últimos libros y que
definen como pocos su estilo. El primero y como expresión más acabada de su
sentido y conciencia de la vida como viaje: el mar, que a veces se nos ofrece
como puerto en el que guarecernos de los avatares del destino (de ahí el título
de otro de sus libros ‘Puerto escondido’. 1999), y en otras ocasiones somos
solo náufragos de un tiempo inhóspito. Y el otro, el verso largo, en la mejor
tradición de Rosales o de Dámaso Alonso. Su último poema “El ausente” cierra un
poemario como lo inició con preguntas para las que el poeta, desde su profunda
madurez, tiene una sola respuesta: el lamento por lo perdido. José López
Romero.
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