Pasado ya un tiempo prudencial, el que
dista del dolor a la aceptación resignada de la pérdida, tiempo en el que los
escritores ya reposan en sus obras, a disposición, como siempre lo están, de
los lectores, quiero, si me lo permiten, contar mis encuentros con la obra de
J.M. Caballero Bonald. No sé si fue antes la lectura de ‘Dos días de
setiembre’, en la edición de Argos Vergara (1979) o de ‘Selección natural’ la
antología al cuidado del propio Caballero que publicara la editorial Cátedra
allá por 1983, mis primeros encuentros, lo cierto es que son dos lecturas a las
que les he sacado un buen partido, pues la novela fue la protagonista de una de
la sesiones del club de lectura de la biblioteca municipal, y algunos poemas de
aquella selección (“Espera”, “Nombre entregado”…) se los leo todos los años a
mis alumnos en un intento, siempre desesperado, de que pongan al menos un
verso, un poema en sus vidas. Más tarde el buen criterio que ahora falta hizo
de ‘Toda la noche oyeron pasar pájaros’ lectura obligatoria de aquel tan
recordado C.O.U., y así nuestro alumnado pudo disfrutar, si eso es posible
cuando la lectura se impone por decreto, de la prosa de Caballero. Y con una
periodicidad que no entendía de plazos fijados, sino de gustos y oportunidades,
fui adentrándome en el universo narrativo de Caballero en torno a los paisajes
de la baja Andalucía: ‘Ágata, ojo de gato’ (de la que conservo una edición de
Bruguera, 1977), ‘Campo de Agramante’ y ‘En la casa del padre’, que también
propuse con éxito para otra sesión de mi querido club. Y para entender mejor al
escritor y también a su obra dos textos, uno leído y otro en consulta, tengo a
mano por si falta me hicieran: ‘La costumbre de vivir’, el segundo volumen de
sus memorias, y el estudio que le dedicara a sus novelas José Juan Yborra Aznar
titulado ‘El universo narrativo de Caballero Bonald’ (Diputación de Cádiz,
1998), el mismo excelente investigador que publicara en la revista ‘Trivium’
(nº 10, 1998) el artículo “Suma bonaldiana, aproximación a los títulos
bibliográficos sobre la obra de creación de José Manuel Caballero Bonald”. Y
por supuesto, tan a la misma mano, a tiro de brazo, tomo de vez en cuando de la
estantería su ‘Somos el tiempo que nos queda’ y leo algunos poemas, sueltos,
los que el azar pone ese día ante mis ojos, y termino siempre por releer aquel
“Espera” (“Y tú me dices / que tienes los pechos rendidos de esperarme, que te
duelen los ojos de estar siempre vacíos de mi cuerpo, / que has perdido hasta
el tacto de tus manos / de palpar esta ausencia por el aire, / que olvidas el
tamaño caliente de mi boca…”) y, por supuesto, “Nombre entregado” (“Tú te
llamabas tercamente Carmen / y era hermoso decir una a una tus letras, / …
Ahora es de noche y tú no tienen nombre, / a nadie pertenecen tu voz, tus
adjetivos, / mientras cae la lluvia / mansamente y es más torva la vida /
cuando al llamarte sé que ya no tienes nombre…”). Y cuando termino de leer
estos versos siempre hago el propósito de leérselos al día siguiente a un grupo de alumnos, para que pongan al
menos por un día un poema en sus vidas. Y cuando los leo en clase siempre se
produce el milagro: el silencio. José López Romero.
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