Me niego a entender la lectura sólo como un medio para alcanzar conocimiento o como disfrute o divertimiento. Quizá tanto tiempo en contacto con libros de todo tipo y especie, me ha hecho exagerar la importancia, lo fundamental que para mi vida y pienso que para toda la humanidad (¡ya estoy exagerando!) representa la lectura; hasta el punto de que el ser humano no se entiende sin ella y de que es una, la más evidente, de las características que nos distingue de los animales. Yo puedo contar mi intrahistoria particular por los libros que he leído, cómo a través de ellos he ido experimentando emociones y sentimientos, de la misma manera que puedo recorrer mi vida a través de esas mismas emociones y sentimientos que familia, amigos, compañeros o simples conocidos han despertado en mí. Mis primeros libros (“La busca” de Baroja, “Sonata de otoño” de Valle-Inclán); los libros que me han hecho llorar (“El Quijote”, “84, Charing Cross Road” de Helene Hanff); los que me han hecho reír (“El Quijote”, “La conjura de los necios”, “No hay ladrón que por bien no venga” de Darío Fo); los libros que me han estremecido (“En el punto de mira” de Arthur Miller; “Macbeth”; “Apartamento en Atenas” de Glenway Wescott; “La fiesta del chivo”); o esos libros que como viejos amigos te acompañan toda la vida (“Bomarzo”; “Momentos estelares de la Humanidad ”; “El Quijote”; “Macbeth”; “La Celestina ; etc.). Sin olvidar aquellos en los que he trabajado e investigado, cuyos frutos son otros libros que, como hijos, conservo cerca de mí. Libros, lecturas, escritores que ahora se me agolpan en la memoria y cuyos títulos y nombres no cabrían en las líneas de este artículo y que tienen sin duda un lugar en mi corazón. Y sin embargo tengo la sensación de que la imagen de lector que estoy proyectando pertenece ya a un tiempo pasado que poco tiene que ver con la actualidad, más preocupada por las nuevas tecnologías, el consumismo y la cultura audiovisual. La verdad es que no me importa lo más mínimo. Los que no han tenido ni tienen la fortuna de leer, nunca llegarán a experimentar esas impagables sensaciones y emociones que un lector siente con un libro, con su simple tacto, con el paso de sus páginas, con sus versos y sus historias que son nuestra vida. José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
sábado, 18 de diciembre de 2010
viernes, 10 de diciembre de 2010
M.HOUELLEBECQ
Premios hay repartidos por toda la geografía universal, pero por España menudean, que no se le concede al que más méritos atesora, sino al que más necesidades tiene. Que si una hipoteca por allí, o la universidad de los niños, o un pequeño aprieto económico… Así, algunos y algunas han llegado a hacer fortuna y hoy disfrutan hasta de segunda vivienda en la costa. Y esto sucede porque los amigos que tiene el premiado saben que ganan voluntades y que, en un momento dado, se actuará a la recíproca. La prueba: las colonias de escritores ya asentadas las unas y repantingados los otros en litorales no muy lejanos. Por no hablar de esos premios en los que ha metido la mano y sobre todo la pata la autoridad incompetente que nos desgobierna. Ahora bien, un premio cuya dotación económica alcanza la cifra de 10 euros prestigia al galardonado, porque ¡vaya faena darle un premio a un amigo con esa cantidad, que no tiene ni para invitar a cañas!; así, nadie puede pensar que otros intereses que no sean los méritos ensucian el veredicto. A Michel Houellebecq se le acaba de conceder el prestigioso premio Goncourt, el máximo galardón de las letras francesas, cuya dotación es la cantidad antes señalada: 10 euros. Pero es que Houellebecq es de los pocos escritores franceses que no necesitan presentación alguna, porque sus obras, desde aquellas “Partículas elementales” han gozado si no del favor de todos los lectores, sí al menos de la curiosidad, y hoy disfruta de una bien ganada legión de seguidores que ven en este novelista un agitador de conciencias, un cronista despiadado de los vicios de una sociedad, la actual, llena de egoísmo y falta de los más mínimos principios morales. Un amigo, que se cuenta entre esa legión de lectores impenitentes de Houellebecq, describía su estilo como el bisturí que va cortando con la pericia y exactitud de cirujano la carne podrida de una sociedad a la que, estoy seguro, un elemento como Houellebecq siempre le parecerá cuando menos molesto. Debo confesar que yo también me cuento entre sus seguidores; desde “Plataforma”, pasando por “Las partículas elementales”, “Ampliación del campo de batalla” y su breve pero también ácida “Lanzarote” mi interés por este escritor ha ido en aumento, y esperándome en la estantería de “lecturas pendientes” tengo “Enemigos públicos”, colección de correos electrónicos que se intercambió el novelista francés con el filósofo Bernard-Henry Lévy. Es cierto que su discurso puede resultar por momentos provocador (las escenas de sexo, el tratamiento de las enfermedades, la soledad, la depresión son aspectos en los que el escritor se recrea), pero en todas estas novelas he notado la misma sensación: los protagonistas de Houellebecq no quieren otra cosa que encontrar su lugar en el mundo, la felicidad posible, la solidaridad del ser humano, la comprensión, en definitiva, todo lo que nos hace ser personas, tan débiles como indefensas ante una realidad poco acogedora. ¿Es eso tan molesto? José López Romero.
sábado, 4 de diciembre de 2010
RARO
Aby Warburg es uno de estos personajes extraños que nos encontramos al hilo de lecturas que empezamos con la misma expectación como satisfacción nos producen a su término. Su historia me la cuenta Alberto Manguel en su magnífico trabajo “La biblioteca de noche”, libro al que seguro volveré en esta página. Nacido en Hamburgo en 1866 e hijo de banqueros judíos, Warbugg cedió su primogenitura a favor de su hermano menor con la única condición de que éste le comprara todos los libros que él durante su vida le pidiera. Así, fue formando una de las mayores, mejores y más originales bibliotecas de Europa. Por la renuncia al negocio familiar ya podemos deducir que estamos ante una persona con una sensibilidad especial, alguien cuando menos extraña a un mundo que no entiende, ni entendía en la época de Warburg, de “rarezas”. De genio desasosegado y melancólico, aquellos años de entre siglos no fueron los más apropiados para un bibliófilo que intentó resguardarse de un mundo cada vez más hostil en su enorme biblioteca. La primera gran guerra fue uno de los acontecimientos que sumió a Warburg en la angustia hasta el punto de ser internado en una clínica suiza. Pero Aby Warburg también sabía que las grandes guerras no son sólo los peligros a los que estamos expuestos, hay otras guerras tan destructivas o con efectos más deletéreos que aquellas que se hacen con bombas y misiles. Son esas pequeñas guerras de todos los días, en los que uno se ve envuelto sin posibilidad alguna de evitarlas. Son las guerras contra el vecino, contra las ventanillas, contra el tráfico; esas “pequeñas” batallas diarias contra una sociedad en las que nos miramos unos a otros como enemigos e intentamos cada día marcar nuestro territorio, como si fueran trozos de barricadas en las que protegernos y proteger a los nuestros. Aby Warburg dejó tomos y tomos de breves reflexiones fruto de su mente sensible; entre ellas ésta que deberíamos poner en la puerta de nuestras casas como antes poníamos el corazón de Jesús: “vive y no me hagas daño”.José López Romero
miércoles, 24 de noviembre de 2010
POR LA BOCA...
“Un mitin es un acto público del que se puede afirmar que, cuando se celebra, unos dicen cosas que no piensan y otros piensan cosas que no dicen”, nos dice el narrador de la novela de Vladimir Voinóvich ‘Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin’, una extraordinaria obra que ridiculiza con una ironía magistral la guerra. Pero es que más adelante insiste en la oralidad con otra magnífica perla: “Uno puede hablar de lo que debe o de lo que no debe. Quien habla de lo que debe obtiene cuanto es debido e incluso, a veces, un poco más. Quien habla de lo que no debe va a parar al Lugar Apropiado…”. En la Rusia profunda el “Lugar Apropiado” se lo pueden ustedes imaginar, pero más de uno, sobre todo aquel que nos vicegobierna, habrá mandado al Lugar Apropiado, al que todos mandamos a quien nos molesta, a un expresidente de gobierno que le dio hace unos días por decir más de lo que pensaba y por hablar de lo que no debía, aunque no necesitara un mitin, sino una entrevista para ponerse en evidencia. Y a pesar de que el refranero, y como sabiduría popular siempre digno de tener en cuenta, en esto de la oralidad es rico y en exceso prudente (“en boca cerrada no entran moscas”; “callando el necio es tenido por discreto”; “callar como en misa”; “callar como puta”; “calla y come”; etc. recogidos del ‘Vocabulario de refranes y frases proverbiales’ de Gonzalo Correa), es innegable que una de las aptitudes más desatendidas por el sistema educativo desde hace sus buenos años, por no decir décadas, es precisamente la expresión oral. Mientras que da gusto ver a niños argentinos, o uruguayos o chilenos que no levantan ni media cuarta del suelo ponerse delante de un micrófono y expresarse como no lo harían sesudos intelectuales de este país, a nuestros jóvenes (y no hablo ya de niños), en cambio, les cuesta no sólo articular una frase que sea fonéticamente comprensible, sino morfológica, sintáctica y semánticamente correcta; algunos han perdido casi de forma irreparable la articulación lingüística y se comunican por ruidos o gruñidos que mucho tienen que ver con el lenguaje animal y que, bien estudiados, nos podrían llevar al lenguaje de Atapuerca. Lo que habría que preguntarse es si aquellos métodos de enseñanza, medievales si se quiere, pero también renacentistas y por tanto clásicos por excelencia, que se basaban en el arte de la retórica, en el conocimiento de los resortes del convencimiento a través de la palabra, de la dicción, de la argumentación, del diálogo platónico son sistemas por antiguos despreciables. Hoy en día, el arte de la palabra es terreno hollado por unos pocos y, sin embargo, la palabra bien dicha siempre ha ejercido en la masa una gran admiración y por ello ha sido y es fuente inagotable de votos. Pero sólo la palabra bien dicha y a su debido tiempo y lugar. Para decir inconveniencias, mejor el refranero: “callarse como una puta” o mandar al indiscreto al Lugar Apropiado. José López Romero.
miércoles, 17 de noviembre de 2010
LA PLAY
“- ¡Deja eso!” – me sobresalta la imperiosa voz de mi hijo, que creía afanado gestionándose un entrecot de ternera (la madre, que es una blanda). Por muy rápido que intenté cambiar de canal, no logré impedir que escuchara una noticia que yo sabía me iba a costar algún reproche. “-No ves. ¿Y ahora qué?” Y todo porque al hilo de unas imágenes de unos jóvenes jugando a la play, el reportero afirmaba categóricamente que las videoconsolas activaban las neuronas del cerebro, al margen de los callos en las yemas de los dedos. Estaba demostrado – se decía en la noticia- que esas máquinas infernales desarrollaban los reflejos y producían efectos beneficiosos en las cabezas de nuestra juventud. Mi hijo (lo tenía claro) en cuanto terminó con la carne, se dispuso en su buen sillón a pasarse toda la tarde con el dichoso mandito entre las manos, “a desarrollar mi cerebro” –decía hasta guasón-, y a ver quién era el guapo que le decía algo. Lo que no sabe mi hijo, y seguro que tampoco se quiere enterar, como todos los jóvenes de hoy (o casi todos), es que la lectura, está demostrado también, no sólo produce excelentes beneficios en nuestro cerebro y a todas las edades y que, por añadidura, se ha localizado hasta la zona que se activa con el placer de los libros. Si puede ser cierto (yo no lo voy a poner en duda), que dedicar toda una tarde a matar marcianos o terroristas puede desarrollar zonas de nuestro cerebro, al margen de la flexibilidad de los dedos, aunque la vida sedentaria provoque también enfermedades como la alarmante obesidad que ya padece buena parte de nuestros jóvenes, no es menos cierto, y esto es indudable, que la lectura, además de producir placer y satisfacción, y de activar también nuestras neuronas, nos enseña muchas más cosas (redacción, ortografía, vocabulario, etc.) que no aprendemos con las maquinitas. Si se les metiera en esos cerebros tan activos a nuestros hijos que hay un tiempo para la play, como otro para la lectura, incluso para practicar algún deporte, su futuro de seguro estaría garantizado. ¡Lástima que tengan tan buena cabeza para unas cosas y para otras no tengan ni dos dedos de frente! José López Romero.
jueves, 11 de noviembre de 2010
OBSCENO
Lo siento, pero no me terminan de gustar (y cuando se habla de gustos, ya se sabe que en estas cuestiones…) ciertos escritores norteamericanos en cuyas novelas los protagonistas y casi todos los personajes se pasan página sí y otra también acabando con las provisiones de las destilerías de whisky y llevándose a la cama a cualquier prójima que se ponga en el punto de mira. Llevo casi un mes con la novela “Mujeres” de Charles Bukowski encima de la mesa y siempre que me pongo a leer prefiero invertir mi tiempo, cada vez más escaso, en libros que me calienten sólo la cabeza. Su protagonista, Henry Chinaski, “viejo indecente y alter ego del autor”, como lo define la contraportada, se pasa las cien páginas que llevo leídas en un estado de pre-coma etílico y, hasta en momentos de semiinconsciencia, logra el tío cumplir como un hombre con las seis o siete mujeres que ya han pasado por su cama. Aunque salvando las distancias, en “Los tipos duros no bailan” Norman Mailer nos presenta otra especie de héroe del alcohol y la virilidad, Tim Madden, que curiosamente comparte con el tal Chinaski su profesión de escritor y su adicción al bourbon y al sexo. Y aun reconociendo que la novela de Mailer tiene más enjundia que la de Bukowski, ambas adolecen de una obscenidad que a mí al menos y como he dicho antes no me acaba de gustar. “Obsceno: impúdico, torpe, ofensivo al pudor”; “pudor: Honestidad, modestia, recato”, así define nuestra Real Academia de la Lengua en su Diccionario estos dos vocablos. Quizá sea esto lo que también ha molestado a algunos libreros de Valencia, a la Ministra de Cultura y a otros políticos del libro de Sánchez Dragó, en el que el siempre polémico escritor entre literatura y “alter ego” (al estilo de Chinaski) explicaba cómo se había acostado con dos “zorritas japonesas de 13 años”. Confieso que no he leído “Dios los cría…” del que es co-autor Albert Boadella, pero de la misma manera deberían los que ahora se rasgan las vestiduras prohibir “Opus pistorum” de Henry Miller en cuya primera página también se habla explícitamente de sexo con menores. La vara de medir obscenidades, según la moral hipócrita a la que estamos tan acostumbrados en este país, es muy ancha para unas cosas y para unos y muy estrecha para otras y para otros. Si el sexo con menores es una verdadera perversión y por ello reprobable y condenable, también es obsceno e impúdico, desde el punto de vista ciudadano, los programas de televisión que mercadean con la vida privada; obscenos los que vienen a provincias a dar conferencias, con la soberbia de que aquí nos lo tragamos todo, hasta el chapapote con que nos intentan engañar; y obscenos los que eligen políticos para que su partido gane las elecciones, no para que sirvan al bien común, a su ciudad, a su comunidad y a su país; la razón de partido antes que la razón de estado. Si medimos con la vara de la impudicia, en comparación con algunos, no sólo Sánchez Dragó, las novelas de Bukowski lo mismo nos parecerían cuentos para niños. José López Romero.
miércoles, 3 de noviembre de 2010
NECIO
María Blasco es una investigadora de fama mundial en oncología y envejecimiento. Algunos ya le auguran que más tarde o más temprano el Nobel de Medicina lo tiene en el bolsillo. Dicho esto, no podemos negar que nos encontramos ante una mujer con quien la humanidad está en deuda permanente e impagable, pues está dedicando su vida a la investigación, a la mejora de las condiciones de vida de todos nosotros, en su intento, con éxito por otra parte, por luchar contra las enfermedades y el paso del tiempo. María Blasco cobra al mes 4.000 euros, al marido de la Esteban le han ofrecido 500.000 por una exclusiva. De acuerdo con este dato, que no nos debe dejar impasibles, no es de extrañar que en uno de esos programas de televisión que sufrimos los veranos, aparezca un bulto sospechoso con gafas de sol, blandiendo en su mano una especie de abrevadero de calimocho y con el ademán chulesco, con la desvergüenza de la ignorancia espete a la cámara: “yo también soy un pureta, yo leo libros…” e intentó en vano acordarse con su lengua estropajosa del último título que había puesto entre sus manos sucias. Yo no sé ya, en estos tiempos tan complicados, si a la televisión sólo se asoma la flor y nata de los mentecatos de este país, que parece están esperando a las cámaras en todas las esquinas o en cualquier playa para soltar el exabrupto de rigor, o si la mentecatez, la zafiedad, la ordinariez son ya genes que se han incorporado al ADN de este país. En “Nuestro GG en La Habana”, novela de Pedro Juan Gutiérrez, un viejo boxeador, Crazy boy, le comenta a Grahan Green: “El boxeo es la vida. O al revés. La vida es un boxeo: uno golpea, lo golpean a uno. Y gana el que pega más duro, más rápido y con mayor capacidad de asimilación. Eso es la vida, míster.” Cuando uno se para y observa los 4.000 euros de María Blasco y los 500.000 ofrecidos al de la Esteban, aun estando de acuerdo con las palabras de aquel viejo y deshaparrado boxeador de La Habana, yo me quedo con Macbeth: “La vida… es una historia contada por un necio, llena de ruido y furia que nada significa”. José López Romero.
jueves, 28 de octubre de 2010
COMPULSIVO
“Dusty había concluido que la gente podía renunciar a cosas; lo que no podía era dejar de comprarlas”. Dusty es una psicóloga que intenta ayudar a Mrs. Ransome una vez que al matrimonio Ransome le han desvalijado la casa, hasta el extremo de llevarse hasta el papel higiénico. Me estoy refiriendo a la novelita de Alan Bennett “Con lo puesto” (a la que citaba hace dos semanas). La ayuda psicológica para la protagonista, como pueden comprender por lo del higiénico, no era para menos. Cuando leí esta frase de la novela de inmediato la relacioné con un estudio que habían hecho los departamentos de matemáticas de tres universidades españolas (dos valencianas y una del País Vasco) sobre la adicción a las compras de los españoles y la predicción del consumo hasta el año 2013. Partían los sesudos matemáticos de las estadísticas actuales (habrá que cambiar el aserto orteguiano: “yo soy yo y mis estadísticas”), que arrojan el siguiente punto de partida: el 44,03 por ciento se encuadra dentro del grupo de compradores racionales (personas con un alto autocontrol sobre la compra), el 39,20 por ciento en el de sobrecompradores (personas con hábitos de compra impulsiva y una alta tendencia a la compra emocional o no planificada) y un 16,77 por ciento de la población es adicta a las compras (son aquellos ciudadanos con dificultad para controlar su comportamiento impulsivo-compulsivo de compra); y después de indescifrables fórmulas matemáticas llegaban a la conclusión de que en el 2013, una vez superada la crisis (¡qué ilusos!), el porcentaje de adictos subiría en detrimento de los racionales. La conclusión no puede ser más apabullante: “En épocas de bonanza económica, donde mayor porcentaje de individuos considera expectativas económicas futuras positivas, se acelera el ritmo de crecimiento de la subpoblación de adictos a las compras”. Lo mismo con la simple observación del índice de ventas de coches habrían llegado a la misma conclusión sin tanto alarde matemático, pero cómo entonces se hubiesen entretenido tantos matemáticos y, sobre todo, hubiesen justificado sus sueldos universitarios que no son moco de pavo. Yo he conocido y conozco personas adictas a la compra de libros, incluso yo mismo sufrí en cierta época de esta compulsión aunque yo me incluiría en los “sobrecompadores” ya que no llegué al extremo, como otros ilustres lectores, de esconderle a mi mujer las compras que iban llenando las estanterías y las paredes de la casa; quizá por ello tenga una mayor sensibilidad o comprensión hacia las personas que van a una librería y se compran el último libro publicado; pero me retiro por prudencia de aquellos que están comprando “La caída de los gigantes”, no vaya a ser que me inoculen el virus de la adicción para el que no hay ni supositorio que lo cure, aunque si lo hubiera muchos se los pondrían ¿con tal de comprarlos? José López Romero.
miércoles, 20 de octubre de 2010
CARTAS
Los epistolarios son un “género” que visto desde lejos nos puede resultar menor y hasta marginal, pues una colección de cartas dirigidas a amigos, conocidos o personas de interés y relevancia en su época, quizá no tenga el suficiente atractivo para el lector. Sin embargo, precisamente por ello es en las cartas donde podemos conocer más de cerca no sólo al personaje, sino a sus destinatarios. Muchas veces nos asalta la curiosidad por saber qué es lo que hay detrás de una persona pública porque, dicho sea de paso, el epistolario que nos puede interesar no es exclusivo de escritores y artistas en general, sino de cualquier persona que por diversos motivos tuvieron o desempeñaron un papel importante en la historia. Tengo a mano tres epistolarios que son otros tantos retratos de sus autores, pero esta vez es la palabra sincera la que va perfilando llena de matices la figura del protagonista: sus pensamientos, sus anhelos, sus proyectos, pero también sus dificultades, la vida doméstica, la amistad; es decir, lo que es un ser humano en toda su dimensión. Juan Luis Vives tuvo que huir de España ante el riesgo de ser apresado por la Inquisición ; las cartas dirigidas a Erasmo de Rotterdam y las que éste le remitió, que forman ya en sí mismas un epistolario, son un inestimable documento de las inquietudes religiosas o teológicas que ambos personajes, lo más granado, los dos verdaderos monstruos sagrados (si ellos me permiten el calificativo) del humanismo renacentista, tenían. Hace ya unos años, en la famosa cuesta Moyano de Madrid, me encontré con un volumen que recogía el Epistolario completo de Francisco de Quevedo, en una edición barata pero prologada por el gran Luis Astrana Marín. De la enorme correspondencia que mantuvo Quevedo con los más altos personajes de la Corte , destaca la serie dirigida al duque de Osuna, de quien fue D. Francisco secretario y consejero particular, y de cuyas peripecias por Nápoles, de la que fue virrey el duque, por poco le cuesta la vida al genial escritor. Y finalmente, de D. Gaspar Melchor de Jovellanos se conserva también una extensa colección de cartas (más de un millar), de la que una selección fue publicada por la editorial Labor al cuidado de D. José Caso González, uno de nuestros grandes expertos en el siglo XVIII. Con total acierto Caso González en el prólogo a la edición va insertando las cartas seleccionadas en los acontecimientos personales e históricos que jalonaron la vida del escritor reformista, a los que no deja de hacer alusión en su correspondencia. Podíamos citar muchos ejemplos de epistolarios que alumbran la personalidad de políticos, artistas, hombres de negocios, etc. Por ahora se me hace difícil imaginar un volumen que recoja los mensajes enviados a través del correo electrónico o incluso de los móviles por algún escritor o personalidad pública, pero todo se andará. ¿O ya se ha publicado alguno? ¿Tendrá correo electrónico Belén Esteban? No quiero ni pensarlo. José López Romero.
miércoles, 6 de octubre de 2010
VERANO
-“¡¡¿Usted otra vez?!!” – me recibe el cura tridentino que me cosió a penitencias el verano pasado. “¿Otra vez viene, contrito y confeso, a arrepentirse por haber leído un best-seller?”. –“¿Cómo me ha reconocido?” –le respondo sorprendido. – “Porque lleva usted la marca de Stieg Larsson en la cara”. “Pues sí. A eso vengo, a confesar que he caído de nuevo este verano y me he leído el segundo tomo de la trilogía ‘Millennium’, de cuyo título ni quiero ni puedo acordarme. Pero a diferencia del primero, éste me ha parecido realmente malo, un verdadero bodrio, con una trama que no se la creen ni los suecos, penosamente hilvanada y no hablemos de otros aspectos. Es decir, un disparate narrativo. –“Pero usted a qué viene aquí? ¿a confesarse o a acusar?” Y supongo que no habrá dedicado todo el verano a leerse el bodrio que usted dice. A ver si con las otras lecturas podemos hacer algo por su alma” –me dijo el cura poco convencido de la propuesta. “Pues mire usted –le respondí más animado, pensando que con las otras lecturas al menos podría moverle a compasión, aliviar mi pena y, sobre todo, esperar que no se ensañara con el castigo- ‘Dos crímenes’ de Jorge Ibargüengoitia es de lo mejor que he leído; un autor al que cada vez se acerca más público y que de seguro a ninguno defrauda; ya leí el pasado verano ‘Las muertas’ y me parece un escritor magnífico. Como magnífica es la biografía de Stefan Zweig de Oliver Matuschek (‘Las tres vidas de Stefan Zweig’), que complementa perfectamente la que escribió el propio Zweig (‘El mundo de ayer’); un autor, Zweig, de mesilla de noche. Dos novelas de Andrea Camilleri para hacer más soportable el calorcito de este verano, que no ha sido poco; en la línea siempre refrescante y divertida de las peripecias del inspector Montalbano. He revisado escritores como Buero Vallejo (‘Las trampas del azar’) y Juan Benet (‘El aire de un crimen’); y me ha sorprendido el escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez y su ‘Nuestro GG en La Habana ’, hasta el punto de que ya tengo preparada su ‘Trilogía sucia de La Habana ’. Alguna cosilla más he leído, pero no vienen al caso. El cura se acarició la barbilla con el índice y el pulgar y sentenció: - “Ya que se pone usted así, por este año se va a ir de rositas; pero como el año que viene venga con el tercer tomo de ‘Millennium’ yo ya no podría salvarlo: ¡al infierno!”. José López Romero.
sábado, 25 de septiembre de 2010
CEREBROS
Sorpresa la que me llevé yo el otro día: en varias mesas de una conocida cervecería varios clientes leían en voz alta. Algunos eran los mismos que en los años 80 se sentaban en los mismos lugares con las “Poesías Completas” de Machado bajo el brazo; pero ya la pana y la barba de aquellos años dejaban paso ahora a la camisa Ralf Lauren y a la lustrosa calva (¡Sic transit gloria mundi!) ¿No será, me pregunté, que ha llegado a sus manos (como a las mías llegó procedente de las de mi amigo Juan) una hoja en la que se describía cómo se ejercitan las zonas del cerebro según las actividades?: pocas zonas en un “pensamiento sencillo”; algunas más en la “resolución de un problema de matemáticas”; muchas más en la “resolución de problemas matemáticos contrarreloj”, y casi todo el cerebro se activa con la “lectura en voz alta”. ¿O será que han vuelto a la lectura a viva voz que A. Manguel, en su “Historia de la lectura”, señala que tenían por costumbre los antiguos, hasta el punto de que a San Agustín (“Confesiones”) le parecía extraña la manera de leer de San Ambrosio: “cuando leía sus ojos recorrían las páginas y su corazón penetraba el sentido; mas su voz y su lengua descansaban”. La lectura de un poema en voz alta, si se sabe leer adecuadamente, es con mucho el mejor placer que un lector puede darse y dar a sus oyentes. Por desgracia en aquella cervecería, las neuronas llevaban la marca de la cruzcampo.
martes, 20 de julio de 2010
Reseña: "Sonetos lujuriosos"
Sonetos lujuriosos
Pietro Aretino. Visor, 1991.
Luis Antonio de Villena, a cuyo cargo corren el prólogo y la traducción de estos sonetos, define al Aretino en los siguientes términos: “Chantajista, libelista, periodista, pornógrafo, crítico de arte, vividor”, o también: “el divino”, para unos; el “azote de príncipes”, para otros. Lo cierto es que el Aretino es uno de esos personajes que convirtieron su vida en obra de arte; con más motivo aún cuando le tocó vivir o beberse a tragos largos lo mejor del Renacimiento italiano. Digamos que el Aretino fue en conclusión un provocador; no se entiende de otra manera, la escritura de estos sonetos lujuriosos que, a modo de obra curiosa, publicó Visor en su prestigiosa colección de poesía. Dieciséis sonetos más tres en apéndice conforman este conjunto que ofrece el texto italiano y la traducción de Villena. Con “Jodamos, alma mía, jodamos enseguida, / pues todos para joder hemos nacido” se inicia el conjunto. Poesía y filosofía puras. Toda una declaración de intenciones. J.L.R.
Pietro Aretino. Visor, 1991.
Luis Antonio de Villena, a cuyo cargo corren el prólogo y la traducción de estos sonetos, define al Aretino en los siguientes términos: “Chantajista, libelista, periodista, pornógrafo, crítico de arte, vividor”, o también: “el divino”, para unos; el “azote de príncipes”, para otros. Lo cierto es que el Aretino es uno de esos personajes que convirtieron su vida en obra de arte; con más motivo aún cuando le tocó vivir o beberse a tragos largos lo mejor del Renacimiento italiano. Digamos que el Aretino fue en conclusión un provocador; no se entiende de otra manera, la escritura de estos sonetos lujuriosos que, a modo de obra curiosa, publicó Visor en su prestigiosa colección de poesía. Dieciséis sonetos más tres en apéndice conforman este conjunto que ofrece el texto italiano y la traducción de Villena. Con “Jodamos, alma mía, jodamos enseguida, / pues todos para joder hemos nacido” se inicia el conjunto. Poesía y filosofía puras. Toda una declaración de intenciones. J.L.R.
viernes, 25 de junio de 2010
LA MIRADA
Admiro a la escritora Donna Leon desde que leí hace unos años su ‘Amigos en las altas esferas’, novela a la que le siguieron algunas más, y ya tengo preparadas para el verano otras que tienen como protagonista al comisario Guido Brunetti. Pero si les soy sincero, prefiero el tono más desenfadado e irónico de Camilleri con su Salvo Montalbano y la galería de personajes, entre los que destaca Catarella; o incluso a Petros Márkaris con su comisario Kostas Jaritos, quizá porque al hilo de crímenes y asesinatos nos ofrece una visión muy sincera de un país (Turquía) y una ciudad (Estambul) encrucijada de civilizaciones y culturas tan lejanas como cercanas a las nuestras. Pero no me gusta la Donna Leon que leo en entrevistas que han sido publicadas en diferentes revistas, en las que se muestra excesivamente crítica con los italianos. Una mujer inteligente como Donna Leon ya se ha encargado de denunciar en sus novelas la corrupción que se enseñorea de un país, en concreto de Venecia, ciudad en la que ambienta todas las peripecias de Brunetti; denuncias que repite una y otra vez en las entrevistas, pero no se puede “morder tanto la mano de quien te da de comer”, porque también hay que predicar con el ejemplo. Y ahora resulta que la señora Leon vive del alquiler en Venecia, porque su residencia la tiene en Suiza y conserva su nacionalidad americana, porque sigue votando en EE.UU. Es la mirada cínica de quien se permite ver el mundo por encima del hombro. Una mirada que también descubrimos en actores como Alberto San Juan, que ahora “hace caja” en intervenciones en series de televisión, y que se sigue aprovechando de la subvención con su grupo Animalario, subvención que también tuvo que ganarse con el sudor de su ceja con aquel gritito de “No a la guerra” en la entrega de los Goya y con su pertenencia a la peña del circunflejo. Hace unos meses le leía al señor San Juan en una entrevista la siguiente frase: “¿Manifestarme para pedir que no haya crisis? Al estar yo solo, sin hijos a los que mantener, a mí me afecta relativamente”; una frase que deja al descubierto la catadura moral de un actor que se mira antes el bolsillo cuando de denunciar y comprometerse se trata. Todo un ejemplo. José López Romero.
jueves, 17 de junio de 2010
LA VERDAD
“El periodismo, viejo o nuevo, debe atenerse ante todo a la verdad”, nos venía a decir Gay Talese, considerado como el padre del “Nuevo Periodismo”, en una entrevista. Y hace unos días un famoso director de un periódico nacional se dejaba caer con este titular: “Viviremos una nueva era de esplendor periodístico” en referencia a las incalculables aplicaciones de las nuevas tecnologías en esta sociedad de la información y la comunicación. Y en realidad, el periodismo, sea viejo o nuevo pero que sea bueno, no ha hecho otra cosa que exponer la verdad desde que nació como hojas volanderas o panfletillos, para alcanzar una primera época de esplendor en el siglo XIX (magnífico el libro de Mª Cruz Seoane ‘Historia del periodismo en España. Siglo XIX’, Alianza Universidad), y terminar con su consolidación definitiva como ese cuarto poder a lo largo del XX. ¿Nuevo esplendor? Yo más bien diría que el periodismo nunca ha pasado por momentos críticos y siempre ha gozado de buena salud, porque unos u otros le han dado a la sociedad lo que ésta en su diversidad les ha demandado. En España son incontables los grandes nombres que han contribuido a ese esplendor de la prensa escrita, desde Larra, pasando por José Mª Pemán (mejor periodista que poeta o dramaturgo), González Ruano o el mismo Umbral (al que también podemos aplicar lo dicho a Pemán); hoy los nombres de excelentes profesionales del periodismo no cabrían en las páginas de este Diario, muchos de los cuales han marcado estilo en la profesión, han sido reconocidos pero, sobre todo, y quizá esto sea lo más importante para un periodista, gozan del prestigio de la verdad. Porque al margen de nombres y tiempos, la sociedad, o parte de ella, seguimos queriendo del periodismo ante todo la verdad, lo que se ha llamado de toda la vida “información”, sin perjuicio de la opinión que forma también, si se sabe utilizar, ciudadanos libres y comprometidos. Por eso, en un mundo en el que la información llega tan deprisa y a tantos sitios, en que sin duda “viviremos una nueva era de esplendor periodístico” con el uso de las nuevas tecnologías, el ciudadano cada vez exige más que el periodista responda a la verdad y no a los intereses del grupo mediático al que pertenece. El daño que a la sociedad le están haciendo algunos medios de comunicación, algunos periodistas que en otro tiempo gozaron de prestigio, hoy convertidos en la voz de su amo (que ya murió, por cierto), la ocultación de la verdad, la defensa de lo indefendible por salvar la subvención, ya no es periodismo, sino fraude, mentira y mezquindad. José López Romero.
miércoles, 9 de junio de 2010
BRUGUERA
Aunque mi compañero de página se consolaba la semana pasada con el socorrido refrán “no hay mal que por bien no venga”, para segar a golpe de guadaña tanta subvención indiscriminada, ¡y que conste que no le faltaba razón!, por los mismos días en que escribía su artículo nos llegaba la triste noticia del cierre de Bruguera. El Grupo Zeta, al que pertenecía desde hacía unos años el sello de esta antigua editorial, después de su primera quiebra sucedida en los años 80, ha decidido acabar con una colección revitalizada en el 2006 con una nueva y atractiva línea editorial dirigida por Juan Pascual y la escritora Ana María Moix. Cuando entramos en una librería muchas veces nos preguntamos cómo pueden sobrevivir editoriales que no dejan de publicar libros cuyas ventas de seguro no llegan ni a cubrir gastos. Algunas mantienen la actividad con escritores y libros que son éxito seguro; otras malviven con una pequeña cuota de mercado; pero la mayoría, y no digamos las minoritarias, se las va a llevar la crisis por delante, si no acude a su rescate grupos como Planeta, que hace poco compró el Círculo de Lectores, que estaba ya en situación delicada. Absorciones y fusiones que, al igual que sucede en el mundo financiero con las cajas de ahorros, bien puede ser un remedio contra unos tiempos que se presentan muy oscuros. Sin embargo, un remedio que se ha visto ineficaz en el caso de Bruguera y el Grupo Zeta. En nuestras bibliotecas personales, que hemos ido formando desde hace unas cuantas décadas los que podemos definirnos como “los que ya peinamos canas o no peinamos nada”, no faltan libros de Austral, Alianza Editorial y, por supuesto, Bruguera. De éstos, la colección de clásicos es de lo mejor que podíamos comprar en aquellos años: las antologías del teatro de Tirso, del teatro del siglo XVIII, las poesías de Lope, los dramas de Shakespare, etc. a precios irrisorios, la mayoría a 60 ptas. La dichosa crisis nos va a dejar hasta sin recuerdos. José López Romero.
sábado, 5 de junio de 2010
LA ESCUELA
“No recuerdo haberme sentido ‘alegre y feliz’ en ningún momento de mis años escolares –monótonos, despiadados e insípidos- que nos amargaron a conciencia la época más libre y hermosa de la vida, hasta tal punto que, lo confieso, ni siquiera hoy logro evitar una cierta envidia cuando veo con cuánta felicidad, libertad e independencia pueden desenvolverse los niños de este siglo… Y el único momento realmente feliz y alegre que debo a la escuela fue el día en que sus puertas se cerraron a mi espalda para siempre”, se lamenta Stefan Zweig en su autobiografía ‘El mundo de ayer’. Y en la biografía que del imprescindible autor austríaco ha publicado la editorial Papel de liar titulada ‘Las tres vidas de Stefan Zweig’, Oliver Matuschek no sólo insiste en esta visión tan terriblemente negativa de la escuela, sino también en la poca consideración que Zweig tenía de sus profesores, a los que calificaba de “personajes ridículos… acostumbrados a una rutina escolar ejercida desde hacía decenios bajo el mismo esquema”. Nada, ningún recuerdo ya no sólo ‘alegre y feliz’, sino mínimamente satisfactorio acude a la memoria del gran escritor vienés, y no deja de sorprendernos porque ¿quién no se ha encontrado en alguna ocasión con un antiguo compañero de escuela y se ha puesto a recordar esas viejas anécdotas que hacían de la vida escolar si no un mundo maravilloso, al menos una etapa de nuestras vidas que siempre recordamos con cariño?. Hoy, la escuela dista mucho de esa monotonía e insipidez de que se quejaba Zweig; al alumno se le mima, se le llena de derechos, se le dan ordenadores, libros de texto gratis, se le programan planes de animación a la lectura, la escuela se convierte en “espacio de paz” para que aprendan a convivir en armonía, etc. Es decir, todo lo que en casa nos enseñaban, ahora ha pasado a la escuela; y los profesores tienen que hacer de animadores lúdicos y culturales, psicólogos, mediadores, hermanos mayores y hasta de padre y madre. Quien se ha pasado entre las cuatro paredes de las aulas casi toda su existencia, ya como escolar y más tarde como universitario para terminar, por nuestros pecados, como profesor, ha podido disfrutar y sufrir por igual de aquella escuela en que el castigo físico no estaba mal visto, de los cambios generacionales, de los maltraídos y llevados sistemas educativos (recuérdese la malhadada LOGSE), del respeto casi sagrado al profesor a la agresión y el desprestigio social de ahora. Pero siempre recordaré con verdadero agradecimiento el cariño y el ánimo que me dieron algunos de mis profesores, como impagable es el cariño de mis alumnos. Tanto en un papel como en el otro, he tenido y sigo teniendo referencias profesionales que han sido espejos en los que he querido siempre reflejarme, como también he visto y sigo viendo, por desgracia, profesores a los que podríamos definir perfectamente con las palabras de Zweig. La escuela ha cambiado sin duda alguna, pero lo que al final prevalece por encima de las tecnologías es el factor humano. José López Romero.
viernes, 28 de mayo de 2010
APESTADOS
En ‘La Calera’, novela de Thomas Bernhard, Konrad, el protagonista, confiesa que la sola palabra “funcionario” le hace vomitar. Y todo porque durante el invierno la máquina quitanieves sí llega a la casa de su sobrino Hörhager, funcionario municipal, y no a su ‘Calera’ que se encuentra a pocos metros de distancia. Aunque esta diatriba contra el funcionario y los privilegios municipales de que gozan (estoy hablando de ‘La Calera’) se encuentra en las primeras páginas de la novela, el estilo de Bernhard, no apto para el común de los lectores (de naturaleza poco voluntariosa para la letra impresa), por sí mismo no invita a tomar la opinión de Konrad como un argumento más que añadir a esa campaña de acoso y derribo contra el funcionario, que de un tiempo a esta parte se ha abierto en la opinión pública de este país. En estos tristes días de recortes de sueldos, consecuencia de los desmedidos despilfarros, un periódico publicaba una entrevista a estos nuevos “apestados” de la sociedad; en ella se lamentaba de la campaña de “demonización” a que se está sometiendo al funcionario, cuando todos se han ganado su puesto de trabajo en unas oposiciones, a las que se ha podido presentar –argumentaba- cualquier ciudadano de este país que tuviese los requisitos correspondientes; entre ellos, una determinada titulación académica (bachillerato; carrera universitaria, etc.). Sobre la leyenda negra de que el funcionario trabaja poco y mal, yo soy de la opinión de que en cualquier profesión, como en cualquier empresa (en las privadas también) hay buenos, regulares y malos trabajadores. Porque trabajar no depende de la seguridad y estabilidad, sino de la ética profesional del individuo: el que es vago e incompetente, lo es en lo público y en lo privado; como también viceversa, el que es bueno… Pero los males de este país no son los funcionarios, aunque reconozcamos también su excesivo número (y esta vez no hablo de ‘La Calera’); los males económicos que ahora sufrimos son los ministerios que no sirven para nada, el dinero malgastado, los sindicatos, y un largo etcétera que termina y empieza en quien negó la crisis. José López Romero.
miércoles, 19 de mayo de 2010
LA GOLFEMIA
Salvador María Granés fue uno de esos escritores que gozó de fama y reconocimiento público por sus habilidades en un género tan español como la parodia. En ‘La realidad esperpéntica (aproximación a ‘Luces de bohemia’)’, libro que por otra parte citaba hace unas semanas, Alonso Zamora Vicente nos ofrece una exhaustiva relación de todas las óperas, zarzuelas y numerosas obras de teatro que sufrieron las versiones paródicas de Granés, fecundo libretista del género. Así, ‘Dos fanatismos’ de Echegaray se convirtió en ‘Dos cataclismos’; ‘La pasionaria’, de Leopoldo Cano, se trocó en ‘La sanguinaria’; ‘Thermidor’, drama de Sardou, pasó a llamarse ‘Thimador’; la ‘Tosca’ de Puccini, en ‘La fosca’, y así una larga y prolífica lista que el lector curioso puede también consultar en la Biblioteca Virtual Cervantes, donde puede encontrar los textos de muchas de estas obras, entre ellas ‘La golfemia’, parodia de la ópera ‘La bohème’ de Puccini, que se estrenó en el Teatro de la Zarzuela de Madrid el 12 de mayo de 1900. Zamora Vicente confiesa que no puede precisar la vigencia oral de la palabra “golfemia”, pero debió de circular con profusión en la conversación ordinaria, ya liberada de su origen literario. Una mezcla de golfería y bohemia “que nos lleva a través del ambiente de un Madrid absurdo, brillante y hambriento. El mundo de artistas pobretones, desmelenados… un eco más o menos cercano de los personajes de la ópera de Puccini queda aún en la parodia: Mimí se convierte en Gilí; Rodolfo, en Sogolfo; el músico queda en organillero; Marcelo, pintor, se convierte en Malpelo, pintor de brocha gorda”. Lo importante de la parodia como mecanismo consiste en dejar siempre al menos una pequeña pista que le permita al lector o al espectador reconocer al personaje parodiado. Hoy, la golfemia, como clase social, no la constituyen artistas pobretones y hambrientos de un Madrid finisecular que abría los ojos al nuevo siglo XX. Si Granés levantara la cabeza y cogiera la pluma, pintaría una España llena de golfos de coche oficial, de maletines y empresas, de despilfarro o apropiación de dinero público, de jueces prevaricadores, gentuza que A. Machado definía perfectamente: “trepadores y cucañistas, sin otro propósito que el de obtener ganancia y colocar parientes”. ¿Nombres? No hace falta ni deformarlos ni citarlos porque lamentablemente todos los conocemos. ¿Y los artistas? Panda de pelotas subvencionados, lameculos de la ceja, que deshonran a aquella otra golfemia, la más honesta, de pobretones y hambrientos; esa golfemia que nos pintara Valle-Inclán en la heroica figura clásica de Max Estrella. José López Romero.
miércoles, 12 de mayo de 2010
CATEGORÍAS
“¡Ea, ya lo has conseguido! Ya has titulado uno de tus artículos con tu palabra favorita ‘Prohibir’ (mi hija en un ataque de vengativo reproche). Y, embalada, seguía: “Ya me conozco la película: “niña no hagas esto; niña no digas eso…” (mi hija en pleno ataque rebelde-reivindicativo). Y ahora te da por prohibir libros por malos. A ver ¿cuántas clases o categorías de libros existen en tu opinión?” (pregunta en tono tan mordaz como capcioso). No me arredré, compuse el continente y me dispuse al contenido. “Hija mía (mi padre en un ataque de paternalismo cursi), permíteme que en lo tocante a libros te imparta una pequeña lección, porque algo sé del tema, aunque no todo lo que quisiera (mi padre en pleno ataque de falsa modestia). Hay libros, los menos aunque en buen número que disfrutan de la categoría de “clásico” y es su lectura obligada no una, sino varias veces si queremos hacer méritos para subir al cielo. Todas las épocas cuentan con sus clásicos, más antiguos como los textos homéricos, o más modernos, como los cervantinos o shakespearianos, o incluso actuales, entre los que se contarían sin duda buena parte de la narrativa hispanoamericana y poetas como Machado o Juan Ramón. En un escalón más bajo estarían autores y obras que han dejado también su sello para la posteridad y han sido fuente e influencia para escritores de sucesivas generaciones; autores, algunos secundarios, pero otros de primera fila que disfrutan de lugar privilegiado en la historia de la literatura. Pero la mayor parte de los libros, los literarios incluidos, que se hacen hoy en día, y aunque no tenemos perspectiva temporal suficiente, serán sin duda prescindibles y, por ello, cruelmente olvidados. Esos libros (y la historiografía local tiene excelentes ejemplos últimamente) no sólo contribuyen al impacto medioambiental de la desertización, sino que me atrevo a pronosticar que pueden lesionar seriamente la capacidad intelectual de quien se arriesgue a su lectura. “¿Y tus libros?” (mi hija a degüello). “¿Los míos? Al calor de tu amor los hice”. “Touchée, father”. José López Romero.
miércoles, 21 de abril de 2010
PESIMISMO
Si Julian Barnes debe una parte de su fama a su indefinible ‘El loro de Flaubert’, la otra parte, quizá la más sustanciosa, sin duda se la debe a su novela ‘Hablando del asunto’ y a su continuación ‘Amor, etcétera’, deliciosas e irónicas obras que tienen como tema central el análisis de las relaciones personales entre Gillian, Oliver y Stuart, un “ménage a trois” en el que muchos lectores pueden verse reflejados. Y es en ‘Amor, etcétera’ donde Stuart al comentar cómo abre y cierra en poco tiempo dos restaurantes en EE.UU., nos hace esta reflexión: “Es lo que tienen los Estados Unidos… Triunfas y buscas otra cosa en que triunfar. Fracasas y sigues buscando algo en lo que triunfar. Profundamente optimistas…”. Esta opinión de Stuart sobre los norteamericanos me hizo recordar las intervenciones de varios historiadores, con la insigne Carmen Iglesias a la cabeza, en las que se hablaba del pesimismo del español, y que la citada historiadora denuncia en su libro ‘No siempre lo peor es cierto. Estudios sobre historia de España’. Un pesimismo que nos viene de lejos y que se acentúa en periodos históricos poco brillantes o, mejor dicho, de total decadencia: la crisis del siglo XVII; las pérdidas de las colonias a lo largo del XIX que desemboca en el desastre del 98…hasta llegar a la crisis económica actual, a pesar de ese optimismo pánfilo y delirante que algunos de nuestro gobernantes se empeñan en defender en la misma medida en que la dura realidad de las cifras se empeña de inmediato en ensombrecer. No sé si el español es pesimista por naturaleza, si el pesimismo es otro de los genes con el que venimos al mundo; algunos amigos, no muchos, reconozcámoslo, parece que no lo tienen por su animosidad ante las adversidades y su espíritu siempre positivo. Sin embargo, otros datos vienen a confirmar la teoría: la mirada permanente hacia el pasado, la actitud generalmente pasiva ante las dificultades que nos presenta la vida, la idea de que el tiempo lo cura todo, el “aquí me las den todas”, etc. bien pudieran ser manifestaciones de ese pesimismo inactivo, ese conformismo ante la vida que, dicen algunos, nos caracteriza. Sin embargo, yo creo que detrás de esa actitud pesimista, lo que verdaderamente se esconde es la cultura del no esfuerzo, el grito de que inventen otros, el “preferiría no hacerlo”, la política del subsidio que es al fin y al cabo votos para el optimista de turno. Pero para triunfar es necesario trabajar. ¿Triunfar? Que triunfen otros. José López Romero.
jueves, 15 de abril de 2010
PROHIBIR
Entre 1625 y 1634 el Consejo de Castilla prohibió la impresión de “libros de comedias, novelas ni otros de este género” por motivos morales. La literatura de ficción, sobre todo la narrativa, siempre se ha llevado mal con ciertos principios morales, ésos que algunos tratadistas, ya en el siglo XVI, defendían y, como consecuencia, consideraban perniciosa la lectura de este género entre las mujeres; recomendación o prohibición que podemos leer en ‘La perfecta casada’ de fray Luis de León. No hay periodo de la historia, y en la nuestra en igual o más cantidad y calidad que en la de otros países, en que no se hayan sucedido prohibiciones y censuras de todo tipo; la que afectó a la impresión de libros entre 1625 y 1634 no es más que un ejemplo, como también los catálogos de los libros prohibidos por la Inquisición o las distintas leyes de imprenta que se van promulgando hasta en épocas de mayor libertad social. Por otra parte, leyendo un libro como la ‘Historia del libro’ de Frédéric Barbier (digno sucesor por su rigor y riqueza de datos de esa magnífica ‘historia del libro’ de Sven Dalh), nos damos cuenta de lo que en otra época costaba la edición de un libro y cómo, a pesar de los años transcurridos desde la invención de la imprenta, el libro era considerado una obra de arte, digna por ello, como cualquier manifestación artística, de ser admirada y conservada con todo cuidado. Añadamos además a todo esto las quejas y los lamentos de algunos intelectuales (U. Eco) y de colectivos ecologistas; éstos, por la desertización de los bosques ante la necesidad de papel; y aquéllos, porque se publica demasiado libro inútil. Si unimos costes, desertización, inutilidad y prohibición, el resultado no puede ser más beneficioso para la humanidad: nunca se hubiese publicado ‘Un sueño para mis hijos’, de Joan Laporta, presidente del F.C. Barcelona. Si como dirigente deportivo, casi nada habría que reprocharle; por sus ridículas soflamas independentistas nos tememos lo peor con el dichoso librito. Y para estos engendros, sin ánimo de prohibir (palabra políticamente incorrecta), las ediciones digitales sí sería un excelente mecanismo. José López Romero.
miércoles, 7 de abril de 2010
EDUCACIÓN
Si hace unas semanas comentaba en esta misma página la influencia que podría tener sobre la juventud la imagen de Messi o de Cristiano Ronaldo, por ejemplo, con un libro en las manos o apareciendo en cualquier programa de T.V. para recomendar un libro, el otro día buscando en Internet “tíos buenorros” (no me pregunten el porqué de esa búsqueda, pero todo tiene una explicación y, por supuesto, no es lo que parece), me encuentro con una imagen que realmente me impactó: al borde de una piscina y en los paños propios del lugar, sentado en una silla de playa y muy concentrado en la lectura de un libro del que no he logrado ver el título, me encuentro a El Fari. Como lo están leyendo. El éxito popular de que gozó este cantante durante algunos años, lo llevó a convertirse al mismo tiempo en objetivo de algunas burlas; unas, malintencionadas, y otras, que no dejaban de ser las típicas bromas que se gastan con personajes que en un momento adquieren cierto protagonismo social. Las malintencionadas, las que no tienen otro interés que menoscabar fama y honor por el simple placer de la maldad, son la expresión de ese gen tan español de la envidia que está grabado a sangre y fuego en nuestro ADN y que no entiende ni de nivel cultural ni de estado social. En este sentido y por seguir con algunos ejemplos, las famosas disputas entre los grandes escritores de nuestro siglo XVII, sobre todo entre Góngora y Quevedo, sobrepasaron con creces los límites que dictaba la urbanidad para enfangarse en los terrenos más abyectos de lo personal; no de otra manera se condujeron el insigne gaditano Adolfo de Castro y el no menos insigne Bartolomé José Gallardo, personas de una talla intelectual fuera de toda duda, en torno a la polémica de ‘El Buscapié’, opúsculo atribuido a Cervantes, disputa que encendió los círculos filológicos decimonónicos y a la que volveremos algún día con más tiempo y espacio. Por eso y de acuerdo con estos ejemplos, no comparto la opinión de Pérez Reverte cuando califica al pueblo español de inculto, que se regodea en su propia ignorancia. En mi opinión, y quizá hoy más que nunca, es la mala educación, la falta de respeto hacia los demás, la ordinariez y la zafiedad las señas de nuestra identidad. Y en este caso El Fari, al margen de gustos musicales, fue una persona a quien nunca le escuché criticar a nadie, que siempre tenía una palabra de admiración para sus compañeros de profesión, una persona de educación exquisita, y por ello es un ejemplo que todos debemos seguir, con su libro en las manos incluido. José López Romero.
martes, 30 de marzo de 2010
DIVINAS PALABRAS
En alguna que otra ocasión me he referido al poder que la palabra escrita ha ejercido desde siempre en el hombre, un poder de fascinación tal que le ha producido sentimientos encontrados: amor pero al mismo tiempo odio, atracción pero recelo, admiración pero también rechazo. En este sentido, valga una anécdota que le leí a Umberto Eco, un gran bibliófilo por otra parte, y que él recoge de John Wilkins. Comenta éste último lo extraño debió resultar este Arte de la Escritura a los americanos recién descubier¬tos, que se sorprendían al ver hombres que conversaban con libros, y a duras penas podían hacerse a la idea de que un papel pudiera hablar... Hay una graciosa historia a propósito de esto, concerniente a un es¬clavo indio; el cual, habiendo sido enviado por su amo con una ces¬ta de higos y una carta, se comió durante el camino parte de su carga, llevando el resto a la persona a la que iba dirigido; quien, al leer la carta, y no encontrar la cantidad de higos de que se hablaba, acusó al esclavo de habérselos comido, diciéndole lo que la carta alegaba contra él. Pero el indio (a pesar de esta prueba) negó cándidamente el hecho, maldiciendo la carta, por ser un testigo fal¬so y mentiroso. De nuevo, volvió su amo a enviarlo con la misma carga, y con una carta que expresaba el número preciso de higos que ha¬bían de ser entregados, devoró otra vez gran parte de ellos por el camino; pero antes de tocarlos, (para pre¬venir toda posible acusación) cogió la carta, y la escondió debajo de una gran piedra, tranquilizándose al pensar que si no lo veía co¬miéndose los higos, nunca podría referir nada de él; pero al ser aho¬ra acusado con mayor fuerza que antes, confesó su error, admiran¬do la divinidad del papel. Por otra parte, uno de los más antiguos tópicos enraizado en las mentalidad humana es la veracidad que por su propia naturaleza tiene la letra impresa; nadie en su sano juicio se puede tomar el trabajo y el esfuerzo de escribir mentiras, pensaban los antiguos. Sin embargo, la palabra hablada también ejerce ese poder de fascinación en la gente, incluso más fuerte por su carácter inmediato y directo.¿Por qué (en la estremecedora “Divinas palabras” de Valle-Inclán) la ira popular contra María Gaila por haber dejado abandonado hasta la muerte, comido por los cerdos, al pobre Laureañino, el idiota hidrocéfalo, se paraliza cuando Pedro Gailo, el marido cornudo, acude en su ayuda con la frase bíblica “qui sine peccato est vestrum, primus in illam lapidem mittat”? ¿Quién no ha oído a personas que deciden su voto por lo bien que habla un determinado candidato, aunque el contenido de sus discursos quede muy lejos de su entendimiento? Y es que una buena palabra serena ánimos, amansa fieras y, sobre todo, domina voluntades. José López Romero.
miércoles, 17 de marzo de 2010
LAZARILLO
Sobre las 6’50 de la mañana del pasado viernes y en pleno fragor del aseo personal estaba yo, cuando de repente la radio me dio la noticia por tantos siglos esperada: don Diego Hurtado de Mendoza era el autor de ‘El Lazarrillo de Tormes’. Tal fue mi sorpresa que por poco me hago un costurón en la mejilla izquierda con la cuchilla de afeitar. Las pruebas que presentaba la paleógrafa Mercedes Agulló no daban lugar a la duda; todo lo contrario, certificaban irrefutablemente una teoría que ya a principios del siglo XVII se había aventurado a defender el belga Valerio Andrés Taxandro en su ‘Catálogus clarorum Hispaniae scriptorum’, y que tuvo durante cierto tiempo general aceptación hasta el punto de que muchas ediciones se publicaron con el nombre del famoso militar y diplomático español, amigo personal del emperador Carlos V (magnífica la novela ‘el embajador’ del admirado Antonio Prieto, que recrea la vida de don Diego). La fama de escritor procaz era otra de las razones que sus defensores esgrimían para su candidatura a la autoría de una de las obras más importantes de la literatura europea (tomo estos datos de la ‘Historia de la literatura española’ de J.L. Alborg). Una vez recuperado de la conmoción o sorpresa y con la cara embadurnada en loción balsámica, tomé verdadera conciencia de lo que esa confirmación significaba: se descifraba uno de los grandes enigmas de la literatura española, y de inmediato mi primer recuerdo fue para el eminente Francisco Rico, ¡tantas horas y tantos desvelos dedicados a Lázaro, a sus fortunas y adversidades, y ahora se le adelantan por la mano, o mejor dicho, por la letra, y otra (no menos eminente en su terreno) le pisa el autor! Pero no hay que preocuparse, otros no menos grandes y complejos misterios quedan aún por resolver en esta nuestra literatura, llena por otra parte de laberintos: el autor del primer acto de ‘la Celestina’; ¿quién se esconde realmente detrás de ese espurio Alonso Fernández de Avellaneda?; ¿fue Tirso de Molina el autor de ‘El burlador de Sevilla?, son problemas que siguen dando trabajo a la investigación. Con el primer café me acerqué a los medios de comunicación para comprobar el impacto de la noticia, desolación: apenas alguna breve reseña o comentario y sólo una revista cultural daba cuenta con detalle del hallazgo de Mercedes Agulló y su base documental. Por la noche, pensé, seguro que las televisiones dedicarán algún espacio. Cuando hacía el consabido zapping, me encontré con Julián Muñoz. Y en mi infinita confianza en el género humano, y no digamos en las cadenas de t.v., no pude por menos que pensar: ¡qué gran homenaje a don Diego y su ‘Lazarillo’, no han podido elegir mejor pícaro o, por decirlo más exactamente, mayor truhán, porque el pícaro al fin y al cabo tiene su encanto. Don Diego estará ahora disfrutando en la gloria!; la otra gloria, la que se le hurtó por tanto tiempo, Mercedes Agulló se la ha merecidamente devuelto. José López Romero.
miércoles, 10 de marzo de 2010
FÚTBOL
Juan Manuel Lillo es un entrenador de fútbol (ahora en el Almería) que consiguió su prestigio en aquel Salamanca de la década de los noventa y que después ha ido dando tumbos de un equipo a otro, aunque siempre precedido de esa aureola de entrenador que prefiere el buen juego al resultadismo. Para mi amigo Juan Luis no deja de ser un bluf. El otro día le leía una entrevista en la que se lamentaba de que por ser un gran lector tenía también fama entre la profesión o el mundo del fútbol de intelectual dicho en un tono peyorativo. “Insultan con piropos”, decía. Y es cierto que durante mucho tiempo, y hasta hoy en día se sigue viendo al futbolista como una persona inculta, dotada sólo para el deporte, pero no para los libros. Digamos que no sólo el fútbol, el deporte en general, y si se practica a nivel de élite, exige dedicación plena, tan plena que es de todo punto imposible compaginarlo con ninguna otra actividad, y menos aún si ésta es de carácter intelectual. Sin embargo, en las largas concentraciones o para distraerse conocemos la afición de muchos deportistas a las videoconsolas. Por eso también, que de algunos futbolistas sepamos que se hicieron sus carreras universitarias mientras estaban al más alto nivel competitivo (recuerdo ahora a vuelapluma a Butragueño, Alfaro, Miguel Pardeza, éste último ha hecho incluso su tesis doctoral sobre el periodista González Ruano), no deja de ser una excepción entre los muchos que alimentan el tópico de futbolista inculto, aunque, como todo tópico, expuesto a revisión, porque otros son los tiempos, otras las exigencias tanto personales como sociales. Lo peor de todo esto no es el tópico en sí sino, de lo que se lamentaba el propio Lillo, que los mismos deportistas menosprecien la lectura. Incluso la capacidad oratoria de Valdano que muchos de los llamados intelectuales para sí la querrían, ha sido también objeto de crítica; “Valdanágoras” le llama un famoso por polémico periodista. Afortunadamente para el fútbol, en particular, y para el deporte en general, los dos entrenadores de los equipos más importantes, R. Madrid y Barcelona, son dos caballeros que seguro tienen en la consideración que se merece a la lectura, y saben distinguir entre el trabajo y la pasión que despierta el deporte al que se dedican (Pellegrini es ingeniero civil por la Universidad Católica de Chile). Si viéramos a más deportistas con libros en las manos, muchas campañas de animación a la lectura sobrarían; y Lillo es en este aspecto, a pesar de mi amigo Juan Luis, un admirable ejemplo a seguir. José López Romero.
jueves, 4 de marzo de 2010
CÓMODO Y PLACENTERO
Llevo ya unas semanas luchando a brazo partido con una edición de las obras completas del Padre Luis Coloma, que no sé aún cuál es la mejor postura, ni dónde ni cómo colocar el volumen para que su lectura sea más que un sufrimiento, lo que debe ser toda lectura: un placer (aunque alguno habrá, más llevado de prejuicios que de conocimiento, que dude de la elección). A la cama no me las he podido llevar, con el consiguiente disgusto (hablo de las ‘obras completas’ de Coloma, no se me confundan); y cuando en la mesa de trabajo le aplico el flexo, el papel biblia en que está encuadernada la edición brilla, deslumbra y hace imposible su lectura. En definitiva, un suplicio jesuítico (esperemos que sea A.M.D.G.). Ya en otras ocasiones hemos comentado aquí el problema que se le presenta al lector ante textos voluminosos o poco manejables, que se resisten a la comodidad exigida por todo lector. Por eso, entre otras muchas cosas (precio incluido), soy yo tan partidario de ediciones de bolsillo; libros que pueden sostenerse con una sola mano, que admiten toda clase de posturas y sitios variados. Y si la comodidad es fundamental, como podemos observar cuando un libro se nos resiste a ella, no menos importante es no ya el texto en sí (cuestión de gustos), sino el mismo proceso de lectura. Y digo esto porque en pocos días y por canales distintos me he encontrado con la misma anécdota: personas que prefieren empezar el libro por el final. En un caso, la protagonista de la película leía la última página para ver si el libro le iba a interesar; en el segundo, una buena amiga me comentaba que prefería leer el final para así, liberada (me justificaba) de su curiosidad y sin las prisas propias por llegar al desenlace, podía disfrutar más de la lectura de todo el libro. Y la verdad es que no le faltaba razón. A veces y sobre todo con algunos géneros, la imperiosa necesidad de llegar al término de la historia, nos impide recrearnos en la intriga, paladear otros detalles que la urgencia de seguro no nos permitiría. Esto mismo me pasó, sin ir más lejos, el otro día. Leía yo el relato ‘El gran cambiazo’ de Roald Dahl (Anagrama), un enredo de intercambio de parejas tramado por los esposos sin el conocimiento de las cónyuges, y era tal la curiosidad por saber si el “cambiazo” llegaba a buen término que a punto estuve de hacer mudanza en mis costumbres y pasarme al final, para así disfrutar más de la trama. Sin embargo, supe contenerme y, como en otras actividades igualmente placenteras, no me salté ni uno solo de los preliminares. Por cierto, ¿de qué estábamos hablando? ¡Ah!, de la lectura. Pues lo mismo digo. José López Romero.
viernes, 26 de febrero de 2010
ESTADÍSTICAS
No es que yo sea poco amigo de las estadísticas, como se confesaba mi compañero de página y amigo Ramón hace unos días, pero me acerco a ellas con la natural prevención del que sabe que los datos son siempre relativos, y muchos de ellos no dejan de sorprendernos, sobre todo porque no llegamos a explicarnos cómo se pueden medir conceptos tan abstractos como inmensurables. Si poco creíbles son los diez kilos (por poner una cifra) de pollo que todo español se come al año, más difícil nos resulta creer esas estadísticas que miden el grado de felicidad de los países o de las comunidades; por no hablar de las que analizan y cuantifican las relaciones sexuales, en cuyos números nadie termina por verse reflejado. Pero ¿cómo se mide el nivel cultural de un país o incluso de una ciudad? Supongo que, como en todo, hay parámetros establecidos y objetivos, al margen de la típica encuesta a pie de calle o casa, que nos pueden ofrecer esos índices de forma más o menos exacta. Y aunque no he hecho averiguaciones, el número de salas de espectáculos (cines, teatro, etc.), salas de exposiciones, bibliotecas, librerías, instituciones de carácter cultural, publicaciones, etc. así como la cantidad de actividades que en esos espacios se desarrollan y la de usuarios que acuden a ellos, son los marcadores quizá más rigurosos para llegar a conclusiones sobre el nivel cultural de la ciudad; marcadores a los que sin duda habría que añadir el número de establecimientos docentes y su oferta educativa. Si así fuera (y espero o creo no andar muy descaminado), nuestra ciudad no saldría mal parada en una hipotética estadística. La oferta cultural, en mi opinión, si nos ajustamos a los parámetros antes señalados, es variada y amplia; y si a diario le echamos un vistazo a la agenda cultural de este mismo periódico, lo comprobaríamos. Quizá el factor que en este caso puede hacer bajar esos temibles índices, sea el humano. Y en Jerez, como en toda ciudad, muchos de sus habitantes se mueven o por su apetito, y no precisamente cultural, o por la novedad o novelería. Y ante eso, yo prefiero ponerme a leer en mi casa, a resguardo de índices, números y estadísticas, en las que no me siento reflejado, ni en las del pollo ni en las sexuales ¡faltaría más! José López Romero.
jueves, 18 de febrero de 2010
PRENSA
- ¡Papá, he vuelto a la lectura! –me ha dicho mi hijo cuando uno de estos días lo he llamado por teléfono. “Bendito sea Dios”, fue la expresión que me salió tan espontánea que retumbó en toda la casa. “Que por mucho que lo intentes, no te va a invitar Obama”, oigo que me dice mi mujer con su particular ternura conyugal (el dulce encanto de lo femenino, por acudir al tópico). Después de los años de Secundaria en los que no faltaba un libro en la mesita de noche, mi hijo se fue alejando de la lectura en la misma medida en que fue desarrollando la parte física; el deporte (sin ser esto excusa) fue ocupando cada más tiempo, en detrimento de la lectura. Sin embargo, precisamente por su interés por el deporte no ha dejado nunca de leer prensa deportiva. ¿Prensa deportiva? ¿es esto lectura? Quizá para los excesivamente escrupulosos en esto del esforzado ejercicio de ponerse delante de la letra impresa, eso de “prensa deportiva” les suene poco menos que a sucedáneo de ínfimo valor, y una mueca de desprecio asomará en sus semblantes. Pero para los que conocemos y sufrimos a diario los efectos tan perniciosos que produce en nuestra juventud la falta de lectura, sin duda uno de los factores fundamentales del tan cacareado fracaso escolar, la prensa deportiva poco menos que nos parece el maná bíblico si a ella se aficionara buena parte de los alumnos que ahora cursan la Secundaria. No hace mucho, me comentaba un compañero y entrañable amigo que él ha llegado a utilizar el Marca en sus clases como material didáctico. Y ahora que a todos los escolares se les va a suministrar un portátil, yo insisto en la misma idea que expuse no hace mucho en esta misma página: acabemos con tantos manuales, carguemos en los ordenadores escolares la información teórica imprescindible y, sobre todo, trabajemos en clase con la prensa. ¿Efectos? Alumnos bien informados, que aprenden a reflexionar sobre los problemas actuales de todo tipo y lugar y, si la prensa es deportiva, añadimos a estos efectos beneficiosos el interés por el deporte, como aficionado y como practicante. ¿Despreciar el periódico como material de uso didáctico? El que así piense, es que no conoce o quiere volver la espalda a un problema cada vez más grave y de difícil solución: el analfabetismo funcional. “¿Y qué has leído?” –le pregunto a mi hijo. “Los hombres que no amaban a las mujeres” –me dice. Y así como en su día bendije a J.K. Rowling por haber creado a su Harry Potter, o a la saga de libros fantásticos “Dragón Lance” (sus lecturas de niño), hoy no puedo por menos que agradecerle a Stieg Larsson que haya devuelto a mi hijo a la lectura. ¿El Marca? Pues también. José López Romero.
jueves, 11 de febrero de 2010
MITOS
Si no hace mucho, en un artículo anterior, nos congratulábamos por la emisión de “Martes de Carnaval”, los esperpentos valleinclanescos, otra noticia cultural vuelve a ser motivo de alegría al menos para los que ya tenemos unos añitos, porque nos devuelve lo mejor de dos grandes del siglo XX. Nos referimos al nuevo disco que va a publicar Joan Manuel Serrat con versiones musicalizadas de poemas de Miguel Hernández. Que célebres y magníficos músicos se fijen en la literatura no deja de ser una feliz combinación, porque ambas artes se realzan y se dan a conocer a públicos que apenas gustan de alguna de las dos, sobre todo de la segunda, y más si son poemas. No de otra manera se popularizó Antonio Machado si no fue a través del excelente LP (siglas de otro tiempo) que le dedicó el cantante catalán, o el mismo Miguel Hernández, con cuyos poemas ya trabajó Serrat, y ahí quedan sus “Nanas de la cebolla” o “la Elegía a Ramón Sijé”, por poner dos ejemplos. Y no hace tantos años el que dedicara a la poesía de Mario Benedetti “El sur también existe”. Otros muchos cantantes se han lanzado a la aventura, siempre de agradecer, de música y poesía, pero pocos obtuvieron o han obtenido un éxito tan sonado como Paco Ibáñez y sus versiones de los clásicos españoles (Quevedo, Góngora, Lope) y, sobre todo, con esa “Palabras para Julia” de José Agustín Goytisolo. El disco de su concierto en el Olympia de París fue durante muchos años algo así como uno de los fetiches antifranquistas, una de las armas culturales contra la dictadura, santo y seña de la resistencia contra el régimen. ¡Lástima que la persona no haya respetado al mito! En una entrevista publicada en este Diario hace ya unas semanas, Paco Ibáñez se despachaba a gusto y tachaba poco menos que de mentecatos y energúmenos a los Rolling Stones y a Bruce Springsteen. Quizá la ridícula y triste pataleta de alguien que fue algo, y que ahora no logra asumir el valor arqueológico de lo que hizo, que fue sin duda mucho en su momento. En esto, como en muchas otras cosas, Serrat nos sigue dando lecciones y ejemplos de modestia y coherencia. Y es que hay mitos que sí están a la altura de la persona. José López Romero.
miércoles, 3 de febrero de 2010
VOCACIONES
“Actor porno” fue la respuesta que me dio un alumno en cierta ocasión cuando hacía la tópica ronda de “¿tú qué quieres ser cuando seas mayor?”. Y me lo dijo con tanta seguridad y convicción que hubiera apabullado al mismísimo ministro/a del ramo o, en su defecto, al consejero/a. “Profesión admirable donde las haya”, acerté a contestarle no menos sorprendido. Y en verdad que para su ejercicio no basta con lo que natura te haya bendecido, sino con algunos centímetros de más concesión graciosa de Dios todopoderoso; porque vocación, lo que se dice vocación, todo el mundo la tiene, y si no, a los sonetos lujuriosos del Aretino me remito que reseñaba la semana pasada (“Jodamos, alma mía, jodamos enseguida, / pues todos para joder hemos nacido”). “Y tú por qué te metes en esas preguntas”, me recriminó mi mujer cuando le contaba la anécdota; “dedícate a explicar a Garcilaso y no hurgues en intimidades”. “Pero ¡cómo puedo explicar a Garcilaso con estas vocaciones escondidas!, ¿para que me pregunten si se lo pueden montar con Elisa en el locus amoenus?”. Nada que ver esta juventud de ahora, o algunos especímenes de ella, con aquellas generaciones de muchachos inquietos y curiosos que nos presentaba el gran Delibes en “El camino”, o Sánchez Ferlosio en “El jarama”, o incluso “Nada” de Carmen Laforet. Pero la que ahora más vivamente se me viene a la memoria es “Campo de amapolas blancas” de Gonzalo Hildago Bayal. Excelente Novela en todos los aspectos que retrata a la perfección las etapas por las que antes (no mucho tiempo atrás) pasaba la juventud: el duro aprendizaje en colegios religiosos (en la novela de Bayal el de los padres hervacianos); los años en el instituto y los primeros contactos con las experiencias que definitivamente marcan al muchacho que se va haciendo hombre: las primeras y siempre fracasadas relaciones con las muchachas, el gusto por la literatura triste que H centra en la lluvia, el existencialismo con Camus y Sartre, el obligado viaje a París, la vida bohemia y el abandono de la casa familiar, los caminos divididos de los amigos, la eterna controversia: los Beatles vs. los Rollings Stones, etc. Es decir, lo que realmente imprimía carácter. “y ¿qué? –me atreví a preguntarle al concienzudo aprendiz del método Stanislavski- ¿practicas mucho para llegar a tu profesión?”. “Ahora voy por los monólogos”, me dijo muy serio y algo demacrado, consecuencia del esfuerzo intelectual, porque algunos tienen la cabeza en la entrepierna. “Los hombres mueren y no son felices”, repite H en “Campo de amapolas blancas”, citando a Camus. Yo diría: “Hay personas que mueren y ni se dan cuenta de que son personas”. José López Romero.
viernes, 22 de enero de 2010
ESPERPENTO
Quizá una de las noticias más sugestivas que nos ha traído este principio de año, en lo que al panorama cultural y audiovisual se refiere, sea la emisión en la 2 de T.V.E. de “Martes de carnaval”, trilogía de esperpentos que escribiera Valle-Inclán: “Los cuernos de don Friolera”, “las galas del difunto” y “La hija del capitán”. Revisar a un autor como Valle es siempre motivo de felicitación porque, como bien se decía al final de la emisión de la primera obra citada, Valle es sin duda el gran dramaturgo español del siglo XX por delante de otros que obtuvieron mayor gloria (Benavente) o más fama (Lorca). La emisión de estos tres esperpentos es la muestra palpable de que la televisión, y si es pública sin excusa, puede y debe estar al servicio de todos los ciudadanos y ofrecer la calidad como alternativa a tanta basura. Ahora bien, la elección que haga cada ciudadano ya es otro cantar; no esperemos maravillas; pero por algo se empieza: por la posibilidad de elegir. Sin embargo, quizá los esperpentos no sean las obras más adecuadas para estos tiempos que corren. La definición que nos ofrece Max Estrella en “Luces de bohemia” tiene una vigencia en la actualidad que no sé si algún político habrá levantado su ceja como gesto de recelo por lo inoportuno de la emisión: “El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato… Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada… España es una deformación grotesca de la civilización europea… Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas… La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas… Deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma de cara y toda la vida miserable de España.” Leer y oír las declaraciones de los políticos en los medios de comunicación (échenles un vistazo a modo de ejemplo al “Diario de Jerez” del 3 de enero) exige del ciudadano un ejercicio de tragaderas que sólo puede admitirse a través de la estética deformada que nos propone el esperpento. José López Romero.
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20 de enero de 2010.,
Publicado en el Diario de Jerez
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