Federico Zandomeneghi |
Era tal su
admiración por Paul Auster desde que cayeron en sus manos las primeras novelas
del escritor norteamericano, que para él era como un ritual la lectura de sus
nuevas publicaciones, las mismas que se apresuraba a comprar en cuanto aparecían
en los escaparates de las librerías. Con devoción casi mística se sumergía en
las páginas de aquellas “obras de arte” sin que problema externo lograra
distraerlo o lo sacara de su arrobo. Y allá por los años finales de la década
de los noventa leyó o devoró “Leviatán”, que años antes había obtenido el
premio Médicis. Pero el personaje que más le fascinó de aquella novela fue
María Turner, aquella fotógrafa que perseguía durante todo un día a la primera
persona que se cruzaba por la calle por la mañana, y le iba haciendo fotos
clandestinas para después imaginarse su vida; en verdad, aquella María Turner
era todo un personaje lleno de posibilidades literarias. Y aquel era, lo tenía
decidido, el método que necesitaba para convertirse él también en escritor,
como lo eran el complejo Sachs y Peter Aaron, los protagonistas del relato de
Auster. Y durante años se dedicó a perseguir a personas por la calle, anotar
sus movimientos, sus conversaciones, hacer fotos sin ser visto por sus
observados, y de ellos fue sacando toda la información que después convertía en
novelas, pequeños relatos y hasta ensayos del comportamiento humano. El método
funcionaba a la perfección y la materia de trabajo era sin duda inacabable; en
realidad no había encontrado un método sino un filón inagotable, sólo tenía que
sentarse en la terraza de un bar observar y escuchar, y la novela se escribía
sola. Y cuando ya disfrutaba de una más que holgada posición económica y un
cierto prestigio en los círculos intelectuales del país, le dio por disfrazarse
(no quería correr el riesgo de que lo reconocieran) y empezar a perseguir a sus
lectores. Quería saber no la opinión que de sus escritos podían tener, no le
interesaba lo más mínimo, sino más bien en qué casas vivían y cómo estaban
decoradas, qué coches o amistades tenían; sus familias, especialmente sus
cónyuges, o incluso qué les gustaba comer y beber. Para su observación, se
trasladaba a una ciudad cercana, entraba en una librería o gran superficie y
esperaba con la paciencia de los santos a que alguien eligiera una de sus
obras. De inmediato, pasaba a la persecución discreta, en la que ya era un
consumado maestro, e iba anotando y tomando fotos de vida, costumbres y hasta
vicios ocultos de sus lectores. Se dio de plazo un año de investigaciones, y una
vez cumplido decidió hacer balance de sus pesquisas. Comparó sus conclusiones
con esas estadísticas de lecturas y lectores que publican libreros y editores y
en verdad poca diferencia había entre ambas: las mujeres superaban con creces a
los hombres; el nivel cultural era de medio a alto, se leía más pasados los
cuarenta, etc. Nada nuevo. Sin embargo, sí le sorprendió una nota que podía
diferenciar a sus lectores del resto: después de leer sus libros,
inevitablemente leían a Paul Auster. José López Romero.
Sophie Calle es una de las artistas más destacadas del arte contemporáneo por crear a partir de sus vivencias personales. Esto no es nuevo, muchos artistas se inspiran de su vida privada, pero la mayoría de ellos crean complejos trabajos alejados de la comprensión del público.
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