“Sospecho que
esta novela debe de ser una gran novela”, me dijo el otro día una amiga a la
que no dudo en considerar una lectora inteligente y capaz de distinguir lo
bueno de lo malo, la buena de la mala literatura. Y es que ante ciertos nombres
que forman parte del parnaso actual, muchos lectores terminan por agachar la
cabeza, algunos hasta se ponen de rodillas en una veneración casi religiosa que
les embota no sólo los sentidos, sino hasta el poder de discernimiento. Y sin
embargo, en más de un caso esta elevación a los cielos de las letras se debe a
campañas publicitarias bien diseñadas, con toda la artillería de medios de
comunicación potentes puesta a disposición del encumbrado, cuya calidad
literaria aparece y desaparece, como el Guadiana, entre sus libros. No todo lo
que escribe un determinado autor debe ser bueno, por el simple hecho de
llamarse como se llame, y porque ese nombre haya terminado por considerarse sagrado
en ciertos círculos de influencia. El miedo infundado de enseñar nuestras
vergüenzas de lector limitado o fácil, nos lleva a ocultar nuestra opinión de
lo que nos ha parecido un verdadero bodrio. Es el eterno cuento del traje del
rey convertido en crítica literaria: nadie se atreve a gritar que el rey va
desnudo por temor a las distintas represalias que cambian según las versiones
de la tradición oral. Y son tantas las circunstancias que pueden hacer mala una
novela, las cuales se escapan a los lectores, que no debemos renunciar a
nuestro espíritu crítico por mucho nombre y muy venerado que éste sea: el tirón
comercial, que incluso ha obligado a más de uno a desempolvar viejas novelas de
juventud; las urgencias en el cumplimiento del contrato firmado con la
editorial y ya cobrado y gastado; la literatura fácil, etc. “Por eso dejé yo
–me decía en la misma reunión otra lectora igualmente inteligente- de leer a
cierto autor, porque en las continuaciones de cierta saga detectivesca me
parecía que se aprovechaba del éxito de la primera novela”. Y nada de sospecha,
con toda la razón del mundo. José López Romero.
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