Uno de los
libros más inteligentes de los que he leído en los últimos tiempos es, sin
duda, “Enemigos públicos”, una colección de cartas que se intercambian Michel
Houellebecq, muy conocido y transitado por esta página de libros, y el filósofo
también francés Bernard-Henri Lévy. Un intercambio epistolar en el que se tocan
todos los temas y preocupaciones que hoy día deben hacernos reflexionar, al
menos a los que sentimos como propios un mundo y una civilización que hemos y
estamos ayudando a destruir, cada uno con su modesta aportación diaria. En una
de estas cartas, el lamento de Houellebecq sobre la voracidad con que muchos
periodistas, aves de rapiña, suelen atacar a ciertos escritores, entre ellos él
mismo, cuando se airea algún lado oscuro o intimidad (el caso de sus relaciones
con su madre), y los escasos medios de defensa que contra la infamia se pueden esgrimir,
provoca la respuesta de B-H Lévy en la que intenta demostrarle a su
interlocutor que esa “jauría” no merece la menor consideración por tres rasgos
que la caracterizan: tiene miedo, es débil y es idiota. Pero lo que más me ha
interesado de la argumentación de Lévy es la teoría que recoge del filósofo holandés
Baruch de Spinoza sobre las pasiones tristes. Hay personas, pocas aunque más de
las que quisiéramos y creemos, y lo peor, más cerca de lo que pensamos, cuyas
vidas no se mueven más que por “la envidia, la burla, el resentimiento, el
odio, el rencor, la maldad, la cólera, la crueldad, el escarnio, el desprecio”,
éstas son las pasiones tristes de las que habla Spinoza que no dan fuerza, sino
debilidad e impotencia. Mala gente, envenenada por dentro, que manifiesta a
través de la mentira o la maledicencia su verdadera condición. Y contra ellos,
nuestra alegría de vivir, no una alegría pasiva, sino activa, como le propone a
Houellebecq B-H Lévy: “la alegría te
hace inteligente y fuerte; la maldad es un veneno y este veneno, más o menos a
largo plazo, mata”. José López Romero.
Houellebecq, que ha sido tachado de misógino, decadente, reaccionario, pornógrafo y racista, demuestra ser muy poco de todo eso. Como mucho, quizá, ligeramente exhibicionista y políticamente incorrecto y tan depresivo y pesimista como pudieron haberlo sido los existencialistas antes (y después) de que Sartre los declarase más humanistas que los humanistas (1). Pero lo cierto es que una vez concluida la lectura a uno lo que realmente le apetece es abrazarlo cual osito de peluche, expresarle un amor incondicional y prometerle que nunca le pasará nada malo, que nadie volverá a hacerle daño.
ResponderEliminarAhora comprendo que le guste tanto este escritor!!!