Como la
semana pasada se celebró el Corpus Christi, ya saben: “hay tres jueves en el
año que lucen más que el sol…”, festividad tradicionalmente tan relacionada con
los autos sacramentales, me viene a la memoria que hace ya unos cuantos años,
más de los que mis neuronas son capaces de recordar, que un pequeño e intrépido
grupo de profesores nos inscribimos en
un curso, impartido en la
Facultad de Filología de la Universidad de
Sevilla, con el elevado (como nuestros espíritus) fin de “reciclarnos” en ese
interesantísimo género tratral. Eran otros tiempos, sin duda, otras nuestras
inquietudes y otras muy distintas, aunque siempre añoradas, nuestras edades. La
lección inaugural corrió a cargo de uno de los grandes especialistas en la
materia: John E. Varey, gran hispanista inglés ya fallecido. Versaba su
intervención sobre el auto sacramental “La cena del rey Baltasar”, del que
desplegó durante más de una hora argumento, claves, símbolos, todo un estudio
pormenorizado de aquella pieza escrita por Pedro Calderón de la Barca. Una hora larga
de insufrible exposición porque a lo tedioso del tema, el profesor Varey añadía
un nivel de castellano sorprendentemente bajo para las exigencias del acto.
Así, el más atento espectador perdía por momentos el hilo de aquella cena, y
pasada la media hora ya nadie sabía por qué plato iba el rey. Hay que suponer,
y así la prolífica labor investigadora que sobre la literatura española fue
desarrollando el profesor Varey a lo largo de su vida profesional lo certifica,
que ese nivel de castellano subiría muchos enteros en la lectura y en la escritura;
si no, es de todo punto imposible conocer con la profundidad del especialista,
como lo era Varey, a un autor como Calderón. Y todo esto viene a cuento porque
revisando la literatura medieval a través del primer suplemento que la
“Historia de la Literatura ”
publicó hace ya unos años (1991) la editorial Crítica al cuidado de Francisco
Rico, en las introducciones a los temas que no son más un balance actualizado
de las últimas investigaciones realizadas, me ha sorprendido la abundante
presencia de investigadores anglosajones, que en número superan con amplitud
apabullante al de castellanos (sean españoles o latinoamericanos), en todos los
géneros, obras y épocas, lo cual es más sorprendente aún al tratarse de una
literatura que no está al alcance de cualquiera: la medieval, con la dificultad
añadida del idioma en que está escrita. Sin ir más lejos, el coordinador del
volumen es Alan Deyermond, también de origen británico, lo que prueba el
inveterado interés del mundo anglosajón por la cultura española, del que
también tenemos insignes ejemplos en la historiografía. En un estudio sobre las
universidades española, un periódico destacaba en un excelente lugar a la Facultad de Filología de
Sevilla. Pero está claro que ni siquiera en esta disciplina, en la que siempre
hemos tenido una magnífica tradición de investigadores, estamos entre las
doscientas mejores universidades del mundo, ni de nuestra propia
literatura. ¿El cursillo? A la vuelta
nos cayeron chuzos de punta, seguramente sería la indigestión de la cena del
rey Baltasar. José López Romero.
También sabrá, querido maestro, que hay mucho "pirata anglosajón" que seguro buscaba algún que otro tesorillo entre los legajos del medievo. ¿No?
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