Gustav Klimt |
“Cuando ya
tenga mis años y esté en edad de casarme, quisiera encontrar un marido como
usted”, me comentó un compañero que le dijo una alumna hace unos años, en una
de esas cenas de despedida de promoción de Bachillerato. La adolescente,
vestida para la ocasión, es decir, con todos sus encantos expuestos y elevados
a la máxima potencia, le recordó de inmediato –me confesaba mi compañero- a esa
“Lolita” que acuñó Nabokov, aunque reconvertida en titulada en bachiller, que
no deja de ser un grado y unos años más de diferencia con aquella otra
caprichosa y cruel de la literatura. No había maldad en aquella frase, sino
todo lo contrario, admiración, y como halago la entendió mi compañero; aunque
pensada con más calma, pronto se dio cuenta de que la muchacha cuando pasara
más tiempo del que él querría, buscaría un marido para que le calentara los
pies en las frías noches de invierno e incluso le leyera en la cama mientras
ella esperaba que le llegara el primer sueño. Sin embargo, no desdeñemos el
porcentaje de elogio que la frasecita contenía, porque en ella implícito se
encuentra el efecto Pigmalión que tan exquisitamente supo llevar al teatro
George Bernard Shaw, es decir, el prestigio de la cultura, del conocimiento, e
incluso del magisterio en todos los aspectos educativos que aquel compañero
ejerció sobre la adolescente, aspectos que habitualmente no se tienen en cuenta
cuando de valorar la enseñanza se trata, y sólo se recuerdan con los años, los
mismos que iban a pasar para que aquella Lolita encontrase un marido, lo cual
no deja de ser un pírrico consuelo habida cuenta de la escena que les relato. “Entonces,
lo de amantes ni se contempla” –le respondió con cierta retranca mi compañero
para ver por dónde salía la señorita-. Ésta, le echó una mirada de complicidad
al compañero de curso que tenía al lado y le dijo al profesor: “Profe, lo que
usted nos ha repetido tantas veces en clase: cada uno sirve para lo que sirve”.
Touché, querida. José López Romero.
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