“Hola, superfather”, me recibe mi hija a porta gayola
después de un día de duro trabajo. Pero no contento con esto, se cruza mi hijo
y de refilón me espeta “¿qué pasa, super-pá?” (voz coloquial-filial). Solo
faltaba mi mujer para que la guasita fuera ya completa, pero afortunadamente no
se encontraba en casa. Y todo porque los dirigentes de una venerable y muy
respetable (no sus mandamases) institución cultural jerezana habían decidido
pasarme a la categoría de supermiembro (sin connotación alguna), junto con
varios compañeros y amigos (por cierto, colaboradores de este Diario), los
mismos que ahora hemos decidido llamarnos super-men, de ahí el título de este
artículo, y hasta tenemos la intención de hacernos tarjetas de visita con esta
nueva distinción. No sé si los amables lectores recuerdan la moda en el uso del
prefijo super-, que aún se deja oír por ahí en las bocas de algún que otro u
otra cursi de turno: “esto es super”, se oía con frecuencia no hace mucho sin necesidad de añadirle adjetivo al prefijo
porque ya éste mismo era suficientemente super-lativo para calificar la
dimensión de la realidad que se quería destacar. Pero el super por excelencia,
con permiso de los supermercados, es el gran héroe americano Superman, que
incluso ha sido recientemente noticia, porque en la próxima entrega Clark Kent
abandona su periódico de siempre, el Daily Planet. Un cómic, quizá el más
famoso y célebre de cuantos se han dedicado a la elaboración de la figura de un
héroe, y que tiene entre sus rendidos estudiosos al gran Umberto Eco, con un
trabajo que incluyó en su libro “Apocalípticos e integrados”, libro imprescindible
para todo aquel que quiera profundizar en la cultura de masas. “Hola,
superLópez”, me saluda mi mujer. En la próxima asamblea de la ilustre
institución, “irás con capa” (mi hijo), “y con los calzoncillos por fuera” (mi
hija)… “y marcando” (mi mujer). ¡Ay, Dios, todo héroe tiene su kriptonita!”.
José López Romero.
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