“Solo los mejores se casan”, más o menos literalmente,
vino a decir una exuberante y sofisticada joven en una película que estaba
viendo al ladito mismo de mi mujer. De inmediato, en mi mirada observó ella la
satisfacción que aquella frase me había producido viniendo además de quién
venía; pero de la misma manera y sin darme apenas tiempo para el regodeo, me
espetó, con los ojos inyectados en ese desprecio con que solo las mujeres miran
con todo su cariño a los maridos, “¿No te habrás dado por aludido? Y en
cualquier caso, es solo una película, pura ficción.” Para terminar
apuntillando: “Mentira”. Como pueden comprobar, el matrimonio está lleno de momentos
conmovedores. Ficción, mentira… hasta las películas y las novelas que están,
como dicen siempre al principio, “basada en hechos reales”, adolecen de una
buena dosis de imaginación de guionistas o escritores que llegan a manipular de
tal forma la realidad que más que “basada en hechos reales”, debería anteponer
el aviso contrario: “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”.
Cada vez que leo una novela histórica, siento curiosidad por saber cuánto de
verdad histórica y cuánto de mentira encierran sus páginas, cuánto es debido a
la investigación del autor y cuánto a su imaginación; y hasta en mi obsesión
por ello llegué a rastrear la huella de uno de los personajes de la gran ‘Bomarzo’,
el duque Pedro Luis Farnesio, a quien he dedicado más de un desvelo. El otro
día, sin más lejos, comentaba con un gran lector la sensación de crónica que
dejaba la lectura de “La fiesta del chivo”, obra en la que se mezclan, como en
‘Bomarzo’, personajes ficticios e históricos, pero ¿en qué proporción?
Esperemos que Vargas Llosa algún día nos lo aclare, porque como novela
–excelente por cierto-, no crónica, se incluye en la ya prolífica obra del
escritor hispano-peruano. Cuando se sosegaron los ánimos, se me ocurrió
murmurar: “quizá la muchacha quiso decir en vez de los “mejores” los
“valientes”. Provocador que es uno. José López Romero.
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