En las pasadas Navidades nos fuimos la familia a dar
un paseíto por Sevilla, ciudad que si ofrece su máximo esplendor en primavera,
no es menos atractiva en cualquier época o momento del año (absténganse en
agosto), y en esos días de frío, alumbrado festivo y, sobre todo, gente, mucha
gente y su bullicio, parece como si la vida estuviera a salvo de crisis y
problemas diarios. Y con dos copitas parece como si no hubiera ni corrupción.
Pues en ese transitar de la masa, donde se entrecruzan conversaciones y se oyen
comentarios sin querer porque el español no habla sino grita, me quedé con uno
oído al pie de unos famosos grandes almacenes vomitado por un joven metido de
lleno en la veintena, si no rozaba ya la década siguiente, dirigido a dos o
tres jóvenes seguramente familiares: “estas Navidades deberíamos hacer regalos
que no sirvieran para nada. Al abuelo, un libro.” No sé si lo sacó de alguna desagradable
campaña o anuncio publicitario, de esos que escarban en la idiotez del
consumidor (¡hay tantos!), lo cierto es que el comentario dio su juego, el que
le propuse a la familia. Sentados en un bar cercano y con cuatro bebidas
calientes para reconfortar el cuerpo, nos dispusimos a alimentar el espíritu.
Partiendo de la afirmación de que, y no nos duelen prendas en reconocerlo, hay
libros que no sirven para nada, en todo caso para molestar y perder tiempo y
dinero, nos dedicamos a imaginar cómo sería el abuelo del generoso e
inteligente nieto. Los cuatro coincidimos en que sería un señor sin estudios,
seguramente dedicado durante toda su vida a una profesión de carácter manual,
aunque cabía también la posibilidad de que por sus años hubiera perdido la
vista, con lo que el libro de nada le hubiera servido, fin último de su sin
duda querido descendiente, lo que le confería al regalo un punto de maldad
añadido. En cualquier caso, y dado que ya empezamos a imaginar más de lo que la
lógica nos exigía y de que el juego tocaba ya a desvarío, en lo que sí
estábamos los cuatro totalmente de acuerdo es en que el pobre abuelo no se
merecía aquel nieto. José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
sábado, 16 de marzo de 2013
sábado, 9 de marzo de 2013
EL CANON MEDIEVAL
Grabado de Durero: "El caballero, la muerte, el diablo y el azar" |
Fue Harold Bloom allá por 1994 quien con su ensayo ‘El
canon occidental’ (en castellano, Anagrama, 1995) si no comenzó la moda de los
libros imprescindibles para lectores y especialistas en literatura, sí al menos
despertó o reabrió las viejas disputas sobre escritores y obras que todos
debemos conocer y leer. ¡Y vaya si las abrió! Porque cualquier selección que se
haga, por muy asentada en razones irrefutables, termina por desprender su
correspondiente dosis de subjetivismo, inevitable cuando de manifestaciones
artísticas se trata. Y a pesar de ser consciente de los riesgos que se corren,
no me resisto a exponer en estas líneas mi particular canon de lecturas
imprescindibles de la Edad Media ,
una selección fruto de la admiración que al leerlos he sentido, de la huella
que me dejaron y de la profundidad e interés que sus autores lograron imprimir
en sus trabajos. Pero solo me voy a ceñir a ensayos o investigaciones que, y
juego con ventaja, han significado y siguen considerándose por todos como
definitivos en sus áreas, textos de obligada cita cuando se trata de temas
medievales. A Jacques Le Goff debemos dos trabajos sobre la cultura y el
concepto de intelectual en la E.M .:
en primer lugar, ‘Los intelectuales en la Edad
Media ’ (Gedisa, 1996) y ‘La civilización del occidente
medieval’ (Paidós, 1999). Si en el segundo nos ofrece una visión bastante
completa de la vida medieval en general, en el primero se centra sobre todo en
la vida académica, especialmente de las universidades y sus métodos de
enseñanza. El mismo Le Goff sería el encargado de coordinar el volumen ‘El
hombre medieval’, dentro de la colección que Alianza Editorial (1990) fue
publicando con el mismo título pero de diferentes épocas; cada capítulo se
centra en una actividad propia del hombre (el monje, el guerrero, el campesino,
el comerciante, etc.), y cuya lectura nos termina por dar una idea global y
completa de la vida en la E.M. Pero
si nos queremos adentrar en la religión, ningún libro mejor y más interesante
que ‘En pos del Milenio’ de Norman Cohn (Alianza, 1981), una magnífica
exposición de las teorías milenaristas y sectas que en torno a ellas
proliferaron por la E.M .,
en torno al año 1000 hasta llegar incluso al siglo XVI. Religión, literatura,
arte, vida cotidiana que encontramos en otro de los grandes textos dedicados al
Medievo: “El otoño de la Edad Media ”
de Johan Huizinga (Alianza, 1978), un verdadero clásico sin duda de los
estudios medievales. Y para las cuestiones económicas y comerciales ‘Las
ciudades de la Edad Media ’
de Henri Pirenne (Alianza, 1997), al que le debemos otro estudio imprescindible:
‘Mahoma y Carlomagno’. Y dejo para el final uno de los ensayos más importantes
que sobre literatura medieval se han escrito: ‘Literatura europea y Edad Media
latina’ (FCE, 1976) de E.R. Curtius, compendio de las relaciones de la
literatura clásica y su profunda huella en la
medieval. Soy consciente de lo atrevido de esta selección y de que me
dejo atrás un ciento de estudios tan imprescindibles como los nombrados, pero
no me he podido resistir; a ellos y a mis profesores se lo debía. José López
Romero.
viernes, 1 de marzo de 2013
TODO DE
En ‘Blanco nocturno’, una magnífica novela de Ricardo
Piglia, aparece de pasada en la trama policiaca que en ella se desarrolla un
personaje oscuro, apenas esbozado con unas leves pinceladas descriptivas: la
madre de las hermanas Belladona. En las confidencias que le hace una de ellas,
Sofía, al periodista y narrador Emilio Renzi, le comenta que su madre es una
lectora compulsiva, es más, la lectura es la única actividad que la mantiene en
un estado normal. Aislada voluntariamente de la vida familiar, apenas sale de
sus habitaciones, si no es para seguir leyendo en el jardín de la casa. “¿Y qué
lee?”, le pregunta Renzi a Sofía. “Novelas. Llegan en grandes paquetes una vez por
mes las entregas para mi madre. Las encarga por teléfono”, comenta. Pero lo más
interesante de la compulsión de la señora es el método de lectura. “siempre lee
todo lo que ha escrito un novelista que le interesa. Todo Giorgio Bassani, todo
Jane Austin, todo Henry James, todo…” y Sofía va citando autores entre los que
destacamos a Moravia, Galdós, Huxley o Carson McCullers. Un método que me llamó
la atención porque a más de un lector sin remedio, es decir, compulsivo, he
conocido con ese mismo procedimiento de lectura, que tiene por único rigor el
“todo de…”. Digo más, yo mismo lo he seguido y lo sigo con algunos escritores a
los que me acerco por primera vez, y que me interesan tanto que no dudo en
hacerme con todo o buena parte de lo que puedo encontrar en librerías. Me
dediqué por un tiempo a leer toda la novela española decimonónica que caía en
mis manos y debo confesar que si algunos autores y novelas han resistido una
segunda lectura (Galdós, ‘La regenta’), por otros ha pasado ya demasiado tiempo
o no era, cuando los volví a tomar, el momento adecuado (Pereda). O el fervor
con que me sumergí en aquel “boom” latinoamericano. Mis últimas compulsiones
han sido Julian Barnes, Michel Houellebecq y Jorge Ibargüengoitia. Y por
supuesto, Ricardo Piglia. José López Romero.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)