En ‘La
biblioteca de noche’, uno de esos libros que se leen para disfrutar y aprender
en igual proporción, Alberto Manguel nos cuenta la bellísima y admirable, por
lo inusitada, historia de Abraham Moritz
(Aby) Warburg que renunció a la primogenitura en el negocio familiar a favor de
su hermano, con la condición de que este le comprara todos los libros que él
quisiera a lo largo de su vida. El amor por los libros hace que se mezclen las
historias reales, como la de Aby Warburg, con la ficción, porque muchos son los
escritores que han sabido transmitir en sus obras su íntima relación con los
libros, un amor ininterrumpido. Así, una de las novelas más hermosas escritas
sobre este asunto es sin duda ‘84, Charing Cross Road’, en la que a través de
las cartas que se cruza la propia autora, Helene Hanff, con Frank Doel, el
encargado de la librería Marks &. CO., y tomando como motivo los pedidos de
libros de la primera, se va estableciendo una relación personal con todos los
empleados de la librería que llega a emocionarnos. No menos emotivos y
apasionados son los dos protagonistas, Roger Mifflin y Helen McGill, de ‘La
librería ambulante’, novela de Christopher Morley, escrita a principios del
siglo XX y hace poco editada por Pirámide. La pasión con que Mifflin sabe
vender sus libros es uno de los aspectos que seduce a Helen de la misma manera
que seduce al lector. Sin embargo, se me vienen a la memoria dos ejemplos de
mezquindad y sordidez, consecuencia de personajes innobles, a través de los
cuales sus autores intentan transmitirnos la otra cara, la oscura, de la
naturaleza humana que nada tiene que ver con los ejemplos anteriores. Me
refiero a la famosa librería o ‘cueva de Zaratustra’ de ‘Luces de bohemia’,
antro en que es engañado el pobre Max Estrella con la connivencia de su perro
Latino de Hispalis; y el segundo, la asquerosa librería de don Gaetano y doña
María que nos describe Roberto Arlt en ‘El juguete rabioso’ y donde entra a
trabajar el protagonista Silvio Astier. El amor por los libros se convierte así
en una forma, quizá de las más claras, de definir la nobleza o indignidad de un
personaje, y también de una persona. José López Romero.
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