Pintura de Jonathan Wolstenholme |
De entre los cientos de libros que
tengo en mi casa y que ya abarrotan y hasta desbordan las estanterías, los
muebles y cualquier otro espacio susceptible de colocar un libro, aunque sea de
canto, hay tres o cuatro que llevan varios meses detrás de mí con el afán de
que los lea. En más de una ocasión, al pasar cerca de ellos he notado como un
siseo y a veces hasta un suave agarrón de la manga, todo para que les preste
atención y decida, de una vez por todas, leerlos. Y en más de una ocasión he
tenido que pasar más deprisa que de costumbre y con un “no es el momento. No
tengo tiempo ahora”, tan apresurado como mi paso, me he escabullido, como
cuando te asalta en la vía pública una señorita para explicarte las magníficas
ofertas de una tienda de perfumes o las últimas novedades en telefonía móvil. Y
al volverme, ya pasado el estante, noto la profunda decepción marcada en sus
portadas y vuelven a ordenarse en el anaquel, del que se habían adelantado unos
centímetros con el fin de abordarme a mi paso. Y aunque ya la situación es de
por sí desagradable, la tensión aumenta cuando me dispongo a coger otro libro
para su lectura. Percibo una cierta agresividad en el ambiente, y más de una
vez he creído oír un “¿y por qué este, si lo has comprado hace menos tiempo que
a nosotros? ¿Es acaso más interesante? ¡Si ni siquiera nos has visto por dentro
para comparar! ¡Qué ingratitud!”. Yo soy el primero en reconocer que un libro
está escrito con el único fin de que sea leído, y hasta puedo seguir
reconociendo que todo libro tiene algo que puede interesar a cualquier lector, hasta
del peor algo se aprende, suele decirse aunque en esto tengo mis serias dudas,
casi certezas de lo contrario después de llegar a mis manos alguna publicación
última. Pero la compra de un libro obedece a muy variadas razones. Unos son
exclusivamente de consulta; otros, la mayoría, se compran para saber que se
tienen en el momento en que se decide su lectura; y los menos, para leerlos de
inmediato por algún motivo especial o incluso profesional. Y más de un libro
del tercer grupo ha pasado al segundo por falta de tiempo o porque ese motivo
urgente ha terminado por dilatarse hasta posponer sine die su lectura. Y si
abundamos en ello, cada vez estoy más convencido de que hay libros y, si me
apuran, tipos de libros, que tienen una edad para leerse (¡aquellas obligadas
lecturas de infancia y adolescencia!), y la mayoría un momento del año, y que
pasados estos ya nos cuesta más esfuerzo emprender su lectura, o no se digiere
esta si las condiciones hubieran sido las idóneas. Pero estas razones ¿quién se
las puede explicar a mis descontentos libros? Hoy me he acercado a ellos y les
he dicho que en estos días voy a coger uno. A la media hora me grita mi mujer: “¡Ya
estamos otra vez! ¿qué les has hecho a los libros? En esta estantería hay tres
o cuatro peleándose a hoja partida y diciéndose unos a otros “yo el primero”.
¡Que los libros se peleen por su lectura, mientras los humanos se pelean por no
leer! El mundo definitivamente al revés. José López Romero.