Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

sábado, 22 de febrero de 2014

MIS LIBROS

Pintura de Jonathan Wolstenholme
De entre los cientos de libros que tengo en mi casa y que ya abarrotan y hasta desbordan las estanterías, los muebles y cualquier otro espacio susceptible de colocar un libro, aunque sea de canto, hay tres o cuatro que llevan varios meses detrás de mí con el afán de que los lea. En más de una ocasión, al pasar cerca de ellos he notado como un siseo y a veces hasta un suave agarrón de la manga, todo para que les preste atención y decida, de una vez por todas, leerlos. Y en más de una ocasión he tenido que pasar más deprisa que de costumbre y con un “no es el momento. No tengo tiempo ahora”, tan apresurado como mi paso, me he escabullido, como cuando te asalta en la vía pública una señorita para explicarte las magníficas ofertas de una tienda de perfumes o las últimas novedades en telefonía móvil. Y al volverme, ya pasado el estante, noto la profunda decepción marcada en sus portadas y vuelven a ordenarse en el anaquel, del que se habían adelantado unos centímetros con el fin de abordarme a mi paso. Y aunque ya la situación es de por sí desagradable, la tensión aumenta cuando me dispongo a coger otro libro para su lectura. Percibo una cierta agresividad en el ambiente, y más de una vez he creído oír un “¿y por qué este, si lo has comprado hace menos tiempo que a nosotros? ¿Es acaso más interesante? ¡Si ni siquiera nos has visto por dentro para comparar! ¡Qué ingratitud!”. Yo soy el primero en reconocer que un libro está escrito con el único fin de que sea leído, y hasta puedo seguir reconociendo que todo libro tiene algo que puede interesar a cualquier lector, hasta del peor algo se aprende, suele decirse aunque en esto tengo mis serias dudas, casi certezas de lo contrario después de llegar a mis manos alguna publicación última. Pero la compra de un libro obedece a muy variadas razones. Unos son exclusivamente de consulta; otros, la mayoría, se compran para saber que se tienen en el momento en que se decide su lectura; y los menos, para leerlos de inmediato por algún motivo especial o incluso profesional. Y más de un libro del tercer grupo ha pasado al segundo por falta de tiempo o porque ese motivo urgente ha terminado por dilatarse hasta posponer sine die su lectura. Y si abundamos en ello, cada vez estoy más convencido de que hay libros y, si me apuran, tipos de libros, que tienen una edad para leerse (¡aquellas obligadas lecturas de infancia y adolescencia!), y la mayoría un momento del año, y que pasados estos ya nos cuesta más esfuerzo emprender su lectura, o no se digiere esta si las condiciones hubieran sido las idóneas. Pero estas razones ¿quién se las puede explicar a mis descontentos libros? Hoy me he acercado a ellos y les he dicho que en estos días voy a coger uno. A la media hora me grita mi mujer: “¡Ya estamos otra vez! ¿qué les has hecho a los libros? En esta estantería hay tres o cuatro peleándose a hoja partida y diciéndose unos a otros “yo el primero”. ¡Que los libros se peleen por su lectura, mientras los humanos se pelean por no leer! El mundo definitivamente al revés.  José López Romero.

RESEÑAS

La civilización del espectáculo
Mario Vargas Llosa. Punto de lectura, 2012.
Su faceta como novelista ha oscurecido un tanto su labor como finísimo crítico literario, con una serie de trabajos que tiene en títulos como “García Márquez: historia de un deicidio”, “La orgía perpetua” (un ensayo dedicado a Flaubert y su “Madame Bovary”), o “La verdad de las mentiras” (magnífico repaso por las veinticinco mejores novelas del siglo XX) excelentes ejemplos de su dedicación a la literatura. Pero Vargas Llosa es mucho más que eso. Es sobre todo un hombre preocupado por el mundo en el que le ha tocado vivir, y por ello concienciado de que ningún problema le debe ser ajeno, y que aborda incansablemente en sus artículos periodísticos. Y en relación con ello, tenemos “La civilización del espectáculo”, un trabajo en el que critica la banalización de la cultura actual que lejos de ser el motor y transformador de la sociedad, se ha convertido en puro entretenimiento y diversión. Un libro muy recomendable en todos los aspectos. J.L.R.

Viaje sentimental
Laurence Sterne. Debolsillo, 2012.

Laurence Sterne está indisolublemente unido a su gran novela “Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy” (buena edición en Cátedra, Letras Universales; aunque más famosa es la traducción de Javier Marías, premio Fray Luis de León de traducción de 1979). Y con el “Tristram Shandy” su no menos íntima relación con el “Quijote”, del que se convirtió Sterne en uno de sus grandes seguidores ingleses. El “Viaje sentimental” relata las experiencias vividas por el propio Sterne cuando decide viajar por Francia e Italia en busca de climas más templados para su maltrecha salud. Se respira en toda la obra esa fina ironía tan característica de los novelistas ingleses del XVIII (Fielding, por ejemplo) y que en Sterne es uno de sus rasgos más sobresalientes. A pesar de los recelos de los británicos por el continente, el calificativo de la obra, “sentimental”, define a la perfección el tono y la actitud de Sterne. Un libro para disfrutar. J.L.R.  

sábado, 15 de febrero de 2014

MALES

Salvando el natural rechazo que produce el asunto, más cuando todos nos deseamos, sobre cualquier otra cosa, salud… y un poquito de dinero, de siempre me ha gustado la palabra “males” referida o como sinónimo de enfermedad. “Tiene males en la familia”, le oía a mi madre cuando de compadecer a algún conocido o amigo se trataba. Pues bien, al margen del gusto y el disgusto por las palabras, he detectado en los últimos años dos enfermedades, dos males que afectan a buena parte de la población española, uno por exceso y otro por defecto y que tienen a los libros como causa primera y única. El primer mal, al que podríamos denominar “voluminosis”, se presenta en aquellos individuos que suelen leer de forma compulsiva, devoran libros y libros, sin que quede en ellos sedimento alguno de una lectura, que se hace apresurada y falta de las condiciones mínimas para que esta vaya creando un poso de conocimiento e información. Los libros se miden por cantidad, es decir, por número de páginas por minuto, por volúmenes fagocitados por día. Y con ser esta enfermedad de pronóstico reservado, la segunda no podemos por menos que calificarla de grave. Consiste en una especie de repugnancia al formato libro. Los individuos que la padecen sufren como mareos y vómitos con la sola visión de un libro, y llegan al desmayo cuando se encuentran entre sus manos con un ejemplar de una novela que encima tienen que leer. El rechazo a la letra impresa ha sido desde los comienzos de aquel infernal invento de Gutenberg, una de las enfermedades más extendidas en la población española, hasta el punto de que por momentos, estos mismos que nos han tocado vivir, puede llegar a alcanzar la categoría de epidemia. Muchos escolares confiesan sin pudor su aversión al formato libro, a ese cúmulo de páginas encuadernadas que les obligan a leer en los colegios, sin saber, como tampoco lo saben sus propios profesores, que es el síntoma de una enfermedad. Y aunque soy partidario de la terapia de choque, en este asunto aplico el concepto de las dietas: “la que es original, no es buena; y la que es buena, no es original”. Por tanto, vida sana y buena educación. José López Romero.


sábado, 8 de febrero de 2014

PROHIBICIÓN

El 9 de junio de 1765, el rey Carlos III se sirvió “mandar prohibir absolutamente la representación de los autos sacramentales, alegando ser los teatros lugares muy impropios y los comediantes instrumentos indignos y desproporcionados para representar los Sagrados misterios de que tratan”. La Real Orden de prohibición era el resultado final de una campaña de acoso y derribo contra la representación de estas piezas teatrales tan populares en el Barroco, que habían orquestado escritores como Clavijo y Fajardo y Nicolás Fernández de Moratín emprendida años antes. Con esta medida tomada por el rey ilustrado por excelencia, se inicia una sucesión de prohibiciones a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII que llegaría hasta la primera década del siglo siguiente. Vayamos a los datos. El 17 de marzo de 1788, reinando aún Carlos III, se prohíben las comedias de magia en virtud de un auto expedido por el Juzgado de Protección de los Teatros; el 28 de diciembre de 1799 la prohibición afecta  a la ópera italiana; y finalmente, en 1800 se prohíben las comedias de jaques y bandoleros. En el abigarrado y complejo mundo teatral del siglo XVIII, donde se mezclan las tragedias y las comedias al gusto neoclásico con los epígonos de un teatro barroco a veces reformado y, las más de las veces, corrompido hasta lo irreconocible con tal de halagar el gusto de la plebe, a lo que hay que añadir la ópera y sus derivados procedentes de Italia; en este mundo, decimos, no es de extrañar que las voces intelectuales más autorizadas intentaran y consiguieran poner coto a tanto despropósito y hacer limpieza para aclarar el panorama teatral. Hoy, verbos como “prohibir” e “imponer” no tienen precisamente buena prensa y concilian poco o nada con el interés de un pueblo (ese “vulgo que gusta más de lo admirable que de lo verosímil”), que ejerce su soberanía democrática como le viene en gana. Sin embargo, cuando del dinero público se trata, quienes están encargados de administrarlo deberían ser más cuidadosos con las subvenciones a espectáculos y representaciones artísticas, porque tras la apariencia o excusa de “arte” se esconden auténticos bodrios que ya ni por lo necio y grosero da gusto. La penúltima: “Los amantes pasajeros” del inefable Almodóvar, mala hasta el delirio. Con esto ni se pretende comparar la horrorosa película con los autos sacramentales y ni mucho menos proponer su prohibición, pero no estaría de más que la propia gente de la cultura, sobre todo la más beligerante con los tiempos y las dificultades que ahora sufren y de las que tanto se quejan, mostrara su desacuerdo con la asignación de subvenciones a películas de ínfima calidad que en nada prestigia a nuestro cine, pero está claro que la sombra y la influencia del más que irregular director manchego es demasiado alargada y muy pocos, o nadie se atrevería a negarle o discutirle una suculenta subvención. ¡Y para colmo, según señalan las estadísticas, “Los amantes pasajeros” es la película española más taquillera del pasado año! “Father, vengo de ver la última película de Almodóvar”, me acaba de decir mi hija. ¡Ea! ¿Y ahora cómo publico yo esto?  José López Romero.