Salvando el natural rechazo que
produce el asunto, más cuando todos nos deseamos, sobre cualquier otra cosa,
salud… y un poquito de dinero, de siempre me ha gustado la palabra “males”
referida o como sinónimo de enfermedad. “Tiene males en la familia”, le oía a
mi madre cuando de compadecer a algún conocido o amigo se trataba. Pues bien,
al margen del gusto y el disgusto por las palabras, he detectado en los últimos
años dos enfermedades, dos males que afectan a buena parte de la población
española, uno por exceso y otro por defecto y que tienen a los libros como
causa primera y única. El primer mal, al que podríamos denominar “voluminosis”,
se presenta en aquellos individuos que suelen leer de forma compulsiva, devoran
libros y libros, sin que quede en ellos sedimento alguno de una lectura, que se
hace apresurada y falta de las condiciones mínimas para que esta vaya creando un
poso de conocimiento e información. Los libros se miden por cantidad, es decir,
por número de páginas por minuto, por volúmenes fagocitados por día. Y con ser
esta enfermedad de pronóstico reservado, la segunda no podemos por menos que
calificarla de grave. Consiste en una especie de repugnancia al formato libro.
Los individuos que la padecen sufren como mareos y vómitos con la sola visión
de un libro, y llegan al desmayo cuando se encuentran entre sus manos con un ejemplar
de una novela que encima tienen que leer. El rechazo a la letra impresa ha sido
desde los comienzos de aquel infernal invento de Gutenberg, una de las
enfermedades más extendidas en la población española, hasta el punto de que por
momentos, estos mismos que nos han tocado vivir, puede llegar a alcanzar la
categoría de epidemia. Muchos escolares confiesan sin pudor su aversión al
formato libro, a ese cúmulo de páginas encuadernadas que les obligan a leer en
los colegios, sin saber, como tampoco lo saben sus propios profesores, que es el
síntoma de una enfermedad. Y aunque soy partidario de la terapia de choque, en
este asunto aplico el concepto de las dietas: “la que es original, no es buena;
y la que es buena, no es original”. Por tanto, vida sana y buena educación.
José López Romero.
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