Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

sábado, 20 de febrero de 2016

MUY CARO

De entre los cientos de miles de escritores, millones incluso, que la historia, en ese ejercicio de justicia tan poética como implacable, ha ido abandonando en las cunetas del olvido con el correr de los tiempos, como cadáveres sin nombre apilados en estremecedoras fosas comunes, uno queremos recuperar, rememorar, aunque solo sea por unas líneas, a modo de rebelión contra la tiranía de esa historia que, para lamento de muchos, pone a cada cual en el lugar que le corresponde. Don Vicente Fernández de Rebolledo y Meneses, segundón de una antigua familia que disfrutaba de medianas y acomodadas rentas en un pueblo cercano a Toledo, no halló, según fuentes no dignas de mucho crédito, medio más adecuado para medrar en la corte donde reinaba, sobre el propio rey, don Manuel el choricero, que las letras. Un más que mediocre “Panegírico o lección filosófico-moral sobre todas las bellezas y virtudes que adornan a nuestro príncipe de la paz”, que le hizo llegar a Godoy, le valió de inmediato el favor de este y un lugar de privilegio en el círculo más íntimo y estimado por el dueño, en aquel turbulento final del siglo XVIII, de España. Y con el favor del privado, su propia riqueza, el lujo, las fiestas, el despilfarro y la protección de sus amigos y allegados, que iban medrando a la par que el escritorzuelo, enriqueciéndose con él en la misma medida que se esquilmaban las arcas públicas. Todo un ejemplo de los tiempos que ahora corren ¿o son los mismos tiempos y los mismos infames personajes? Se cuenta, finalmente, que don Vicente Fernández de Rebolledo y Meneses, exiliado en Orthez (sur de Francia), y agonizante de tuberculosis, olvidado de todos, pobre hasta la miseria y repudiado por su propia familia, llegó a escribir, en un alarde de cinismo estas palabras como si de su epitafio se tratara: “muy alto precio he pagado por mis escritos”. El olvido, del que no lo salvarán por fortuna estas líneas, es su justa tumba y su única recompensa. José López Romero.      

sábado, 13 de febrero de 2016

IN MEMORIAM

Cuando terminaba de leer novelas como Calle de las tiendas oscuras o Dora Bruder o incluso En el café de la juventud perdida de Patrick Modiano (Premio Nobel de Literatura de 2014), mi reflexión era siempre la misma: ¡cuántas vidas se entrecruzan en nuestras vidas!, hasta el punto de poder reconstruir la existencia de una persona a través de las vidas de los demás, a través de ese laberinto o tela de araña que supone el contacto o simplemente el roce de unos con otros: los clientes habituales del bar en el que sueles tomar el primer café de la mañana y con los que esporádicamente entablas una conversación; los dependientes de la tienda en la que compras los alimentos; tus compañeros y compañeras de trabajo… innumerables son las situaciones como incontables las personas a las que conoces y que te conocen. Pero hay vidas, personas cuyo contacto se estrecha y pasan a formar parte importante, fundamental de nuestra propia vida: los amigos, la familia y, en el caso por lo que esto escribo, mi cuñada Encarna. A la manera de Modiano, aunque no en ese “café de la juventud perdida”, sino en una biblioteca (no podía ser de otra manera) conocí a las dos hermanas un verano en que decidí leer todo lo que pudiera encontrar de la Generación del 27, y ellas arrastraban la pesada tortura de alguna asignatura pendiente que debían aprobar en septiembre (seguramente Matemáticas o Lengua y Literatura). Aquellas dos niñas, porque en aquella época con 15 o 16 años todavía se tenía la mirada limpia de las niñas (la mirada celeste de Mercedes), se cruzaron en mi vida para no abandonarla más. Pero el pasado miércoles, día 20 de enero de 2016, se rompió el hilo que me unía a mi cuñada Encarna. Fue durante sus buenos años una lectora compulsiva de novelones de muy variada procedencia y más que dudosa calidad, pero entendía que la literatura debía ser un entretenimiento sin mayores pretensiones, lo que es muy respetable; y era, por ese amor fraternal que nos profesábamos, una lectora fiel hasta la devoción de esta página, cuyos artículos siempre despertaban algún comentario que me pasaba por el brezo que dividía nuestras casas. Como en las novelas de Modiano, con mi vida y la de mi mujer se puede con todo detalle reconstruir la existencia de mi cuñada, y en nuestro corazón pervive, como en el de sus hijas y en los de mis hijos, que eran como suyos. Cuando celebrábamos el final del año 2015 y saludábamos la entrada del 16, nos besamos, nos abrazamos y siempre nos decíamos “te quiero mucho”; no sabía, aunque me lo temía, que quizá aquel fuera nuestro último beso y nuestro último abrazo, pero nunca será el último “te quiero mucho”. Descanse en paz una mujer buena, que perdió en sus últimos años el brillo, la alegría de su mirada limpia; descanse en paz mi cuñada Encarna, mi querida hermana. In memoriam. José López Romero.  

viernes, 5 de febrero de 2016

SERÁN CENIZA

Posiblemente uno de los mayores elogios que se le puede hacer a un escritor es que nunca defrauda a sus lectores. Y si esto podemos decir de todos los narradores del XIX, no decimos lo mismo de los poetas porque el verso no alcanza siempre la misma altura, está sujeto a los altibajos de la técnica y, sobre todo, de la inspiración. Sin embargo, muchos y buenos se salen de esa desigualdad, entre los que sin duda contamos a Pedro Sevilla. Su último poemario Serán ceniza (Libros Canto y Cuento, 2015) mantiene la alta calidad de los libros anteriores, de los que recomendamos la antología Todo es para siempre (Renacimiento, 2009). Una calidad literaria que también alcanza en su obra en prosa con novelas como Los relojes nublados o su libro de memorias la fuente y la muerte. Un título emblemático el de sus memorias, porque buena parte de sus poemas giran en torno a la muerte, no como uno de esos temas universales de la literatura, sino como presencia permanente, cotidiana, íntima compañera de viaje, pero que también somos capaces de superar, renacer “para aceptar la vida / con la misma emoción con que se aceptan / las camisas de un padre. / Ha habido que morir, retornar encendido, / y acoger en el seno a la alegría, / que es amor, puro fruto, / un gozoso legado que también ennoblece” (“Alegría”). La muerte pero también la vida, la fuente, una vida que parte siempre del recuerdo amado del hogar, sus padres, su mujer, el campo, el cielo, la naturaleza, las luces, el calor de las tardes de verano o esos crepúsculos lentos y tristes del otoño, y el amor sereno como el deseo encendido en la memoria. Los poemas de Pedro Sevilla son estampas familiares, fotos antiguas, recuerdos de una niñez y una adolescencia que son las nuestras, por eso en el reconocimiento de nuestras propias vivencias los versos de Pedro nos emocionan, nos miran por dentro y nunca nos defraudan. José López Romero.