Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

viernes, 10 de noviembre de 2017

A LA INMENSA...

“Anda. Pásate esta tarde por aquí y nos tomamos un café. Tengo una buena noticia que darte”. La llamada de su editor le cogió por sorpresa, y más aún lo de la buena noticia, de la que no quiso avanzarle nada. Y con la misma expectación se presentó en el despacho, donde lo esperaba con el café humeante. “Tu libro –le dijo con una sonrisa de oreja a oreja- se está vendiendo muy bien, pero que muy bien. Te confieso que no nos lo esperábamos”. Él se removió en el sillón y se acercó a la mesa para coger la taza y saborear un sorbo de aquel brebaje que le sabía a gloria. Se quemó la boca, pero ¡cómo iba a quejarse ahora! El editor prosiguió: “la campaña publicitaria no ha estado mal; pero hemos tocado a algunos críticos y, oye, ha funcionado. Ya hemos cubierto gastos y todo lo que se venda ya son beneficios. Lo mismo sacamos una segunda edición”. Cuando se terminó el café a duras penas y se dieron el abrazo de despedida, de camino a casa iba rumiando un éxito un tanto inesperado, intentaba digerir el apabullante número de ejemplares vendidos y por vender y el dinero que podía ganar. Pero una sombra, la maldita sombra de la conciencia se le abalanzó de pronto. Él no quería ser un autor de éxito popular, no ahora, en su espléndida madurez como escritor, y recordaba aquella anécdota del divino Borges que ya a una edad provecta se asombraba de las enormes ventas de sus libros, cuando en 1932 había publicado un texto del que solo se habían vendido en todo el año treinta y siete ejemplares. Él quería ser así, un autor de culto, un escritor para pocos (“a la inmensa minoría siempre”), no uno más de entre las listas de los más vendidos, porque eso sería bastardear su literatura, menospreciar su arte. Ya tendría tiempo de ser leído por cualquiera, ahora solo necesitaba a esos pocos que podían saborear su estilo, como se deleita con un sorbo de un buen café. Cuando llegó a su casa, no pudo por menos que compartir con su mujer todas sus inquietudes, la desazón de convertirse en un escritor de best-sellers. ¿Y el dinero? Fue la pregunta que sonó como un golpe definitivo sobre una conciencia cada vez más débil. José López Romero.  



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