“-Pá. Ya sé cómo nos
vamos a hacer ricos”. Mi hijo siempre preocupado por los aspectos espirituales
de la vida. “Ya sabes que ahora me ha dado por las novelas policiacas” (¡claro
que lo sé! La madre, una blanda, no para de comprarle novelitas al niño). “Y
después de unas diez que llevo, el método es el mismo, y como dice mamá:
conocido el método… Pues bien, lo primero, el muerto, lo segundo el detective o
policía, o mejor, una pareja de ellos, después la trama, y si esta es por
intereses económicos o políticos, perfecto, y completan los personajes los
típicos y siniestros asesinos a sueldo y los cabecillas cínicos y despiadados;
desenlace final y a forrarnos”. Un discurso que, como puede comprobarse,
desprendía literatura por todos sus poros. Y aunque parte de razón no le falta
a mi hijo en lo que al método se refiere, porque buena parte del género negro
está cortado por el mismo patrón, la categoría literaria de unos y otros autores
marca la diferencia entre una buena novela y otras que podemos tirar a la
basura sin remordimiento alguno. No es lo mismo, ni comparable, un González
Ledesma que un Stieg Larsson. Y en esto de lo policiaco ha sido tanto el furor
de la moda que todos (y cuando digo “todos” me refiero al género humano y no sé
si incluir también al animal, porque hay novelas por ahí que no son humanas) se
han lanzado a la frenética carrera de escribir un relato negro, y así han
salido algunos. De tal manera que no hay país casi en el mundo que
no tenga un buen elenco de escritores dedicados a la novela policiaca. Por mi parte, también debo entonar el “mea
culpa”, aunque compartido con mi amigo y compañero de página, Ramón Clavijo.
“Bueno, y a todo esto, ¿a mí en qué me afecta “tu método” y tus ganas de
forrarte?” “Pá, está claro. Yo pienso y tú ejecutas. Ya sabes, el principio
universal de la idea y la acción.” “Entonces, si no he entendido mal, tú me
cuentas la historia que te inventes y yo escribo la novela”. “Y vamos a 70-30.
Ya estoy viendo la trilogía. Un pastizal, Pá.” “¿Y por dónde andas de la
idea?”, “¡si empezamos con presión…!”. José López Romero.
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