“¿Adónde nos llevas,
ciego?”. Recuerdo que con esta frase el pueblo polaco mostró su desprecio, y
quizá también su miedo, cuando el general Jaruzelski
impuso la ley marcial en el país (13 de diciembre de 1981- 22 de julio de
1983), con el fin de acabar con las revueltas sociales dirigidas por el
sindicato Solidaridad de Lesch Walesa. Y no es que fuera ciego el militar, sino
que usaba gafas con unos gruesos cristales ahumados que le daban esa
apariencia. Y cada vez que me acuerdo de la frase, pintada en las paredes de
toda Varsovia, siempre la relaciono con el ‘Lazarillo’ y las enseñanzas que
recibió de su primer amo, el ciego. Todo un símbolo de que un ciego no puede
enseñar el buen camino a un niño, de que no se puede aprender nada bueno de
quien necesita ser dirigido, del que no ve. Jaruzelski era, para sus paisanos
polacos, ese ciego que por la fuerza quería dirigir una nación, sin distinguir
siquiera el camino correcto. Y yo, que por circunstancias familiares, he
mantenido contacto directo con personas invidentes, puedo asegurar que si les
falta un sentido, lo suplen a la perfección con una mayor agudización de los
demás. Ser ciego, a pesar de la tradición literaria, no es hoy, ni tampoco
ayer, motivo para incapacitar a una persona para dirigir a un país. Calificar
al militar golpista de ciego en aquella frase, más tenía de crítica hacia su
comportamiento político (ciego ante unos acontecimientos que el tiempo confirmó
imparables), que de un insulto a su aparente discapacidad. El ciego del
‘Lazarillo’ no deja de ser un tipo literario, es decir, un modelo o ejemplo de
esa enorme masa popular que pedía limosna por todas las ciudades de España en
aquellos siglos del imperio, muchos de ellos inválidos por las inacabables
guerras. O también podría ser que sus padres lo hubieran cegado a corta edad
para mover a mayor compasión limosnera. Sea como fuere, Lázaro de Tormes
aprendió de su primer maestro a valerse por sí mismo y a desconfiar de todos,
incluso de alguien que no veía pero que le enseñó a base de golpes, lágrimas y
hambre. La buena enseñanza no depende de la ceguera física, sino de la
integridad moral, ¡a cuántos políticos de hoy habría que gritarles “¿Adónde nos
llevas, ciego?!”. José López Romero.
No te preocupes, Figura, además de ciegos son sordos!!! Una pena, sus capacidades solo son económicas.
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