El pasado 23 de abril
(¡han pasado ya dos meses!), la biblioteca municipal con mis amigos Ramón
Clavijo y Amparo Gómez a la cabeza, quiso reconocer la trayectoria de los dos
clubes de lectura que funcionan en dicha institución, y para ello
personalizaron este reconocimiento en los dos coordinadores, Patricia Ruano y
quien esto escribe. Un acto entrañable y que los dos agradecimos y agradecemos
porque, además, se premiaba a los dos jóvenes lectores (niños) que se habían
destacado como usuarios de los servicios de la biblioteca. Y este premio a los
niños le da una especial relevancia al acto del que hablamos, porque es una
obviedad decir que los lectores no se crean ni crían en las escuelas, sino en
el seno familiar, fuente fundamental y decisiva en la formación de un niño o
niña en todos los aspectos, incluida la lectura, humanos y sociales de los que
la escuela no es más que un apoyo, y los maestros y profesores, unos
colaboradores de la labor que deben realizar los padres. Pero no nos desviemos,
porque yo quiero dedicar este artículo a nuestro club de lectura. Y digo muy
bien con el “nuestro” y no “mío”, porque el club de lectura que se reúne casi
un sábado al mes en la biblioteca central pertenece a todos y cada uno de sus
miembros, porque nadie es más que nadie, y porque todas las opiniones sobre la
lectura de un libro es respetable y aleccionadora. Llevamos ya catorce años con
el club, y ya se ha consolidado un grupo de personas, mayoritariamente mujeres
(mi rendida admiración a todas ellas), que año tras año renuevan sus votos con
nuestro club y le guardan una fidelidad a prueba de cualquier inclemencia
climática. Y en este aspecto, me siento muy orgulloso y, sobre todo, muy
agradecido por compartir ellas conmigo los sentimientos que les despiertan las
lecturas de los libros propuestos, por hacer de la lectura un motivo de
encuentro, de unión, de amistad, en un ambiente que bien podría ser la envidia
de cualquier grupo humano, familias incluidas. El respeto, la cortesía, el
rigor, la amabilidad y el cariño que todos nos dispensamos, es un ejemplo de
cómo la lectura no es un acto personal e intransferible, sino todo lo
contrario, un acto que puede y que debe compartirse y, en este sentido, como
lectores “sin remedio” todos nos sentimos afortunados, yo el primero, por
contar con amigas tan valiosas. Y en las sesiones en las que nos visita algún
autor (memorables Pedro Sevilla, Pepa Parra, Pepe Mateos, Sebastián Rubiales),
también comprobamos que lectores y escritores, al menos los que acabo de citar,
coinciden en el respeto mutuo, porque comparten un amor tan preciado como
cualquier otro tipo de sentimiento: el que todos tenemos hacia los libros,
hacia la escritura como expresión de ideas y emociones. Citar a mis queridos
amigos y amigas, todos los que han pasado por el club en estos años y aquellos
que siguen en activo sería inabarcable, sirvan estas líneas como homenaje y mi
agradecimiento a todos ellos, a todas ellas por enseñarme con el ejemplo de su
generosidad y fidelidad que esa especie en supuesto estado de extinción que son
los lectores sin remedio nacen, se multiplican y, sin duda, nunca morirán. El
sábado 2 de junio cerramos este curso del club, de nuestro club. Ha sido, como
en todos estos años, un verdadero placer. José López Romero.
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