Le venía de familia. Él tampoco tenía ninguna duda. Él también estaba en el lado correcto de la historia, como sus padres, sus abuelos... Y formaba parte de esa masa cuyos individuos se reconocían unos a otros por tener sintonizada en su aparato de radio la misma emisora, la de siempre, y por leer el mismo periódico, el de siempre, dos medios de comunicación que habían impuesto a base de prebendas y subvenciones un pensamiento, que llamaban “único” porque ninguno podía ser mejor. ¿Y el otro lado?, ¿el de enfrente? ¿el equivocado de la historia? A él le gustaba utilizar el mismo calificativo que tantas veces oía a sus referentes y que recordaba tiempos no muy lejanos, y considerar, como ellos también hacían, que todo lo que afirmaban los otros, los del lado incorrecto, era una burda mentira, patrañas y bulos. Y de aquella cadena y de aquel diario tomaba las recomendaciones literarias, porque nada más adecuado que leer a los escritores y escritoras que reseñaban o, mejor dicho, promocionaba el sistema. Una red de intercomunicaciones, como si fuera uno de esos gráficos con que se representa la IA, a través de la que satisfacía todas sus necesidades ideológicas, literarias y hasta espirituales. Y sobre todo porque nada de lo que oía o de lo que leía le daba motivos para dudar de su veracidad y de su calidad literaria. Y así, tenía a una bien nutrida lista de personalidades culturales a los que seguía como si perteneciera a una cofradía y aquellos fueran sus titulares. Escuchaba con devoción las tertulias literarias de su cadena, la de siempre; apuntaba los libros que recomendaba el suplemento literario del periódico, el de siempre; libros de aquellos escritores y escritoras de cabecera que no tardaba en adquirir. Pero un día se encontró por casualidad con una antigua compañera de universidad. Se tomaron unas cervezas para recordar viejos tiempos y, al hilo de la conversación, ella le fue recomendando algunos autores que no pertenecían al selecto grupo de sus “divinos”, sino a ese lado equivocado y oscuro de la historia. Por curiosidad compró algunos y cuando terminó de leer el primero, sintió cómo la duda le iba subiendo por el estómago hasta llegar al cerebro y le pareció que se asomaba a un abismo en el que no estaba dispuesto a caer… Le venía de familia. José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
viernes, 7 de marzo de 2025
viernes, 21 de febrero de 2025
ENTREVISTA
“-Ahí te ha dado, father”. “¿Y ahora qué, padre”, les oigo decir a mis hijos que, con cara de recochineo, me reprenden como si yo fuera un colegial pillado fumando en los servicios del centro escolar. Y es que cuando a mis hijos les da por hurgar en la herida, no hurgan, hacen perforaciones. Y todo porque me oyeron decirle a su madre que estaba totalmente de acuerdo con las opiniones que Juan Gómez-Jurado había hecho en una entrevista publicada en Internet. Nada más que el titular que la periodista, Almudena de Cabo, había destacado, ya me atrajo la atención: “La literatura de entretenimiento es necesaria, porque es el único camino para acabar leyendo a Borges o García Márquez”. Comparto con el exitoso novelista esta afirmación. Porque antes de llegar a los clásicos, tanto antiguos como modernos, hay que pasar por un proceso de maduración lectora que, en el caso de Gómez-Jurado como en el mío propio, comenzó con los tebeos, con las novelas del oeste que le quitaba a escondidas a mi padre e incluso, recuerdo, con la serie de relatos sobre las peripecias de un pelotón de soldados, procedentes de batallones de castigo del ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial, escritas por Sven Hassel y publicadas todas en la colección Reno de la editorial Plaza y Janés. Y no menos de acuerdo en esta declaración, que es toda una demostración de sinceridad: “Hay novelas muy entretenidas y que no van a pasar a la historia de la literatura, como son las mías, que, sin embargo, están llenas de intención y de ganas de elevar el género, pero dentro del género, sin trascender. Y hay novelas que no venden tanto y que son absolutamente imprescindibles por otros motivos.” Una gran verdad, no solo por lo que afirma de su propia obra, sino por esa otra literatura, la buena, la que hace lectores de verdad, que corre el riesgo de no llegar al gran público lector y, por tanto, no formar parte de la historia del género. Es muy importante ese alarde de sinceridad del escritor, porque no hay mejor lección de vida que el reconocimiento de las propias limitaciones. Gómez-Jurado sabe y es plenamente consciente de que sus novelas poseen unas determinadas virtudes, que las han convertido en éxito, pero difícilmente gozarán de la gloria literaria. Entretener, divertir sin mayores pretensiones ni aspiraciones, es un propósito literario tan respetable y legítimo como el más elevado de ellos. El problema estriba en que mientras él ha conseguido alcanzar su objetivo, otros con mucha más calidad no llegan ni a contar con la protección de una modesta editorial que apueste por ellos. Al margen de los espectáculos que Gómez-Jurado se monta en las presentaciones o firmas de libros, de los que aquí, en Jerez, tuvimos un buen ejemplo, y de la anécdota de la mujer que le pegó con un cojín (otro elemento que forma parte de la puesta en escena), nada que reprocharle a la entrevista, sino todo lo contrario. “Bueno, father, ahora lo que toca es leer las obras completas de este señor en prueba de desagravio”, me dice mi hija. “Eso, eso. Y con los apéndices”, apostilla mi hijo. ¡Y la madre se sonríe! ¡Qué familia! José López Romero.
viernes, 7 de febrero de 2025
RÉCORDS
“El exjugador de polo acuático cubano Jhoen Lefont rompió su propio récord mundial de dominio del balón al propinar 122 toques a la pelota de fútbol en una piscina de La Habana y sumó así su segunda marca esta semana en los Libros Guinness.” Leo en un periódico. Una noticia que ya había visto en algún informativo de televisión. Y desde entonces no paro de pensar en ello. No, no piensen ustedes que me pasa como a aquel vendedor de vinos que Vuillard nos presenta en su novela ‘4 de julio’ del que nos dice: “entre dos idas y venidas a la bodega, le había quedado tiempo para forjarse opiniones, una concepción del mundo”. Mi pensamiento es mucho más modesto que forjarme una concepción del mundo a través de un récord inútil. Porque eso es lo que me hizo pensar: ¿para qué tanto toquecito al balón metido en una piscina? ¡Cuánto más valioso hubiera sido tanto tiempo invertido en la preparación y ejecución de ese récord, si el tal Jhoen lo hubiera dedicado a la lectura e incluso a compartir esta en un club (tan discutidos últimamente)! En un viejo artículo de Javier Marías titulado “Superación”, el magnífico escritor criticaba esa obsesión que se ha adueñado en esta sociedad por ser el mejor, por destacar en algo, por poner en riesgo la propia vida con retos inútiles y sin sentido. El selfie más arriesgado ya se ha cobrado cientos de víctimas, por no decir el señor de 90 años que corre una maratón como si en ello le fuera la vida eterna (la única a la que ya puede aspirar). Irene Vallejo comentaba en uno de sus artículos (“Esos locos desinteresados”) la anécdota del discípulo de Euclides que cuando el maestro le enseñaba las bases de la geometría, aquel le preguntó “¿qué ganancia conseguiré con esto?”. Es cierto que a veces no logremos entender la trascendencia de alguna actividad humana; el gran Nuccio Ordine (fallecido hace poco) tituló uno de sus libros ‘La utilidad de lo inútil’ haciendo referencia a los estudios humanísticos. Pero lo que está claro es que el libro Guinness está lleno de récords que dicen muy poco en favor de la inteligencia y del sentido práctico del género humano. El afán de superación es el motor que nos ha hecho progresar a lo largo de la historia de la Humanidad, sin duda; pero el afán por ostentar el récord más inútil delata nuestra cara más estúpida. José López Romero.
viernes, 24 de enero de 2025
PARODIA
Aunque no sea privativo del ingenio patrio, no se puede negar que el español en general siempre ha tenido el genio despierto cuando se trata de la parodia. Es decir, nos cachondeamos de cualquier cosa que se menee, e incluso de lo que ya no se menea. Y ahí están, sin ir muy lejos ni en el tiempo ni en el espacio, los carnavales. Precisamente, consultando el magnífico libro ‘Carnaval en noviembre’, de Carlos Serrano (Instituto de Cultura Juan Gil-Albert. Diputación Provincial de Alicante. Alicante, 1996), me entero de que al poco tiempo de estrenarse el ‘Don Juan Tenorio’ (1844) de José Zorrilla, ya empezaron a proliferar las parodias en torno al personaje convertido en mito. Hasta 196 (casi el doble) se cesan en el volumen citado desde la inicial ‘Juan el perdío’ (1848) de Mariano Pina Bohigas (“Parodia de la primera parte de Don Juan tenorio. Pieza original y en verso”. Madrid, Teatro de la Cruz, 24-XII-1848. Edición de Madrid. Imp. J. Sánchez Valledor, 1849), hasta la última pieza censada que data de 1944: ‘¡Don Juan de mi corazón!’ de Felipe Pérez Capo (casi comedia en un acto. Barcelona, 1944). “Juguetes cómicos”, “disparates humorísticos”, “bocetos”, pasando por los clásicos “sainetes” y hasta zarzuelas largas y cortas o parodias de óperas, ningún subgénero menor teatral de carácter bufo dejaron los autores de tocar con el propósito de mover a la risa a un público que a través de la distorsión reconocía en lo parodiado la obra a la que le daba título el incorregible seductor. Si la segunda mitad del siglo XIX fue prolífica en este tipo de obras, su punto de mayor esplendor lo alcanzó en el primer tercio del XX, para ir paulatinamente apagándose a partir de 1930, hasta su desaparición final en 1944, como señala Carlos Serrano en el libro citado. Una corriente esta de la parodia del ‘Don Juan’ que no se limitó a la Corte, sino que fue extendiéndose por toda la geografía nacional, especialmente por Valencia y Cataluña, e incluso Mallorca, territorios en los que Serrano consigna espléndidas parodias donjuanescas. Sin olvidar, por supuesto, el ‘Don Juan buena persona’ de los hermanos Álvarez Quintero, comedia en tres actos estrenada en Madrid, Teatro de la Comedia el 30-X-1918; es decir, en la fecha más cercana a la que se considera tradicionalmente la más propia para la representación del Don Juan, el día de Difuntos. La parodia y la irreverencia con respecto a la obra de Zorrilla alcanza, en tan variadas obras a todos los aspectos fundamentales: la sevillana hostería del Laurel es transformada en vulgar taberna, así como los personajes nobles y aristocráticos se truecan en chulos y hampones; como también Doña Inés deja de ser la novicia recatada, para convertirse en una coqueta disoluta, que toma el mando de las operaciones seductoras, por no citar las obras que rozan lo pornográfico, como ‘Don Juan Notorio’ (anónimo, fechado en 1874). En definitiva, cuando se trata de parodiar el español pone lo mejor de su ingenio en el empeño, aunque a veces lo hace sin darse cuenta, con lo que la parodia se convierte en ridículo. Y este es un excelente año para reírnos. Y ya ha empezado. José López Romero.
viernes, 10 de enero de 2025
EL ABUELO
La noticia corrió como la pólvora, como diría un amante de las frases hechas. “El abuelo está enfermo. Pero enfermo de verdad”. Y todos los miembros de aquella familia “del tuvo” (que diría mi amigo Paco), empezaron a soñar un futuro lleno de “tengos”. Porque el abuelo (era fama transmitida de generación en generación) poseía un manuscrito. En la enorme biblioteca en la que solo quedaban las colecciones baratas, pues se había ido vendiendo todo lo que de valor contenía, aún se conservaba y brillaba una joya única en la que todos habían depositado sus legítimas esperanzas de vivir del cuento. “Es de Juan Ramón”, murmuraban algunos mientras se impacientaban ante el retraso del inevitable desenlace, como le habían pronosticado los médicos, “cuestión de horas”, pero ¡esas horas se dilataban tanto! “Y tiene que valer una fortuna”, apostillaban otros que miraban con ansiedad hacia el cuarto donde agonizaba el que los iba a sacar de la ruina. Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí abandonaron España el 22 de agosto de 1936 con “dos maletitas, con unas mudas de ropa interior, un traje, unas medicinas, que yo estaba bastante enfermo, y nuestros anillos de boda” (A. Trapiello, ‘Las armas y las letras, p. 103). Atrás dejan su casa de Madrid que muy pronto es saqueada. Era conocido por íntimos y allegados la procedencia del manuscrito: fruto de aquel expolio en casa del poeta, porque el bisabuelo había participado activamente en aquel y en otros muchos abusos y tropelías por aquellos días en los que Madrid se había convertido en una ciudad sin ley, sin respeto y sin escrúpulos. Pero para estos casos siempre podemos acudir a la justicia poética (para aquellos que gustan de los tópicos). El sobrino-nieto inteligente, ese que rompe con las mejores tradiciones de las grandes familias, ya se había informado. En cuanto sacaran al mercado el dichoso manuscrito, de inmediato caería sobre él todo el peso de los derechos de los herederos del poeta, si no de la Fundación que lleva su nombre. Cuando salió el médico para informar del fallecimiento del abuelo, nadie quedaba ya en el pasillo. José López Romero.
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