Julio Cortázar

"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)

viernes, 24 de diciembre de 2021

DEDICATORIAS PARALELAS

“A Pilarita Azlor Aragón y Guillamas y a Isabelita Silva y Azlor Aragón. En las largas y solitarias horas de esta mi última enfermedad me imaginaba algunos días que veníais las dos, como tantas otras veces, y apoyadas en mis rodillas me pedíais que os contara un cuento; y para realizar en parte esta dulce ilusión os escribí entonces esta historia de ‘Pelusa’. Creo que esto será lo último que escriba; y no porque piense colgar mi pluma como el bueno de Cervantes, sino porque la enfermedad me la arrebató ya de las manos, y la muerte se encargará pronto de tirarla a la basura, que es el lugar más adecuado…” Firmaba la dedicatoria “Luis Coloma, S. J. Madrid, 2 de noviembre de 1912 (P. Luis Coloma, ‘Cuentos para niños’. Ed. Peripecias). Dos años y medio aproximadamente tardaron sus vaticinios en cumplirse, pues el 10 de junio de 1915 el Padre L. Coloma daba su alma al descanso eterno, cuando ya contaba sesenta y cuatro años, quizá ni él mismo pensara llegar a tanta vida después de que a los veintiuno se pegara accidentalmente un tiro en el pecho, por el que estuvo al borde de la muerte. En su celda del convento de los jesuitas de Madrid, aquejado de cientos de achaques, esa “mala salud de hierro” que lo acompañó durante toda su vida, Coloma cerraba con aquella dedicatoria uno de sus cuentos infantiles, ‘Pelusa’, que fue escribiendo a lo largo de toda su vida y a los que tanto quería. A 2 de noviembre, con ese frío que anuncia la inminencia del invierno, consciente y resignado a dar por acabado el oficio que tanto tiempo le ocupó y en el que tanto amor volcó, la escritura, Coloma seguramente recordaría también a aquel “Carlitos X, ilustre general y revoltoso chicuelo” a quien dedicó su cuento ‘Periquillo sin miedo’ porque “una noche en que habías enredado más que de ordinario, te cogí por la manita sin decir palabra, y te llevé al famoso torreón moruno, terror de los revolucionarios del Colegio. Por el camino me dijiste que habías pensado ser un general muy valiente y que, por lo tanto, a nada temías”. Pero sobre todo, recordaría sin duda su cuento más emotivo, ‘Ratón Pérez’, para el rey Alfonso XIII, entonces príncipe, y publicado por vez primera en 1894. En la edición de 1911 Coloma se lo dedica a “Su Alteza Real el Serenísimo Señor Príncipe de Asturias, Don Alfonso de Borbón y Battenberg” con estas palabras: “Hace cerca de veinte años que escribí estas páginas para S. M. el Rey D. Alfonso XIII, vuestro augusto padre. Permitidme, señor, que, al reimprimirlas hoy, las dedique a V.A. deseoso de que arraiguen en vuestra alma, tan honda y fructuosamente como arraigó en vuestro padre, la sencilla y sublime idea de la verdadera fraternidad humana…”. En 1616, Cervantes ponía el punto final a su novela ‘Los trabajos de Persiles y Sigismunda’, que ofrecía a Don Pedro Fernández de Castro, séptimo conde de Lemos. En ella decía el más grande de los ingenios españoles. “Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo esta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a Vuesa Excelencia; que podría ser fuese tanto el contento de ver a Vuesa Excelencia bueno en España, que me volviese a dar la vida. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos, y por lo menos sepa Vuesa Excelencia este mi deseo, y sepa que tuvo en mí un tan aficionado criado de servirle que quiso pasar aun más allá de la muerte, mostrando su intención”. Cervantes daba su alma al eterno el 23 (22) de abril de 1616, cuando contaba sesenta y siete años de edad. José López Romero.

  

miércoles, 22 de diciembre de 2021

lunes, 13 de diciembre de 2021

SIGNOS

 

“¿Qué diferencia notas, father?” Habíamos coincidido mi hija y yo en la librería de cabecera y la preguntita hizo que girara a mi alrededor y al poco me di cuenta de que ¡toda una estantería estaba vacía! Solo colgaba el nombre de la sección “Astrología”. Ante la curiosidad, más que la sorpresa, el librero se adelantó a la pregunta: “Sí. Hemos tenido que retirar todos los libros y especialmente los relativos al zodíaco por obsoletos. Ha aparecido un nuevo signo y ya esos libros están anticuados”. No daba crédito. Pero mi hija, siempre ella, me guardaba (esta vez sí) la gran sorpresa. “Father, ¿y a que no sabes cómo se llama ese nuevo signo y qué fechas del calendario ocupa? Cáete: se llama “ofiuco” y lo más grande: ¡tú perteneces a ese signo!” Uno, aunque nunca ha sido llamado por las divinidades astrales por los caminos de la fe horoscopaliana, tiene su corazoncito y sus años a la espalda para que ahora le digan que en vez de sagitario eres un ofiuco indeterminado. La verdad es que, a pesar de mantener la compostura, no  me hizo la menor gracia la novedad. ¿Eso quería decir que durante toda mi vida había tenido una personalidad que no me correspondía? ¿Que respondía a unos rasgos emocionales, intelectuales e incluso a una eventual fortuna que no eran los míos? ¿Sería ahora compatible con mi mujer? ¿podría haberme tocado el euromillón si hubiera sabido antes que era ofiuco? Demasiadas preguntas se me agolpaban en la cabeza, demasiadas inquietudes. Tenía la sensación de haber vivido una vida impostada, un engaño, una vida que no me correspondía. Y lo que es más grave ¿cómo es un ofiuco? ¡Al menos para intentar dar el perfil y hasta la cara! Y llevar mi nueva identidad con la dignidad requerida y con orgullo para que puedan decirme “¡Pero qué ofiuco estás hecho!” José López Romero.

viernes, 26 de noviembre de 2021

APLAUSOS

 

Algunos nacen estúpidos, otros alcanzan el estado de estupidez, y hay individuos a quienes la estupidez se les adhiere. Pero la mayoría son estúpidos no por influencia de sus antepasados o de sus contemporáneos. Es el resultado de un duro esfuerzo personal.”, así comienza el libro titulado ‘Historia de la estupidez humana’ de Paul Tabori, y si a esta cita le añadimos la afirmación de que “Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.”, que podemos leer en ‘Las leyes fundamentales de la estupidez humana’ de Carlo M. Cipolla; y abundando en el asunto traemos aquí la idea de que la estupidez es otro de los factores que nos diferencian de las máquinas por su imprevisibilidad, que leemos en ‘Lo imprevisible’, libro muy recomendable, como los anteriores, de Marta García Aller, ya tendríamos, en tres notas, una buena definición de la estupidez humana. El catorce de octubre pasado, en sesión plenaria del Congreso de los Diputados, al bajar de la tribuna Alberto Rodríguez, que había sido condenado unos días antes por el Tribunal Supremo por patear en una manifestación a un policía, compañeros y compañeras de su partido y de la coalición, entre ellas la vicepresidenta del gobierno, le dedicaron un aplauso. Es decir, los representantes del pueblo, los supuestos garantes de la democracia y el cumplimiento de las leyes aplauden a un individuo que le pegó patadas a un policía. Una versión moderna de aquel viejo tópico del “mundo al revés”, el de los estúpidos. Un día antes, el eterno Alfonso Guerra lamentaba que algunos asistentes al desfile de la Hispanidad hubieran abucheado a Pedro Sánchez y aplaudido a una cabra. Pues si me dieran a elegir entre la cabra y Alberto Rodríguez… José López Romero. 

viernes, 29 de octubre de 2021

LO IMPREVISIBLE

‘Lo imprevisible’ es el título de un libro escrito por la periodista especializada en temas tecnológicos Marta García Aller y publicado el pasado año por Planeta. Un ensayo que tiene como denominador común la relación del ser humano con las nuevas tecnologías y, en consecuencia, con el llamado big data o almacenamiento de datos de todo tipo y asunto que vamos acumulando a diario y de los que apenas tenemos ni conciencia ni control sobre ellos. Así visto ese dichoso big data, al lector un tanto sensible y un poco avisado en estos temas si, por un lado, no le coge de sorpresa mucha de la información que García Aller va analizando a lo largo de su trabajo; por otro lado, no resiste la tentación a medida que va leyendo de mirar a un lado y a otro, e incluso, si me apuran, a echar un vistazo por debajo de la cama, no vaya a ser que una cámara se nos haya colado por algún intersticio de la pared y nos estén convirtiendo en un pequeño pero muy visitado vídeo de TikTok. A poco que estemos documentados, no nos extrañan los avances en medicina, en relaciones personales, o en meteorología debidos en gran medida a las máquinas, por poner asuntos que trata con humor y un tono divulgativo admirables, lo que hace del libro una lectura amena y muy aleccionadora. Pero los datos van mucho más allá del simple conocimiento superficial del que solo se informa a través de algunos medios de comunicación. La ¿peregrina? idea de que el cambio climático se combatiría mejor con una humanidad más bajita, o el “furor” desatado por la novedad de los robots como juguetes sexuales, o que sepan las empresas de relaciones personales cuándo los clientes son menos exigentes en establecer o aceptar encuentros, o los algoritmos que pueden predecir y, por ello, prevenir los incendios en Seattle o los delitos en Nueva York, son trabajos que nos facilitan en la actualidad las máquinas, estos últimos citados a través de estudios realizados (¡asómbrense!) por una empresa española fundada y dirigida por una ingeniera española (¡Qué lejos queda ya aquella mítica y enorme Deep blue creada por IBM para intentar ganar al campeón del mundo de ajedrez Boris Kásparov allá por 1996!). Pero si de entre tanto dato y análisis tuviéramos que quedarnos con alguno, por mi parte me quedaría con tres. Uno, el control e información de los Estados y las empresas sobre los ciudadanos y usuarios o clientes a través de las cámaras de reconocimiento facial y de nuestros gustos y hábitos (cada “me gusta” es una fuente de información que nos identifica y clasifica, de ahí que debamos mirar a un lado y a otro antes de apretar el ratoncito); el segundo, que el humor es la única arma que tendremos los humanos si alguna vez las máquinas deciden pensar por su cuenta. Y el tercero, el llamado “crédito social” que inventaron los chinos (en esto del control son unos adelantados, menos en el virus), por el que un ciudadano ejemplar puede gozar de exenciones fiscales y descuentos de todo tipo. Pero, claro, en una sociedad en que los valores éticos e intelectuales están bajo mínimos, y la estupidez se cotiza por todo lo alto, ¿a quién calificaríamos como “ciudadano ejemplar”? Y no me obliguen a decir nombres. José López Romero.

  

jueves, 21 de octubre de 2021

DAVID GISTAU

Que nuestro país siempre ha contado con excelentes periodistas no es ningún descubrimiento. Desde los tiempos de aquel “Fígaro”, pseudónimo bajo el que se escondía el gran Mariano José de Larra, en la primera mitad del XIX, con quien sin duda comienza el periodismo moderno, y la inabarcable cantidad de periódicos que proliferaron a lo largo de aquella centuria, hasta nuestros días, la nómina de periodistas del pasado siglo que podríamos citar sobrepasaría con creces los límites de esta página y de las siguientes. Los nombres de Manuel Chaves Nogales y César González Ruano, gozan actualmente del suficiente prestigio como para llenar ellos solos la primera mitad del XX; y ya en el último cuarto, el de la democracia, me voy a permitir citar, por simple gusto personal, a  Martín Prieto y a Joaquín Vidal, pues inolvidables fueron del primero las crónicas del juicio a los acusados por el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, y del segundo sus inigualables crónicas de las corridas de toros; sin ser yo aficionado al arte, las leía con verdadero placer. Cuatro nombres que son solo una mínima representación de la riqueza y calidad de nuestro periodismo. Por eso, cuando a través de distintos periódicos me topé con los artículos de David Gistau, no pude por menos que reconocer en su estilo a uno de los grandes del género. Y cuando hablamos de “grandes” nos referimos a aquellos escritores que consiguen darle una vuelta más a la forma clásica de tratar los textos y las noticias, los que logran un estilo tan propio como reconocible. Cada artículo de Gistau es una exigencia para el lector, un reto por alcanzar su altura e inteligencia, para llegar a ese grado de complicidad con el autor. Hace unos meses se publicó una selección de sus artículos bajo el título de ‘El penúltimo negroni’ (Random House), en homenaje a su prematura muerte a los cincuenta años. Una pérdida irreparable. José López Romero. 

viernes, 1 de octubre de 2021

EL OCASO DEL IMPERIO

Desde la ventana puede ver entre los picos las últimas nieves que el tibio sol de primavera aún no ha logrado fundir. Él, arrebujado en una manta, achacoso de mil dolores y cicatrices, espera y recuerda. Retirado en aquel rincón de La Rioja, después de tantos afanes, de guerras, viajes, estrecheces e intrigas solo le queda la memoria pero también el olvido. Después de toda una vida al servicio del imperio, nada le queda salvo ese rincón de la tierra que lo vio nacer, allá por 1518, y que será también la que lo cubra, porque ya solo espera a la muerte. “Yo, Ioan de Spinosa, humil vasallo de Vuesa Magestad, dize que hauiendo partido de su corte por el mes de abril del año presente con orden de Vuesa Magestad para boluer a servir a Venecia, se puso en camino y siguió su viaje con harto trabajo y necesidad, por no hauer querido ser molesto a Vuesa Magestad en demadalle ayuda de costa y que llegado a Milán cayó malo de calenturas…”, escribía en 1565. Sus recuerdos se agolpan en tropel en su cabeza. Aquellas fiebres por poco se lo llevan por delante. ¡Y Venecia! A la que por fin, después de dos meses, “en que se puso en nuevas deudas”, pudo arribar para ponerse de nuevo al frente de toda la información sobre la construcción de la armada y de los movimientos que el Turco preparaba para castigar las costas de la cristiandad. Venecia era un hervidero de espías, de buitres al acecho de noticias que él bien sabía hacer llegar a la secretaría del emperador y después de este a la del gran don Felipe II. “Por las últimas cartas que esta Señoría tiene de Constantinopla de 24 hasta 30 de agosto, se entiende que el Turco hauía mandado que se fabricasen de nueuo quarenta galeras…”. A sus sesenta y dos años repasa toda su vida. Su bautismo de armas, cuando apenas contaba con diecisiete años, en la guerra de Túnez que el emperador conquistó, o acompañando a don Pedro González de Mendoza en las guerras del Piamonte, o cuando tuvo que sofocar a la infantería española amotinada, hasta su asentamiento en Venecia, como “secretario de la cifra y de las cosas de Estado”. Pasa por su memoria como en postales toda la geografía de Europa en la que guerreó: Francia, Sicilia, Nápoles, Toscana, Romagna, Lombardía, Piamonte, Flandes y Alemania. Y siempre con peticiones de amparo para su necesidad y para saldar deudas contraídas al servicio del imperio: 150 escudos de renta; merced de 200 escudos concedido por don Gabriel de la Cueva, gobernador de Milán; al menos 20 escudos para cubrir los gastos de aquellas malditas fiebres de Milán… En 1580 publica Juan de Espinosa el ‘Diálogo en laude de las mugeres’, y confiesa: “algunos errores tocantes a la orthographía o cosas semejantes, excúseme el no podello emendar  la enfermedad grave con que al tiempo que se imprimía yo me hallaba”. Cae la tarde y con ella ese sol de primavera que no alcanza a calentar a un viejo olvidado por la historia. Tres siglos y medio más tarde otro viejo español escribiría uno de sus últimos versos: “estos días azules y este sol de la infancia”. José López Romero.

  

lunes, 16 de agosto de 2021

LECTURAS PARA VERANO III


Cuando Lázaro anduvo

Fernando Royuela. Alfaguara, 2012.

Después de una gris vida laboral como empleado de banca, Lázaro sufre un ERE que lo lleva de cabeza a la prejubilación (hasta aquí la historia del protagonista por desgracia no dista mucho de la de miles de españoles). Y cuando “disfruta” de su obligado retiro, un derrame cerebral lo lleva a urgencias, cuyos médicos le certifican la muerte. Al ser conducido a la morgue, de forma inexplicable resucita y les pide a los camilleros un cigarrillo. Devuelto a este mundo, la vida de Lázaro da un vuelco total en el que más que protagonista de su destino, termina por convertirse en espectador de una serie de acontecimientos a los que asiste a veces aburrido y cansado, y otras divertido. Fernando Royuela con un estilo en la mejor tradición irónica de nuestra literatura, nos va describiendo y criticando una sociedad que no sabe qué hacer con una inoportuna resurrección. Magnífica. J.L.R.

 

La muerte del comendador

Haruki Murakami. Tusquets bolsillo, 2018.

No sé si Murakami merece el Premio Nobel y por problemas de pronunciación de los suecos se lo dieron a Bob Dylan, de lo que sí puedo dar fe es que este famoso escritor japonés cuenta sus novelas por éxitos merecidos, no solo por la buena legión de devotos lectores que le siguen, sino también por su calidad. Y ‘La muerte del comendador’ no es en este sentido una excepción. El protagonista-narrador de esta larga y entretenida historia, pintor de retratos, después de separarse de su mujer se instala en una casa propiedad del también pintor Tomohiko Amada, del que descubre en el desván el cuadro titulado ‘La muerte del comendador’. A partir de aquí, la trama se va centrando en las relaciones del protagonista con dos vecinos: la niña Marie Akikawa y Wataru Menshiki, tan misteriosos ambos como el cuadro y el agujero, como una cripta, que descubren. J.L.R.

lunes, 2 de agosto de 2021

LECTURAS PARA VERANO II


Magnetizado

Carlos Busqued. Anagrama, 2018.

El pasado 29 de marzo encontraban muerto en su casa a Carlos Busqued. Contaba 50 años de edad. Había nacido en Roque Sáenz Peña, provincia de Chaco (Argentina) en 1970 y vivía desde hacía años en Buenos Aires. La editorial Anagrama ya le había publicado varias novelas, entre las que destacan ‘Bajo este sol tremendo’ y la que aquí reseño ‘Magnetizado’. Con ecos de ‘A sangre fría’ de Truman Capote, Busqued va desentrañando a lo largo de esta novela o crónica o serie de entrevistas la personalidad de Ricardo Melogno, quien sin justificación o motivo alguno mató en septiembre de 1982 a cuatro taxistas con el mismo “modus operandi”: un disparo en la cabeza desde el asiento de atrás del propio taxi. Busqued recoge en su narración todo tipo de materiales, entre los que destaca la serie de entrevistas que le hizo al mismo Melogno en la cárcel. El relato del asesino y su paso por las cárceles y los manicomios es realmente estremecedor. Muy recomendable. J.L.R.

El corazón de Yamato

Aki Shimazaki. Lumen, 2019


Quizá más famosa por su novela ‘Hozuki, la librería de Mitsuko’, Aki Shimazaki es una escritora y traductora de origen japonés y canadiense de adopción, que ya tiene en su haber un reconocido prestigio avalado por varios premios internacionales. En ‘El corazón de Yamato’ Shimazaki parte de una historia, el amor entre T. Aoki y Yuko, con la empresa Goshima de fondo, para a través de ella ir enhebrando diversos relatos que protagonizan otros personajes relacionados con la pareja protagonista y que, por tanto, aparecen en la primera historia; e incluso los propios Aoki y Yuko. Así, la novela se convierte en una especie de mosaico o puzle de vidas, cuyas piezas van dando sentido a las otras, tanto al pasado como al presente y futuro de los personajes. Un relato muy bien hilvanado, en el que Shimazaki nos presenta diferentes temas (amor imposible, bulling, homosexualidad…), con exquisita sensibilidad. Una novela excelente. J.L.R.

viernes, 16 de julio de 2021

LECTURAS PARA VERANO I

La guerra de los pobres

Éric Vuillard. Tusquets, 2020.

Después de ‘La batalla de Occidente’ y la magnífica ‘El orden del día’, no me he podido resistir a esta otra novela corta de Éric Vuillard. Un autor que tiene en estas tres novelas un estilo y una elaboración narrativa muy definidos. Más parecen crónicas noveladas fruto de una previa investigación. Si en la primera el tema era la Gran Guerra; y en la segunda, el inicio de la II G.M.; en esta tercera, Vuillard nos relata la sublevación campesina que se produjo en Alemania entre los años 1524 y 1525 y que tuvo como cabeza o líder de la revuelta a Thomas Müntzer. En nombre de Dios, de un Dios de los pobres, de los desharrapados, de los que padecen hambre y miseria, de los que sufren la violencia y los atropellos de los nobles, se rebelan unas hordas de menesterosos contra todo un ejército bien pertrechado. La carnicería es total y sin contemplaciones. Müntzer fue decapitado. Un relato, aunque corto, intenso. En la línea del mejor Vuillard. J.L.R.

 

Romanticismo

Manuel Longares. Cátedra, 2008.

Ya lo he dicho en varias ocasiones: uno a veces llega a ciertos, a muchos libros un poco tarde, pero bendito el momento en que se llega. Y esto me ha pasado con esta monumental novela de M. Longares que ya puede considerarse con todo merecimiento una de las obras maestras de nuestro siglo, aunque solo hayan transcurrido dos décadas de este. Con una prosa brillante, apabullante, que deja extasiado al lector, y por momentos anonadado, Longares nos relata la historia del “cogollito”: la vida de la alta burguesía madrileña (barrio de Salamanca) desde los días anteriores a la muerte de Franco hasta los finales del siglo XX, con la victoria socialista (¡qué ha sido de aquel partido!) en 1982. La inquietud, el desasosiego de una clase adinerada y ociosa ante un futuro incierto y cómo va evolucionando a través del tiempo y los cambios que se producen en la generación posterior, son los temas tratados con la maestría narrativa y deslumbrante de Longares. Imprescindible. J.L.R. 

domingo, 4 de julio de 2021

CABALLERO BONALD

Pasado ya un tiempo prudencial, el que dista del dolor a la aceptación resignada de la pérdida, tiempo en el que los escritores ya reposan en sus obras, a disposición, como siempre lo están, de los lectores, quiero, si me lo permiten, contar mis encuentros con la obra de J.M. Caballero Bonald. No sé si fue antes la lectura de ‘Dos días de setiembre’, en la edición de Argos Vergara (1979) o de ‘Selección natural’ la antología al cuidado del propio Caballero que publicara la editorial Cátedra allá por 1983, mis primeros encuentros, lo cierto es que son dos lecturas a las que les he sacado un buen partido, pues la novela fue la protagonista de una de la sesiones del club de lectura de la biblioteca municipal, y algunos poemas de aquella selección (“Espera”, “Nombre entregado”…) se los leo todos los años a mis alumnos en un intento, siempre desesperado, de que pongan al menos un verso, un poema en sus vidas. Más tarde el buen criterio que ahora falta hizo de ‘Toda la noche oyeron pasar pájaros’ lectura obligatoria de aquel tan recordado C.O.U., y así nuestro alumnado pudo disfrutar, si eso es posible cuando la lectura se impone por decreto, de la prosa de Caballero. Y con una periodicidad que no entendía de plazos fijados, sino de gustos y oportunidades, fui adentrándome en el universo narrativo de Caballero en torno a los paisajes de la baja Andalucía: ‘Ágata, ojo de gato’ (de la que conservo una edición de Bruguera, 1977), ‘Campo de Agramante’ y ‘En la casa del padre’, que también propuse con éxito para otra sesión de mi querido club. Y para entender mejor al escritor y también a su obra dos textos, uno leído y otro en consulta, tengo a mano por si falta me hicieran: ‘La costumbre de vivir’, el segundo volumen de sus memorias, y el estudio que le dedicara a sus novelas José Juan Yborra Aznar titulado ‘El universo narrativo de Caballero Bonald’ (Diputación de Cádiz, 1998), el mismo excelente investigador que publicara en la revista ‘Trivium’ (nº 10, 1998) el artículo “Suma bonaldiana, aproximación a los títulos bibliográficos sobre la obra de creación de José Manuel Caballero Bonald”. Y por supuesto, tan a la misma mano, a tiro de brazo, tomo de vez en cuando de la estantería su ‘Somos el tiempo que nos queda’ y leo algunos poemas, sueltos, los que el azar pone ese día ante mis ojos, y termino siempre por releer aquel “Espera” (“Y tú me dices / que tienes los pechos rendidos de esperarme, que te duelen los ojos de estar siempre vacíos de mi cuerpo, / que has perdido hasta el tacto de tus manos / de palpar esta ausencia por el aire, / que olvidas el tamaño caliente de mi boca…”) y, por supuesto, “Nombre entregado” (“Tú te llamabas tercamente Carmen / y era hermoso decir una a una tus letras, / … Ahora es de noche y tú no tienen nombre, / a nadie pertenecen tu voz, tus adjetivos, / mientras cae la lluvia / mansamente y es más torva la vida / cuando al llamarte sé que ya no tienes nombre…”). Y cuando termino de leer estos versos siempre hago el propósito de leérselos al día siguiente  a un grupo de alumnos, para que pongan al menos por un día un poema en sus vidas. Y cuando los leo en clase siempre se produce el milagro: el silencio. José López Romero.

sábado, 19 de junio de 2021

ALBERT PLA

“Me dio un infarto y me llamó la muerte, pero no fui porque hablaba castellano”, es la frase que algunos medios de comunicación han destacado de la entrevista que hace unas semanas le hicieron al cantante catalán Albert Pla. Al margen de la figura siempre controvertida y polémica del proyecto de cadáver, al leer la frase me dije: “bueno, otra gracieta independentista”. Y la verdad es que molesta o, al menos, desagrada esos insultos absurdos y gratuitos a símbolos nacionales que al fin y al cabo son señas de identidad de un país y, si se trata de nuestra lengua, de una cultura que traspasa los límites de lo nacional para elevarse a lo universal. Y más lástima nos da cuando los que tienen que poner en su sitio a personajes como estos, dan la callada por respuesta. Y es una pena que este cambembo mental pretenda sin éxito, por supuesto, insultar al castellano porque Cataluña en general y, particularmente Barcelona han estado muy vinculadas a la obra por excelencia de nuestras letras, el ‘Quijote’, como así demostró y analizó con todo detalle el gran cervantista catalán Francisco Rico en su ensayo titulado ‘La barretina de Sancho, o Don Quijote en Barcelona’, incluido en su libro ‘Tiempos del Quijote’ (Barcelona, Acantilado, 2012). Pero de esto con total seguridad el tal Pla no tenga ni puñetera idea, se le ve en la cara. Y más pena produce aún, cuando grandes catalanes tanto han dado a la literatura española, que es lo mismo que engrandecer nuestra lengua. Pero tampoco de esto seguramente tenga ni idea el individuo Pla. Pero de algo debe estar seguro Pla: que la muerte se lleva por delante a todo bicho viviente, y lo mismo la próxima vez le hable en catalán para que la entienda mejor. Porque la muerte se lleva a los inteligentes y a los imbéciles. ¡Lástima que a estos no se los lleve antes! José López Romero.

sábado, 5 de junio de 2021

"LAS FORMAS DEL ENIGMA" DE JOSÉ LUPIÁÑEZ

Unos versos del divino Borges nos vienen a la cabeza después de leer el último poemario de José Lupiáñez titulado ‘Las formas del enigma’ (ediciones Carena, 2021), que dicen así: “Si (como el griego afirma en el Cratilo) / el nombre es arquetipo de la cosa, / en las letras de rosa está la rosa / y todo el Nilo en la palabra Nilo” (de su poema “El Golem”). Si extrapolamos o trasladamos la cita al nuevo libro de Lupiáñez podemos afirmar que en ‘Las formas del enigma’ se contienen, a modo de compendio, todos los libros del poeta, como si esta última “rosa” fuera el arquetipo de todos sus versos, como si estos poemas contuvieran todos sus Nilos. Después de aquella ya muy lejana ‘Laurel de la costumbre’, antología que recogía su quehacer poético desde 1975 hasta 1988 (ya ha llovido desde entonces), Lupiáñez no ha parado de entregar a la imprenta, en dosis muy bien escogidas, buena muestra de su evolución poética hasta llegar a este nuevo poemario que iguala, contiene y supera a los anteriores. De ‘Número de Venus’ (Campo de Plata, 1996) vuelve el poeta a la brillantez del verso alejandrino, metro constante en sus posteriores libros, pero que en ‘Las formas del enigma’ nos trae un recuerdo más vívido de aquel poemario de 1996. Hay mucho en su espléndido “Soliloquio del navegante”, poema inicial de ‘Las formas…’ de aquel también inicial ‘Pórtico’ de ‘Número…’ y no solo el alejandrino, sino especialmente la vida como viaje a veces irreal, imaginario, y sobre todo la conciencia del paso del tiempo. Quizá, no en vano han pasado más de veinte años, se observa en el “Soliloquio del navegante” una conciencia mayor de la ausencia, de lo irremediablemente perdido. Y si estos pueden considerarse temas recurrentes en la poesía de Lupiáñez, sobre todo de sus versos más intimistas, de los que excelentes muestras tenemos en su libro ‘La edad ligera’, no pocos encontramos de ellos en ‘Las formas del enigma’: “Despedida” o “En penumbra” son dos buenos ejemplos de ello. Tampoco renuncia el poeta al exotismo, a esos ambientes orientales de los que ya habíamos gustado en ‘La luna hiena’ (1997. Dedicado a Marisa Rodríguez, siempre en nuestro recuerdo): “Mujeres cubiertas” de Casablanca o “Noche de Alejandría” nos traen ecos de “Favorita” o de “Samair” del poemario de 1997. Pero si tuviéramos que destacar algo fundamental de este nuevo poemario de José Lupiáñez, nos quedaríamos con dos elementos; uno recurrente en toda su  poesía (recordemos la cita de Borges), y otro que ha ido incorporando en sus últimos libros y que definen como pocos su estilo. El primero y como expresión más acabada de su sentido y conciencia de la vida como viaje: el mar, que a veces se nos ofrece como puerto en el que guarecernos de los avatares del destino (de ahí el título de otro de sus libros ‘Puerto escondido’. 1999), y en otras ocasiones somos solo náufragos de un tiempo inhóspito. Y el otro, el verso largo, en la mejor tradición de Rosales o de Dámaso Alonso. Su último poema “El ausente” cierra un poemario como lo inició con preguntas para las que el poeta, desde su profunda madurez, tiene una sola respuesta: el lamento por lo perdido. José López Romero.     

 

sábado, 8 de mayo de 2021

EL REY DON SEBASTIÁN

En 1683 el impresor Juan Antonio de Tarazona publica en nuestra ciudad un pequeño folleto que contiene la relación o crónica del proceso seguido en 1594-5 contra Gabriel de Espinosa, el que con el pasar de los siglos se convertiría en el famoso personaje llamado “el pastelero de Madrigal”, de fecunda tradición literaria (todas las referencias a este impreso y a su protagonista en ‘Historia de Gabriel de Espinosa, pastelero de Madrigal que fingió ser el rey don Sebastián’, ed. Renacimiento, 2020). J.A. de Tarazona se había asentado en Jerez por segunda vez en 1675 y consta que hasta 1680 su actividad como impresor no había sido escasa, pero ¿qué le lleva en 1683 a imprimir un opúsculo que relata un caso que, aunque famoso, hacía ya casi un siglo que había acontecido? ¿Interesaba a pesar del tiempo transcurrido aquella truculenta historia del pastelero de Madrigal y su desgraciado desenlace? La cantidad de manuscritos y ediciones que proliferaron no solo nada más terminar el proceso, sino a lo largo de todo el siglo XVII, puede atestiguar la vigencia en la memoria colectiva de aquel proceso y, sobre todo, de la figura de un misterioso Gabriel de Espinosa, que llegó a poner en duda razonable su identidad como el malogrado rey don Sebastián de Portugal, desaparecido en la batalla de Alcazarquivir en 1578, librada por el joven rey contra el ejército del sultán de Marruecos Muley Abd al-Malik. Una duda tan razonable que puso en alerta al mismísimo y todopoderoso Felipe II, cuya alargada sombra se proyecta sobre la sentencia del no menos famoso proceso. La literatura fue también, sin duda, junto con los manuscritos y ediciones del folleto, la encargada de que la historia fuera convirtiéndose en leyenda popular: Lope de Vega, Luis Vélez de Guevara la dramatizaron en sendas “comedias”, y alcanza su cima literaria en dos piezas excepcionales ‘Traidor, inconfeso y mártir’ de José Zorrilla y ‘Los impostores’, tan breve como magnífico relato de Francisco Ayala. La historia no hubiera sin duda tenido ese recorrido (hasta llegar incluso, no lo olvidemos, a la publicación del folleto jerezano en 1683), sin la serie de personajes, a cual más peculiar, que  fueron apareciendo a finales del siglo XVI haciéndose pasar por el rey don Sebastián resucitado. Su misteriosa desaparición y la imposibilidad de encontrar el cadáver entre la masacre que supuso aquella batalla, daría lugar al movimiento llamado el Sebastianismo, en el que aquellos candidatos no fueron más que una anécdota chusca. Finalmente, el proceso terminó con la sentencia a muerte de Gabriel de Espinosa, y las no menos severas a que fueron condenados todos los que se vieron envueltos en la supuesta patraña: a muerte también fue condenado fray Miguel de los Santos, fraile portugués y supuestamente cabecilla de la trama, y a reclusión permanente, despojada de todo privilegio, a doña Ana de Austria, hija natural de don Juan de Austria (el célebre héroe de Lepanto) y, por tanto, sobrina de Felipe II, y monja en el convento de las agustinas de Madrigal, quien habría hecho promesa de casarse con el pastelero una vez recuperase el trono de Portugal, que su tío había anexionado a la corona de España en 1580. Han pasado más de cuatro siglos y la leyenda del pobre pastelero sigue despertando al menos la curiosidad de muchos lectores, pero en muy pocos años nadie se acordará de los impostores que tanto abundan en la política de hoy; para ellos solo el olvido. José López Romero.

viernes, 23 de abril de 2021

23 DE ABRIL

El 23 de abril, como no todo el mundo sabe pero Wikipedia sí, fue elegido como Día Internacional del Libro por la UNESCO en conmemoración de tres grandes escritores: “el entierro de Miguel de Cervantes Saavedra (según el calendario gregoriano), la muerte (y probablemente también el nacimiento) de William Shakespeare (según el calendario juliano) y la muerte de Inca Garcilaso de la Vega” (Wikipedia dixit). La aclaración de los diferentes calendarios no es baladí, pues la coincidencia no solo en el día sino también en el mes y en el año (1616), era cuando menos un tanto sospechosa por lo increíble. Y la incorporación del Inca Garcilaso de la Vega a la efeméride no deja de ser otra curiosa coincidencia, sin más pretensiones, habida cuenta de la magnitud de sus compañeros de viaje en la barca de Caronte. Celebrar la muerte se nos da de maravilla, no tanto la vida, y menos aún el reconocimiento en vida de los méritos de estos enormes escritores. Para el mundo de lectura hispana, Cervantes es la referencia por excelencia, de la misma manera y medida que para la cultura anglosajona lo es Shakespeare. O mejor dicho y si me lo permiten, mucho más grande y venerado por sus lectores se nos aparece el dramaturgo nacido en Stratford upon Avon, que el reconocimiento que popularmente ha tenido y tiene nuestro don Miguel entre nosotros, cuya obra queda reducida a la lectura y conocimiento de especialistas y escasos curiosos, a los que hasta el mismo Cervantes se atrevería a calificar de “impertinentes”. Y no será porque sus obras no dispongan en el mercado de muchas y excelentes ediciones. El mundo editorial en lengua inglesa siempre se ha preocupado por la calidad de las ediciones de sus clásicos, e incluso Shakespeare ha gozado de magníficos traductores y cuidadores de sus obras en castellano: a las antiguas pero no menos valiosas de Astrana Marín, se han sumado desde hace ya varios años las traducciones publicadas en la colección de Letras Universales de la editorial Cátedra, al cuidado de Manuel Ángel Conejero, director del Instituto Shakespeare de Valencia, quien por cierto dictó hace años una conferencia en nuestra biblioteca municipal con motivo de su reapertura, institución que tan vinculada está en su historia con el 23 de abril, pues en el de 1873 se inauguró. Y ¿qué decir de las obras de Cervantes? Actualmente, a la monumental edición del ‘Quijote’ publicada por la editorial Crítica en 1998 bajo la dirección de Francisco Rico, le han seguido las ediciones de todas sus obras impulsadas por la Real Academia, al cuidado de los grandes especialistas con que contamos en nuestro país de la obra cervantina. Y como curiosidad, la Real Academia hace años promovió la publicación de reproducciones facsímiles de las primeras ediciones de los textos cervantinos, obras que aún se cuentan en el catálogo de la real institución. Una presencia editorial de los dos grandes, enormes escritores que apenas tiene repercusión en los lectores. Aunque en esto Shakespeare juega con ventaja: sus obras siempre se representan e incluso proliferan las versiones cinematográficas, de las que aún se recuerdan las magníficas dirigidas e interpretadas por el actor Kenneth Branagh. Dos (tres) escritores unidos por una fecha: el 23 de abril, que hoy conmemoramos. Y como ya defendí en esta página, no un día, sino todos deberían ser el Día Internacional del Libro. José López Romero.

sábado, 10 de abril de 2021

OESTE

Mi padre era un lector voraz de novelas del oeste en aquellos difíciles años sesenta. Si de las décadas anteriores el color era el negro, en los sesenta habíamos pasado al gris pero marengo. Y me acuerdo de que nos mandaba a mi hermano y a mí a un quiosco cerca de  casa para cambiarlas o venderlas como segunda mano (la pela era la pela); al fin y al cabo, eran novelas de usar y cambiar. Y allí que íbamos con una buena bolsa de ellas que previamente había leído y en las que se notaban las marcas de los picos de algunas hojas doblados a modo de antiguos pero no menos socorridos marcapáginas.  E incluso  con los lomos bastante vencidos consecuencia de su lectura en la cama o, si me permiten el comentario un tanto escatológico, en el servicio. Ahora, al redactar este artículo he echado un vistazo por Internet para ver si aún siguen existiendo en el mercado aquellas novelas que tanto entretuvieron las tediosas tardes de buena parte de los lectores de aquellos no menos tediosos y tristes años. Y compruebo por algunas páginas, sobre todo en Ebay, que siguen estando a la venta las mismas que hace demasiados años veía en las manos de mi padre, las de la editorial Bruguera y en especial las del gran Marcial Lafuente Estefanía. Por mi parte, en pleno desarrollo académico por aquellos tiempos, poca atención les prestaba a estos relatos que, además, estaban indicados, como rezaba en la portada de algunas series, para un público “adulto”. Mis incipientes aficiones lectoras me llevaban a los libros de lectura obligatoria en el colegio y a aquellos que caían en mis manos frutos de alguna recomendación fiable. Con el correr de los años aquellas novelas fueron desapareciendo de mi casa y con ellas el nombre de Silver Kane, seudónimo bajo el que se escondía mi venerado Francisco González Ledesma. José López Romero.

viernes, 26 de marzo de 2021

VISIBILIDAD

A riesgo de incurrir en el imperdonable vicio de la reiteración, vuelvo a Erasmo de Róterdam. No se cansó el insigne humanista de censurar en sus escritos la religión entendida como simples ritos y ceremonias exteriores, y de predicar una religión interior. “la vida evangélica no se desarrolla en conventos y catedrales, sino en cualquier lugar, sea cual sea la condición del fiel; por último, esta vida no se manifiesta tanto a través de ritos y ceremonias exteriores, como en el interior del ser humano”, nos aclara Francisco Castilla Urbano en su exhaustivo artículo “Propuestas utópicas e insuficiencias políticas: Erasmo y el Cuerpo Místico de Cristo”. Y viene esto a cuento porque han pasado los siglos desde que el pobre Erasmo predicaba en el desierto y seguimos dándole más importancia al exterior que al interior en muchos aspectos de la vida, incluido el religioso. Y uno de esos aspectos es el famoso y ya cansino “Día Internacional o Mundial de…”. Bajo la excusa de que hay que dar visibilidad o hacer visible un problema o un conflicto social, ya no quedan días entre los trescientos sesenta y cinco que contiene el año, y hasta en una misma jornada nos vemos celebrando dos o tres efemérides distintas: el día del gato, el de las tortas de aceite y el de los jerséis de cuello alto, por poner algunos ejemplos chuscos. Y así, todos los que pretenden reivindicar o “darle visibilidad” al asunto, se lanzan a la calle como posesos gritando sus consignas. Terminada la manifestación, recogida de pancartas y hasta el año que viene. El otro día, un querido amigo me pasó la entrevista que le hacían en una publicación a un antiguo y admirado profesor nuestro, un espejo de docente y persona en el que siempre he querido reflejarme. Hombre religioso de vocación y miembro de una orden religiosa, le confesaba al periodista: “me siento gustosamente empujado a dedicar una hora o más por la mañana a la oración… Yo mismo me admiro de esta no tan costosa inclinación. Poder decir “¡Qué bien estoy aquí ante el Señor!” o “¿Es que hay otra ocupación más gratificante?”… Ahora, en mi momento actual, lo que más valoro es el agradecimiento hacia el Señor”. Estas palabras de mi admirado profesor es un perfecto ejemplo de la religión interior que predicaba Erasmo. La conversación con Dios, su presencia gratificante, agradecida para aquel o aquella que cree en Él y en Él se reconforta. Sin golpes de pecho, sin manifestación callejera, sin pancartas ni consignas gritadas por una masa más interesada que sincera, menos espontánea que manipulada. El mejor homenaje a nuestros sanitarios (lo siguen diciendo ellos) no es el aplauso, sino que extrememos las medidas de seguridad y de higiene; el feminismo no se grita, se ejerce todos y cada uno de los día del año desde cualquier ámbito de nuestras vidas: en casa, en el trabajo, en la educación de nuestros hijos; a los animales no se les festeja se los cuida y no se les abandona… “Ningún día os borrará de la memoria del tiempo” es el verso de Virgilio grabado en el monumento en homenaje a los fallecidos en las Torres Gemelas. Por eso, todos los días debemos poner de nuestra parte, no con gritos sino con hechos, para hacer de este mundo un lugar más acogedor para todos. No un día, sino todos los días. José López Romero. 

 

sábado, 13 de marzo de 2021

PLATÓNICO

En su dedicatoria a “Felipe, ilustrísimo señor obispo de Utrecht”, que el inconmensurable Erasmo de Róterdam antepone a su opúsculo ‘Lamento de la paz’ (magnífica edición de la editorial Acantilado, 2020, traducción de Eduardo Gil Bera), citaba unas palabras de Platón en estos términos: “pues Platón, varón de juicio sobremanera exquisito y enteramente divino, consideraba que los más idóneos para el gobierno eran aquellos que lo asumen contra su voluntad” (‘República’, 1, 347c.). No me extraña ahora que se acuñase la expresión “amor platónico” para aquel sentimiento que se define por lo inalcanzable. ¿El gobierno para los que lo asumen contra su voluntad? Pura utopía. Así como Erasmo se lamentaba de las grandes dificultades, de la imposibilidad por alcanzar la paz entre las naciones en los comienzos del siglo XVI (el opúsculo lo escribe en Lovaina en 1516), sobre todo por los intereses particulares de los grandes poderosos, reyes y príncipes, de su época, de igual manera, el mismo lamento podemos entonar hoy los sufridos ciudadanos por no encontrar un político que haya tomado el ejercicio del gobierno contra su voluntad que, al decir del sabio Platón, sería el idóneo para tales menesteres. Hoy se ejerce el poder de acuerdo con los mismos intereses bastardos que denunciaba Erasmo en su obra. Las mismas guerras, las mismas confrontaciones, idénticas ambición, rivalidades y soberbia. No aman, no persiguen el bien de las ciudades y las naciones, sino el suyo propio, todo lo que les puede hacer permanecer en el poder. ¡Y se quejan del desprestigio de la clase (casta) política! Parafraseando a Mateo (19, 23-30), es “más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un político entre en el reino de los honestos”, y si entra, seguro que será contra su voluntad. José López Romero.

sábado, 27 de febrero de 2021

ORIENT-EXPRESS

Reconozco que no le he prestado entre mis lecturas mucha atención a la literatura de viajes, quizá porque ese hueco en esta página lo llena a la perfección mi compañero y amigo Ramón, experto en la materia como así atestiguan obras como la exitosa ‘La costa’ (Peripecias) o ‘Viajeros apasionados. Testimonios extranjeros sobre la Provincia de Cádiz 1830-1930’ (Diputación de Cádiz). Pero también debo confesar que como lector de nacimiento nunca le he hecho ascos a un buen libro, sea del género que sea. Por eso, cuando hace unos días cayó en mis manos en forma de regalo ‘Orient-Express. El tren de Europa’ de mi admirado Mauricio Wiesenthal no dudé en hincarle el ojo. Leer a Wiesenthal cuando trata en sus textos de asuntos de su Europa, de la misma Europa con la que se le llenaba la pluma a su maestro Stefan Zweig, es transportarse a ese continente que alumbró toda la cultura por la que ahora, o quizá mejor a finales del siglo XIX y principios del XX, ser europeo era sinónimo de prestigio y autoridad. En ‘Orient-Express. El tren de Europa’ Mauricio Wiesenthal nos lleva por la historia no solo del tren sino de todo el continente que atravesaba de uno a otro extremo en los diversos recorridos que aquel realizaba. Lo que aprovecha el autor de forma magistral para adentrarnos en las anécdotas y curiosas historias de las grandes personalidades que tenían al Orient-Express por su medio de transporte más habitual. Y por las páginas del libro, como por los vagones, como si estuviésemos viéndolos, pasean Colette, Coco Chanel, o el magnate del petróleo Calouste Gulbenkian y su salida de película de Estambul, o el traficante de armas Basil Zaharoff y su larga historia de amor con la aristocrática española Mª del Pilar Muguiro y Beruete, casada y después viuda de don Francisco María de Borbón-Braganza y Borbón… Y así una larguísima lista de personajes de la época que frecuentaron el célebre tren y en la que no faltan, no podrían faltar de ninguna manera, los grandes escritores, entre ellos la que elevó al tren a personaje novelesco: Ágatha Christie o el mismísimo Zweig; o grandes músicos como Gustav Malher, Richard Strauss, Manuel de Falla o Debussy. Por no hablar de la nobleza y realeza europeas: Eduardo VII, el duque de Windsor, y su esposa Wallis Simpson, o las andanzas erótico-indiscretas que se corría Leopoldo II de Bélgica, o la turbulenta historia de los reyes de Rumanía. Brillo, lujo, glamour que Wiesenthal nos va describiendo con todo pormenor, en sus más mínimos detalles; así como las estaciones: la “Gare de Lyon” o la “Victoria”. Pero también los padecimientos de aquel majestuoso tren en las dos guerras mundiales y las dificultades para atravesar los países del Este en los años 50 del pasado siglo. Experiencias que el propio Wiesenthal va desgranando como apasionado viajero, no como esos turistas de sandalias, pantalón corto y gorra de béisbol que en la actualidad ensucian las ciudades y manosean monumentos. En todo el libro, de una lectura tan interesante como encantadora, divertida y conmovedora por momentos, se respira una atmósfera de nostalgia por un tiempo ya perdido para siempre, por una forma de viajar que ya no existe, por esa vieja Europa tristemente olvidada, por el mundo de ayer. José López Romero.

 

sábado, 13 de febrero de 2021

CAMBEMBA

Los días finales del nefasto 2020 y los del comienzo del (des-)esperanzador 21 me cogieron en la revisión, por mis quehaceres académicos, de ‘Un enemigo del pueblo’, el drama de Ibsen. Y por las mismas fechas se produjeron dos sucesos que me confirmaron la vigencia, la rabiosa actualidad de la obra del gran dramaturgo noruego; me refiero al asalto de la masa al Capitolio de los EE.UU. y a la moda de un nutrido grupo de jóvenes que se citan por internet con el único fin de romperse unos a otros la cara (ambas noticias fueron recogidas en los medios de comunicación con todo lujo de imágenes). El doctor Stockmann, el protagonista del drama, al que declaran los habitantes de su propia ciudad como su enemigo, no puede por menos que denunciar ante quienes le condenan cómo ellos, el pueblo, esa masa amorfa y cambemba es precisamente el “enemigo más temible de la verdad y la libertad”. La juventud que se cita en un descampado para liarse a puñetazo limpio como única diversión es la misma que se pasa por el forro de su ignorancia y chulería todas las medidas higiénicas contra la pandemia, de la misma manera que el tío de los cuernos y sus secuaces que asaltaron el Capitolio no son más que los mismos perros  y con el mismo collar de la violencia y el desprecio hacia las normas; una masa que se deja manejar, manipular por cualquier charlatán de feria, llámese este Trump o pongan ustedes el nombre que quieran, pues en nuestro país tampoco andamos escasos de esos charlatanes del tres al cuarto. Leer en estos tiempos ‘Un enemigo del pueblo’ es un terrible ejercicio de hasta qué punto nada ha cambiado en la sociedad desde su estreno en Oslo en 1883. El doctor Stockmann (o Ibsen) ya nos avisó: el voto de esos jóvenes que se pegan por diversión vale lo mismo, o incluso más que el suyo, lector. José López Romero.   

viernes, 29 de enero de 2021

ALBANIA

Leí hace unos meses la novela de Ismail Kadaré titulada ‘Abril quebrado’, en la que el autor albanés narra una de las tradiciones más genuinas de su país: la ley del antiguo Kanun por la que se rige la vida en las montañas,  que estipula y obliga a las familias a vengarse de otras ante cualquier ofensa, y que se transmite de generación en generación. Una especie de código de honor que va cobrándose víctimas en la misma medida que va minando a los habitantes de aquellas inhóspitas geografías. Una bella narración en la que no debemos ver solo la crueldad de estos códigos, sino la dignidad de sus afectados en su estricto cumplimiento. Una sociedad primitiva, hosca, como su hábitat, orgullosa de unas costumbres que terminarán por destruirla. Y casi por las mismas fechas en que leía la novela de Kadaré, José Manuel Azcona, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, muy amablemente me hacía llegar un ejemplar de su trabajo, que firma también la investigadora Majlinda Abdiu (doctora en Literatura Comparada y profesora de la Universidad de Tirana), titulado ‘La política exterior de la Corona de Aragón en los Balcanes (1416-1478) La Albania de Skanderberg y la guerra contra los turcos’ (ed. Ommpress). Tuve el placer y la oportunidad de charlar con José Manuel Azcona, cuando preparaba el libro, en torno a la figura de Juan Pedro Aladro Kastriota, el jerezano descendiente del gran héroe albanés Skanderberg, quien intentó en el siglo XIX, sin fortuna, recuperar la corona de aquel país que con tanta dignidad habían llevado sus ancestros. El trabajo de investigación de los profesores Azcona y Abdiu es un profundísimo repaso por la historia de Albania y de la lucha de sus habitantes por repeler los continuos intentos de invasión que a lo largo de los siglos ha sufrido este país, luchas y enfrentamientos en los que destacó en el siglo XV Skanderberg, apodo procedente de “Iskender Bey” (señor Alejandro) en recuerdo de Alejandro Magno por sus numerosas y exitosas hazañas en los campos de batalla. Su verdadero nombre era Gjergj Kastrioti, cuyo apellido coincide por línea materna con nuestro ilustre jerezano. Ni que decir tiene, y de ahí parte del título de libro, que los turcos siempre se han considerado los enemigos más directos de Albania, y contra ellos también intentó Juan Pedro Aladro oponer un ejército que nunca pudo formar. Hoy, leyendo el magnífico ‘Años de hotel’ de Joseph Roth, que se subtitula “Postales de la Europa de entreguerras” me he encontrado con varios artículos en los que el gran escritor del antiguo imperio austro-húngaro nos da una visión, postales al fin y al cabo, de la Albania de 1927. Un país en el que conviven el atraso de sus gentes, que nos recuerda la novela de Kadaré, y un ejército siempre alerta pero mal pertrechado, que nos ha traído a la memoria el libro de J. M. Azcona y M. Abdiu, así como a nuestro Juan Pedro Aladro Kastriota. Todos relacionados o unidos por un mismo cordón umbilical: el amor por un país maltratado por la historia. José López Romero. 

sábado, 16 de enero de 2021

OLFATO

Cuando leí en el magnífico ‘El infinito en un junco’ (un libro del que todo lector se deshace en elogios y va añadiendo adeptos a medida que se recomienda, en el boca a boca o en los medios de comunicación), que los hombres santos del primitivo cristianismo abominaban del agua, de los baños por ser un ejemplo de la sensualidad y la corrupción espiritual de los romanos, hasta el punto de considerar “el hedor como una medida de devoción ascética”, no pude por menos que acordarme de aquel dardo en la palabra que el gran Fernando Lázaro Carreter le dedicó a la expresión “en olor de multitud”, que el insigne filólogo hacía proceder del “olor de santidad” que ya acuñara Santa Teresa con motivo de la muerte de la monja Beatriz de la Encarnación, y que a ella misma, a su cadáver yaciente en el convento carmelitano de Alba de Tormes, también le aplicaron como un “vaho aromático de la beatitud”. Nada que ver con el hedor de los antiguos santos. El olfato ha sido uno de los sentidos que, como los demás, ha gozado de la atención de la literatura. Recuérdense, a modo de ejemplo, la exitosa novela ‘El perfume’, de Patrick Süskind, con su versión cinematográfica incluida, o ‘Aromas’, del escritor francés Philippe Claudel, un libro que no se suele citar entre lo mejor de su producción literaria, en la que destacan novelas como ‘Almas grises’ o ‘El informe de Brodeck’, pero que bien merece una lectura por la cantidad de sensaciones olfativas que Claudel sabe transmitir a través de la palabra. Olores de su infancia que han quedado grabados en la memoria sensitiva del autor. ¿Quién no ha vuelto a oler una goma de borrar o a recordar el olor de un lápiz, o el olor del césped recién cortado, o el de la tierra mojada por las primeras lluvias? Lázaro Carreter comentaba la posible tergiversación entre “olor de multitud” y la palabra “loor”. En cualquier caso y sea como fuere, vamos a terminar agradeciendo el uso de la mascarilla, sobre todo cuando nos cruzamos con alguien que desprende ese tufo a “santo varón”. José López Romero.