Sin duda Sebastián Rubiales es un majareta. Porque solo
la generosidad de los majaretas, como él dice, puede escribir y regalarnos un
libro como “Los lugares prohibidos” (Renacimiento, 2004). Un libro de viajes
que no es exactamente tal, un libro de reflexiones y meditación sobre el ser
humano y sus circunstancias pero que tampoco lo es en sentido estricto. Además,
¿qué tienen que ver la plaza de San Marcos, en Venecia, con Majarromaque; qué
relación puede existir entre Tesalónica y el Salto al cielo? Quien se acerca a
un libro de viajes suele encontrarse con una determinada geografía y una misma
perspectiva, la mirada atenta y escrutadora del viajero que quiere apresar el
instante, convertirlo en palabras, y con ello elevarlo a la categoría de
historia. Más lejos de la intención de Sebastián Rubiales, para quien el
paisaje, los distintos lugares que nos va describiendo se forman, como nuestro
propio yo, y de ahí la estrecha relación que mantiene el autor con todos, con
“mimbres de olores, luces y sombras, vegetaciones, humedades, vientos y mares,
sonidos, palabras ignoradas, creencias esplendorosas, sueños fracasados –valga
la redundancia-, proyectos, recuerdos…” Porque a través de las descripciones de
Rubiales sentimos el olor dulce y pegajoso de Tesalónica, como podemos imaginar
la vista de París que a nuestros encendidos ojos se ofrece desde la altura del
Château d’Eau; o como disfrutamos de los colores rosados y anaranjados del
atardecer de la desembocadura del Guadalquivir; o incluso olemos la derrota en
el Cabo de Gracia de todos los que, incautos, naufragaron en ese “mar altanero
y desafiante que no esconde los peligros”, ayudado por el viento de Levante,
“que tiene la voluntad artera de quien vive en el doblez de la traición, pero
en esta costa se siente tan dueño, tan infinitamente poderoso, que ni siquiera
se toma la molestia de parecer amable”. Los paisajes o lugares prohibidos de
Sebastián Rubiales son, como él quiere, sensaciones, páginas de historia, y
sobre todo belleza, perfección (plaza de San Marcos), y sueños (Majarromaque);
lugares soñados que si el viajero se deja llevar, sin las prisas y la
impaciencia de los europeos, te ofrecen lo mejor de ellos, porque no de otro
modo puede encontrarse a sí mismos (San Juan de Puerto Rico). Ya decíamos al
principio que no era este libro una meditación, y sin embargo cuando hemos
pasado su última página y cerrado el libro, no hemos podido por menos que
dedicar unos minutos a reflexionar sobre la necesidad, cada vez más urgente,
que tiene el ser humano por hacerse con sus propios “lugares prohibidos”, o
soñados, o deseados. Sebastián Rubiales nos invita a celebrar la belleza, a
“pasear despreocupados por los lugares prohibidos para recibir en el rostro el
airecillo húmedo del mar y, en las manos, la luz azul de la tarde que comienza
a ser noche”. Yo, Sebastián, también quiero ser un majareta. José López Romero.
Julio Cortázar
"Un libro empieza y termina mucho antes y mucho después de su primera y de su última página" (Julio Cortázar)
"Mientras se puede dar no se puede morir" (Marceline Desbordes-Valmore)
sábado, 13 de diciembre de 2014
sábado, 6 de diciembre de 2014
PASIONES Y PENUMBRAS
A
diferencia de los narradores, poco proclives a cambios cuando el método
funciona, el poeta, el bueno, está en un permanente proceso de transformación y
renovación, a menos que quiera convertirse en un productor industrial de poemas
prefabricados. Y digo todo esto porque acabo de leer el último poemario que se
añade a la ya larga trayectoria poética de José Lupiáñez titulado “Pasiones y
penumbras” (ed. Carena, 2014) y los cambios son significativos con respecto a
“La edad ligera” (2007), su penúltimo libro, cambios que nos muestran la
permanente preocupación del poeta, la búsqueda de nuevos tonos que incorporar a
su ya rico acervo literario. Una trayectoria poética la de J. Lupiáñez
cuyas cifras pueden impresionar: el año
que viene se cumplen los treinta y cinco de su primer libro “Ladrón de fuego”.
Pero es que Lupiáñez –todo hay que decirlo- empezó muy joven en este siempre
esforzado oficio de hacer versos. Una obra poética tan dilatada como fructífera
y variada, con una exultante madurez que va del barroquismo, al intimismo y de
este a una poesía escrita a luz de las pasiones y a las tímidas sombras de las
penumbras. Pero ni en los poemas más apasionados la luz nos ciega, ni en las
penumbras la oscuridad es tan completa. En muchos de estos últimos poemas se
percibe un fondo de melancolía, consecuencia de una madurez que es conciencia
de lo vivido y también de lo inexorablemente perdido. No nos sorprende el
abundante uso del alejandrino, del heptasílabo, de estructuras estróficas tan
clásicas como intemporales como el soneto (ya en alejandrinos, ya en
endecasílabos. Magnífico el conjunto dedicado a los meses), y no nos sorprende
porque sabemos del gusto clásico, la influencia que sobre Lupiáñez han ejercido
(porque los conoce como pocos) desde Garcilaso (“Voseo garcilasiano”), San
Juan, pasando por Góngora, Bécquer hasta llegar al gran Darío, y porque ya en
su “Número de Venus” nos dejó excelente constancia de su dominio del
alejandrino. “Sobre las aguas”, el poema que cierra la primera parte del libro,
antes de comenzar con las “penumbras” es un ejemplo del tono decadente,
melancólico, misterioso e inquietante que domina buena parte de los poemas:
“por esas ondas iba tu belleza, libre, / coronada de trinos, inventando
reflejos / de gloria fugitiva, encendiendo deseos / y penumbras en mi alma…”.
El poema inicial “Alguien me llama” nos trae ecos del “pórtico” de “Número de
Venus”; y otros se resuelven en una de las constantes de la poesía de Lupiáñez:
la captación de escenas que evocan momentos de un pasado que ahora, a la
melancólica luz de las penumbras se recuerda (“Niño antiguo”) o parecen
leyendas en verso (“Otoño en la Alpujarra”). La desnudez de la amada, los
abrazos, las caricias forman parte de esas pasiones a veces efímeras, otras
insatisfechas, otras interrumpidas (“No le abras a nadie”). Pero también las
penumbras, el compromiso con su tiempo (“Éxodo”), la tristeza de los días (“Día
gris”) y, finalmente, el sentido de acabamiento y pérdida: “Adiós a cuantos
fuisteis marineros conmigo, / cuando la mar nos daba con su furia en el rostro.
/ ¿Para qué la nostalgia? ¿Acaso fuimos libres? / Adiós, nuestro navío se ha
perdido en la noche; / el puerto queda lejos y nadie nos aguarda.” (“Canción
del hereje”). “Pasiones y penumbras”, un libro pleno. José López Romero.
sábado, 29 de noviembre de 2014
¡CON LO QUE TÚ ERES!
-“Father, con lo que tú eres, ¿por qué no fundas un
partido político?”, me dice mi hija con la misma sonrisa en los labios con la
que su madre me mira cuando salgo de la ducha. La puñetera niña no me aclaró
qué quería decir “con lo que tú eres”, mejor dejar las cosas así (tampoco me he
atrevido a preguntarle a la madre por qué se sonríe en un acto tan cotidiano y
natural). Pero la simple propuesta de meterme en política, como están las
cosas, no me hacía deducir nada positivo de aquella expresión. Sin embargo, al
calor de la ya tan manida y nunca emprendida regeneración y de las nuevas
formaciones que van devorando el sistema actual, un partido de lectores sin
remedio no digo yo que no tuviera sus simpatizantes. Al margen de ideologías de
izquierdas o de derechas, la literatura está llena de textos que nos enseñan el
buen gobierno, el ejemplar comportamiento de los gobernantes y la relación que
éstos deben mantener con los gobernados. Pero si tuviéramos que elegir uno de
ellos, sin duda nos quedaríamos con las lecciones que don Quijote le da a
Sancho antes de convertirse en el gobernador de la ínsula Barataria (II parte,
capítulo 42). Un modelo de sensibilidad, de sentido común, de dignidad y de
honradez en el uso del poder que tanto se echa en falta en estos tiempos. Si
los que durante estos años más que mandar, nos han mangoneado, hubieran tenido
como texto de cabecera los consejos del divino loco a su escudero, seguro que
otra muy distinta sería la triste situación que ahora sufrimos. En cualquier
caso, ni tengo edad ni pelo para dejarme la coleta (con lo que la expresión de
mi hija es aún más sospechosa por lo hiriente), ni me veo yo en mítines leyendo
“El Quijote” a una masa tan desencantada que apenas lo entendería. Aunque yo
tengo ya muy claro el eslogan de campaña, el mismo que aparece en el emblema
como marca del impresor Juan de la Cuesta: “Post tenebras spero lucem”. José
López Romero.
sábado, 15 de noviembre de 2014
DEUDA
Ha tenido que pasar demasiado tiempo para recordar que
tengo una deuda pendiente y, por ello, más vergonzante con un escritor y con
los lectores que se acercan a estas líneas. En mi descargo puedo argumentar que
son tantos en tantos siglos que no uno, sino un ciento y hasta millares son los
escritores que se te pueden escapar, y que necesitaría más de tres vidas para
leer algo, no todo, de aquellos que realmente merecen la pena. Por fortuna para
mí, aunque debí encontrarme con sus novelas mucho antes (nunca es tarde…),
puedo contarme entre el sin duda enorme grupo de rendidos lectores de Francisco
González Ledesma. Hace unos meses, después de haber leído varias de sus
narraciones, me hice con la reedición que la editorial Menoscuarto publicó de
su primera novela “El adoquín azul”, una narración breve sobre la represión de
la dictadura. Una novelita por la que podemos comprobar que González Ledesma es
mucho más que un escritor de novela negra. Pero no hubiese hecho falta tal
demostración, porque en sus propias novelas policíacas, con su comisario
Ricardo Méndez como protagonista, ya se puede apreciar que González Ledesma es
un escritor de mucho más recorrido y profundidad de lo que te permite o creemos
que permite el género negro. Si la figura del Méndez crepuscular, ya de vuelta
de tantas batallas cuyas huellas se dejan notar en las cicatrices del cuerpo
pero también del alma, nos acerca al tipo de protagonista clásico del género,
son la fina ironía, la capacidad del personaje para reírse de sí mismo, la
mezcla de lo trágico y lo cómico los rasgos que relacionan a Méndez con los
personajes más emblemáticos de la literatura española, y a las novelas de
González Ledesma con la mejor de nuestra literatura clásica. Después de leer
“Expediente Barcelona” y “Una novela de barrio” me di cuenta de que quizá el
género policíaco anglosajón podía estar sobrevalorado, al amparo de las
versiones de Hollywood; de que el emergente y ya consolidado género
norte-europeo no dejaba de ser una literatura menor, incluso con productos de
desecho (caso de Stieg Larsson); y de que la novela negra mediterránea bien
merecía un buen periodo de atenta y, de seguro agradecida, lectura. Si ya había
descubierto hacía unos años a Donna Leon y su Brunetti enredado en los turbios
asuntos políticos, sociales y económicos tan italianos, y a Camilleri con su
amable Montalbano (personajes cuyas series televisivas lejos de hacerles
justicia, los ensombrecen), o a Petros Márkaris y su comisario Kostas Jaritos,
la lectura de González Ledesma ha sido en mi caso uno de los grandes y
afortunados descubrimientos de los últimos años. Con él y con los lectores de
esta página había contraído una deuda que espero haya pagado. Ya solo me queda
seguir leyendo sus obras… ¡Qué pena no encontrar su nombre en un monográfico
sobre la novela negra en España publicado por una de las revistas literarias
del momento!. José López Romero.
viernes, 7 de noviembre de 2014
PLACAS
La calle “library way” de Nueva York, o el tramo de la 41
que desemboca en la Quinta Avenida y, de esta, en el imponente edificio de la
Biblioteca Pública de la ciudad, está llena de placas, hasta 96, encastradas en
las dos aceras de la calle, que recogen otras tantas citas de escritores y
sabios referidas al libro o a la lectura. En Internet hay numerosas entradas
que nos aclaran la historia y detalles de estas emblemáticas placas que, a
medida que uno se va acercando a la Biblioteca, a la que está viendo al fondo
de la 41, puede ir leyendo y pisando. Esta curiosidad puede entenderse de
muchas maneras, pero no deja de ser un ejemplo más de la profunda admiración
que la cultura anglosajona siempre ha mostrado por el libro, y de la que tanto,
pese a los siglos que de nuestra cultura mediterránea nos contemplan, debemos
aprender. Me recordó las placas de Nueva York la iniciativa de la que nos
informaron diferentes medios de comunicación que ha tenido, al perecer, un
colectivo de artistas urbanos de Madrid, llamado “Boamistura”, de adornar 22
pasos de peatones del centro de la capital con versos. Y así los cientos y
miles de viandantes que cruzan por dichos pasos pueden alegrarse el día con
frases como: “A veces reírse es lo más serio” o “Madrid, te comería a versos”.
Hace ya unos años me hice eco en esta misma página de un comentario de una
joven poeta, que proponía sacar a la calle a la poesía. La idea, por tanto, de
Boamistura no es nueva, como tampoco el comentario de la joven, porque
iniciativas de sacar a pasear la literatura ya la tenemos en aquellas
bibliotecas ambulantes del XIX o en el fenómeno moderno de los “crossing
books”, al que varios artículos ha dedicado mi compañero de página. Partiendo
de que cualquier idea que pretenda acercar el libro y su lectura a la gente, es
por sí misma encomiable, mucho me temo que “te comería a versos” se quede
perdido en el almacén de imágenes de un infinito número de móviles como una
curiosa anécdota urbana. Las placas de Nueva York llevan allí desde 1998. José
López Romero.
sábado, 1 de noviembre de 2014
CALLAR A TIEMPO
Los hay que hacen de
la literatura un medio de vida, y muchos que siguen intentando vivir de ella;
los hay también que convierten su vida
en literatura, a veces de ciencia ficción, otras de terror; pero también los
hay que hacen de la literatura su vida, y la viven con la pasión y el dolor,
con la felicidad y la desgracia, con la alegría y la tristeza que nos
proporciona el mismo hecho de vivir. A este pequeño y admirable grupo de
escritores pertenece Mauricio Gil Cano. El conocimiento de años de Mauricio y
su obra, sobre todo poética, dan testimonio de lo que acabo de escribir. Un
testimonio que el lector que se acerque a sus poemarios comprobará sin duda,
desde su 19 sonetos y un canto a Venecia, pasando por Declaración de un vencido hasta llegar a la última entrega Callar a tiempo (Ediciones En Huida),
sin olvidarnos de la labor que durante años ha ido desarrollando en los
distintos medios de comunicación como crítico, y como coordinador y director de
diferentes y variadas propuestas literarias (taller de creación literaria en la
Fundación Caballero Bonald; director de la colección de poesía “Hojas de
bohemia”), que representan una importante contribución al panorama cultural de
nuestra ciudad. Unidas, así pues, literatura y vida, Callar a tiempo es la crónica de las
últimas páginas de ese libro vital de Mauricio Gil Cano; crónica de un vivir en
el que no falta ningún elemento, ni sentimiento, ni actitud que a un hombre le pueda
ser ajeno: la pasión amorosa (el soneto en alejandrinos “Tú
sabes”), pero también el anhelo del otro (“La espera”, dedicado a Carmen); el
compromiso del hombre con su tiempo y su destino (su inicial “Para aprender
vinimos”), o con el prójimo (“Symposion”); la relación del hombre con un dios
que es sacrificio, muerte, resurrección, salvación de ahí los versos dedicados
a Cristo (“Calvario”, “Dios agonizante”, “Spe Salvi”); el dolor de la creación
literaria (“Yo”; “Callar a tiempo” que le da título al conjunto); pero sobre
todo la concepción del hombre como náufrago o ángel caído pero “definitivamente
humano”, porque los poemas de Mauricio son miradas hacia el interior en un
permanente buscarse y comprenderse, entender en definitiva a un yo en conflicto
dialéctico consigo mismo. Se cierra el poemario con un apartado de “Homenajes”,
en los que destaca el poema dedicado a su madre y a poetas como Miguel
Hernández o Jaime Jaramillo Escobar de los que celebra su compromiso vital. Por
los poemas transitan referencias, versos, citas de Cernuda, de Juan de la Cruz
(sobre todo), de Blas de Otero, Borges y de tantos otros que forman ese
conjunto de fuentes literarias de las que Mauricio sabe coger la mejor lección:
“para saber que somos lo que fuimos / y seremos aún y algún día sabremos /
quizá que habremos sido”. José López Romero.
sábado, 25 de octubre de 2014
ARRANCAR
Una de las primeras escenas de la célebre El club de los poetas muertos (cursi
película) y que asombra a pupilos y espectadores por lo que supone de
iconoclasia, es el arranque tan colectivo como festivo de las páginas de un
libro. Una carta de presentación del nuevo profesor ante sus alumnos que,
salvadas las tímidas reticencias de los más empollones, termina por ganarse a todos,
incluido el patio de butacas. Porque a pesar del acto de lesa bibliofilia, de
atentado contra la cultura, al fin y al cabo no deja de ser un acto de
destrucción, de mutilación de un libro, ¿a quién no le han entrado ganas (¡y no
digamos escolares y sus horribles libros de texto!) de cometer este pecado inconfesable y, por
ello, de difícil perdón y, por tanto, de ninguna penitencia, aunque ya se me
ocurrirá algo. Y todo esto viene al caso porque leyendo El sueño del Rey Rojo. Lecturas y relecturas sobre la palabra y el
mundo, de mi admirado Alberto Manguel (libro del que no arrancaría ni una
letra, dicho sea de paso), me encuentro con la anécdota del moralista
decimonónico Joseph Joubert quien, según Chateaubriand, “cuando leía arrancaba
las páginas que no le gustaban, logrando así una biblioteca enteramente a su
gusto, compuesta de libros huecos en tapas que les quedaban grandes”. Los que
decidimos hace tiempo unir nuestro destino a la literatura, a los libros en
general, como un bien tan preciado como necesario para considerarnos ciudadanos
con derecho a voto, arrancar aunque solo sea una página de un libro, por muy infame
que esta sea, no podríamos entenderlo si no es como un acto de cobardía ante el
propio libro, por su indefensión, y ante el mismo autor, al que ni siquiera le
concedemos el derecho a defender su obra. Antes que la mutilación, cierro el
libro y ya buscaré en mi agenda de direcciones a quién se lo regalo. José López
Romero.
sábado, 18 de octubre de 2014
GENERACIONES
Hace ya unos meses presentó Luis García Montero su última
novela titulada “Alguien dice tu nombre” en nuestra ciudad. Y tanto la presentadora,
Mamen Ramírez (magnífica su intervención), como después el propio
poeta-novelista insistieron en las mismas claves e intención de la novela: un
retrato de la España de la década de los años 60, en el que García Montero ha
querido analizar y explicarse aquella sociedad que no lograba desembarazarse de
la dictadura de Franco, pero que se enfrentaba a un futuro no muy lejano con
ilusión y expectativas renovadas porque
algo estaba ya cambiando. Una época, los 60, marcada por la venta a plazos, los
primeros televisores, los primeros coches pequeños pero familiares,
acontecimientos todos estos que a muchos, incluido García Montero, nos cogió
con una edad en la que no podíamos darnos cuenta de lo que ellos suponían, pero
que veíamos en nuestros padres y en nuestras propias casas. De ahí que García
Montero destacase en su intervención la figura paterna y la educación y respeto
que las familias intentaban inculcar a sus hijos. Y con el correr de los años,
y el paso de la infancia a la adolescencia, de la que también habló el
escritor, las aficiones comunes, y sobre todo las inquietudes, las culturales,
las sociales pero también las políticas, que se reflejan de forma tan
trascendente en la novela. Todo el público que llenaba por completo el hermoso
patio donde se celebraba la presentación se veía reflejado en las palabras de
García Montero, porque a casi todos nos cogió por aquellos grises años de los
60 entre la infancia y la adolescencia y porque en la década siguiente vivimos
con la intensidad que esa edad requiere aquellas inquietudes culturales y
políticas. Las palabras de García Montero no hicieron más que recordarnos algo
ya vivido. ¿Y la juventud de ahora? ¿qué hemos hecho mal cuando ni se acercan a
escuchar a García Montero? José López Romero.
sábado, 12 de julio de 2014
RECOMENDACIONES
El adoquín azul
Francisco González
Ledesma. Menoscuarto, 2014.
Como sobre Francisco
González Ledesma volveremos en breve, nos centraremos en la reseña de esta
novela que ve su segunda edición en la editorial Menoscuarto, ya que se publicó
por vez primera y se regaló como promoción (asómbrense los lectores) junto con
la revista “Interviú”, cuya editorial había comenzado una colección de “obras
inéditas de los mejores autores de novela negra en castellano”, en el año 2002.
Y en esto tenía toda la razón la colección porque González Ledesma nos ofrece
una breve pero intensa muestra de su maestría como narrador con este “adoquín
azul”. Montero, protagonista de la novela, logra escapar de la policía
franquista gracias a la ayuda de Ana,
una misteriosa mujer de la que solo sabe que es esposa del despiadado jefe de
policía Ponce. Al cabo de los años y de vuelta de Nueva York, instalado de
nuevo en Barcelona, Montero se dedica a buscar a Ana, su amor interrumpido.
J.L.R.
viernes, 6 de junio de 2014
PEDRO SEVILLA
Hace unas semanas el club de lectura de la biblioteca
municipal celebró una sesión especial, por primera vez en los años que llevamos
funcionando teníamos la oportunidad de tener al autor del libro que íbamos a
comentar delante de nosotros. Un libro de poemas y su poeta, o dicho más
concretamente: la antología “Todo es para siempre” (Renacimiento) y su autor,
Pedro Sevilla. A la novedad de la presencia, habría que añadirle esa aura de
distanciamiento que, por tradición romántica, envuelve la relación entre
artista y resto de mortales. La admiración y hasta veneración que todos
sentimos ante cualquier persona dotada de esa capacidad solo atribuida a los
dioses: la de crear. Esa fue la sensación, la atmósfera que se respiraba
momentos antes de que entrara Pedro Sevilla en la sala donde iba a celebrarse
la sesión. Atmósfera que desde sus primeras palabras el poeta se encargó de
disipar, para convertir el encuentro del escritor con sus lectores en un
diálogo; un diálogo no del artista con sus admiradores, sino de la persona con
otras personas. Y a través de sus poemas fuimos desgranando recuerdos,
vivencias, sentimientos que, como hombres y mujeres, todos hemos tenido. La
poesía de Pedro Sevilla es una poesía que nos alcanza a todos en todos los
aspectos, porque es un ser humano como todos nosotros. La voz pausada en la
lectura de sus propios versos fue otro de los regalos que nos llevamos en
aquella jornada sin duda inolvidable. Y en su recuerdo ahora me doy cuenta de
que no hablamos con el escritor, porque nada se dijo de su proceso de creación,
de cómo va puliendo unos versos que salen de ese rincón tocado por el dedo
divino (no cabe otra explicación), sino con el hombre, el que por el solo hecho
de vivir sufre pero también siente la felicidad en compañía de sus amigos, de
su familia, de aquellos que ya no están pero cuyo recuerdo los hace revivir.
Hablamos con un enorme poeta, hablamos con un enorme ser humano. José López
Romero.
sábado, 31 de mayo de 2014
CLÁSICOS
-“Tenemos que llevarlos al médico” –le decía su mujer,
mientras veían cómo sus hijos dormían plácidamente, ajenos a la inquietud de
sus padres. A la madre ya le asomaban dos lágrimas como tronchos de lechuga
(José Ángel dixit). –“Pero ¿a qué
médico?” –le respondía su marido que no daba crédito a la escena que estaba viviendo
o tal vez soñando, porque aquello más tenía de pesadilla que de realidad. Eran
las tres y cuarto de la madrugada y su mujer lo había despertado con una
pregunta sacada de lo más profundo de algún desequilibrio mental de origen
quizá genético (algo había ya detectado en su suegra): -“Oye, Manuel, ¿tú sabes
si los niños han leído El Lazarillo?”
Velando embobados ahora su sueño, otras preocupaciones asaltaban a la mujer: ¿y
El Quijote? ¿y la Eneida o la Odisea? ¿y el Poema de mío
Cid? Cuanto más pensaba aquella frustrada madre, más tronchos de lechuga
corrían por sus mejillas, mientras el padre, ya insomne, repasaba con la vista
las estanterías de las habitaciones de sus hijos que estaban atestadas de
libros infantiles y juveniles propios de su edad. Cuando volvieron a la cama,
la conclusión de aquella mujer era toda una declaración de intenciones y como
tal la entendió el marido, es decir, como una amenaza en toda regla: “¡mañana
mismo empiezan con los clásicos!”. En cierta ocasión cité una frase de Rosa
Montero, creo recordar, que venía a decir que los clásicos no son un punto de
partida, sino una meta; y sin que sirva de precedente, estoy totalmente de
acuerdo con esta opinión. En un mundo en que la lectura es una actividad en
desprestigio y lamentable decadencia entre la clase estudiantil, sea de
secundaria y hasta universitaria, que además tiene que hacerse un hueco a
codazos entre el uso y, sobre todo, el abuso de las nuevas tecnologías, que
algunos escolares lleguen a adquirir el hábito lector debe entenderse como todo
un éxito que sin duda corresponde a sus profesores pero, sobre todo, a sus
padres, porque con su ejemplo o su insistencia han logrado que sus hijos no
solo no rechacen los libros, sino que se entretengan y disfruten con ellos.
Pero en este largo y tortuoso camino, lleno de obstáculos, hay que ser muy
cuidadosos con los lugares donde ponemos el pie y cuánto podemos forzar la
marcha. Sin ser santo de nuestra devoción, no se le puede negar el mérito a la
literatura juvenil, porque en sus variados géneros pueden encontrar los escolares
el libro que los enganche definitivamente a la lectura, y a través de ésta
seguro que terminarán tarde o temprano por llegar a los clásicos, como un libro
lleva a otro hasta llegar a esa meta de la que nos hablaba Rosa Montero. Y a
veces por forzar demasiado, por querer que lean lo que todavía no está al
alcance ni de sus gustos, ni de sus inquietudes y menos aún de su conocimiento
para llegar a disfrutarlos como se merecen, terminamos por convertirlos en
desertores de la lectura. Cinco y media de la mañana. –“Manuel, ¿por cuál te
parece que empecemos?”. –“Por La isla del
tesoro. Todo un clásico.” José López Romero.
sábado, 24 de mayo de 2014
RENEGAR
Aunque hay cientos de novelas mejores o, al menos, más
entretenidas, Aire de Dylan, de
Vila-Matas, no deja de tener sus aspectos de interés, en concreto y para lo que
aquí nos interesa ese “Archivo General del Fracaso” que está formando el
protagonista, Vilnius Lancastre. Aprovechando una estancia en Los Ángeles, a
Vilnius se le ocurre, para ir engrosando el cuanto menos curioso archivo, poner
un anuncio en la prensa local (Los
Ángeles Times) con el ofrecimiento de entrevistar a los cineastas de
Hollywood que quisieran confesar las películas o fragmentos de ellas que
desearían suprimir. Y ya se relamía el ingenuo Vilnius con las confesiones de
Francis Ford Coppola, quien seguramente solo salvaría las dos primeras partes
de El padrino, o con las de Martin
Scorsese renegando de todas sus películas, a excepción de No Direction Home, excepción en la que hay que observar el interés
de Vilnius por salvaguardar la imagen de Bob Dylan por su parecido con el
famoso cantante. Y así pasaría por sus entrevistas-confesiones lo más granado
del cine americano abjurando de todo. Sin embargo, la decepción es mayúscula
cuando nadie responde al anuncio. Y es curioso que en muchas entrevistas a
personajes famosos estas mismas preguntas aparezcan con frecuencia: ¿qué
suprimiría usted de su labor profesional? ¿de qué está usted más arrepentido de
haber hecho? Preguntas que recuerdo se les suele hacer a actores y actrices que
tienen un “oscuro” pasado en el llamado “cine de caspa” nacional; y sin
embargo, pocas veces o casi nunca se las he visto formular a escritores, será
porque, como los directores de cine de Hollywood, no se arrepienten de nada de
lo escrito o, seguramente, no quieran confesar sus páginas u obras más infames.
Y si famoso fue el caso de Juan Ramón Jiménez persiguiendo obsesivamente los
ejemplares de Ninfeas y Almas de violeta, sus dos primeros
libros juveniles, no conocemos otro caso igual. ¿Y sus mejores obras? De ellas
ya se encargan sus propios autores de publicitarlas. José López Romero.
sábado, 10 de mayo de 2014
MEMORIA
Los recuerdos que más indeleblemente se graban en nuestra
memoria, y que esta conserva de forma más nítida, son sin duda los vividos en
aquellos años que van de la infancia a la adolescencia y de esta a la juventud;
es decir, esa etapa en la que vamos cambiando la inocencia del niño por las
inquietudes de la pubertad, en las que tanto tienen que ver las hormonas en
plena ebullición. Y con estos recuerdos, indisolubles también corren los de
nuestros maestros y profesores y, con ellos, los libros que nos hicieron tanto
sufrir o divertirnos tanto. Entre mis recuerdos de niño o púber goza de un
puesto de privilegio aquella Enciclopedia Álvarez, hasta el punto de que cuando
hace unos años se publicó una reedición, seguramente para nostálgicos, no dudé
en adquirir un ejemplar. En el interior del original, es decir, de aquel
ejemplar de la Enciclopedia que manejé de niño, mi señorita había puesto mi
nombre con una L de López, que reconozco en la que yo ahora hago. Y con la
famosa “Álvarez”, los cuadernos Rubio de cuentas y de caligrafía, y un poco más
mayorcitos los no menos célebres y torturadores Miranda Podadera. Y así como
hice con la Enciclopedia Álvarez, en cuanto se volvieron a editar, adquirí el
de ortografía y el de redacción que precisamente me acompañan, junto con el
ejemplar de la Enciclopedia, cuando esto escribo. Aún recuerdo los dictados del
demonio de aquel Miranda Podadera, que con el afán de practicar unas
determinadas grafías eran ininteligibles o, al menos eso nos parecían en
aquellos sin duda maravillosos años. Hoy, la historia se escribe de muy
distinta manera. Y no porque las nuevas tecnologías, los manuales digitales
estén desbancando o estén en serio proceso de sustitución del libro en papel;
porque esto no deja de ser un asunto de formatos. No me refiero a eso. El
problema, el más grave, está en que historia se escriba sin h-, o desbancando
con –v- porque ni siquiera se sabe su significado. Llevamos años, demasiados,
en los que en las escuelas se ha desatendido la ortografía, y ahora nos damos
cuenta de que una falta de ortografía más que un error lingüístico es una falta
de urbanidad y respeto hacia nuestro lector; y llevamos los mismos demasiados
años desatendiendo la redacción y, así, es imposible que nuestros escolares
puedan superar una mínima prueba, la más básica, de cualquier materia. Hace
unas semanas volvía a la actualidad el fracaso de nuestros estudiantes y se echaban
las culpas sobre todo a una metodología obsoleta, anticuada basada
fundamentalmente en lo memorístico. No le falta razón al informe. Porque si a
las aulas volviesen la Enciclopedia
Álvarez con esa combinación perfecta de nociones o conocimientos básicos,
ejercicios prácticos, lecturas y ejercicios de comprensión, pero también su
parte memorística, y los Miranda Podadera con sus endemoniados dictados y su
curso de redacción, no me cabe ninguna duda de que otros serían los resultados
de nuestros escolares y otra la historia, o quizá la misma que yo viví y ahora
disfruto con su recuerdo. José López Romero.
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el 9 de mayo de 2014.,
Publicado en el Diario de Jerez
domingo, 27 de abril de 2014
ACTITUD
“-Esa es la actitud” – decía mi
hijo mientras tecleaba un wasap con destino a no sé quién; prueba contundente e
irrefutable que desactiva la leyenda
negra de que los hombres no pueden hacer dos cosas a la vez. La verdad es que
el comentario fue la única intervención de la conversación familiar que manteníamos su madre y yo, a cuenta de una
idea que se me ocurrió sobre la marcha con el único fin de romper el silencio
conyugal: “-lo mismo Ramón y yo hacemos otra novela y la presentamos a un
premio. Uno de esos que dan los amigos del gremio”. “-¿Pero no decíais los dos que queríais
engrosar la lista de escritores con el síndrome Bartleby, que tan bien analiza
Vila-Matas en su libro Bartleby y
compañía?, me reprochaba mi mujer. “- Sí – le reconocía yo- Pero unos miles
de euros no vienen nunca mal”. Y entonces soltó mi hijo sin levantar la cerviz
del móvil “-esa es la actitud”, pensando más bien en el más que improbable
dinerito por ganar, que en darme ánimos creadores. Y todo porque el otro día me
encontré con un antiguo compañero que, según me confesó, se ganaba un
suplemento económico haciendo de jurado en distintos certámenes literarios.
Llevaba ya unos diez años prejubilándose y eso, junto con las amistades que
había sabido conservar en ciertos círculos literarios, le permitía ser miembro
de premios a los que acudía gustoso no solo por el dinero, sino también por la
siempre atractiva frase “gastos pagados”.
Escritores de cierto prestigio -seguía con su confesión- no tenían
escrúpulo alguno en que apareciera su nombre entre los miembros de un jurado a
cambio de una cantidad según caché. Y
así ya puede explicarse –le comentaba yo- la composición de ciertos jurados y
la concesión de ciertos premios. “¿Pero tú has leído la primera novela? –le
pregunté a mi hijo”. “Pues claro, pá. ¿No te acuerdas que me la tuve que leer a
cambio de que me levantaras el castigo sin salir un fin de semana?”. “-¡Esa es
la actitud, hijo!.” José López Romero.
lunes, 7 de abril de 2014
SOMBRAS SOBRE GREY
En Las
conversaciones (libro que reseñamos hace unas semanas en esta misma página)
de César Aira, el protagonista-narrador en primera persona comenta, ya en las
líneas finales del breve relato, que detrás de los guiones de muchas películas
está todo un equipo de expertos que estudian hasta los más mínimos detalles de
la trama, hasta el punto de que “un miembro se especializaba en chistes, otro en el costado
romántico, otro en la cuestión científica, otro en la política, había un
experto en verosímil, uno en procedimientos policíacos, uno en psicología, y
así sucesivamente”. Para terminar con la siguiente conclusión: “Desde el punto
de vista artístico, el método tenía sus ventajas y desventajas”. Como todo en la vida, me atrevería yo a decir. Es posible que
las fuertes cantidades de dinero que cuesta una película y la necesidad al
menos de recuperar lo invertido, si no se pretende que sea un éxito, exija este
tipo de organización que le quita ese prestigio de cine de autor, en favor de
una creación colectiva y quizá excesivamente programada. ¿Pasa esto mismo con
la literatura? La figura del “negro” siempre ha existido y de vez en cuando nos
acordamos de ella cuando salta a la actualidad a consecuencia de algún
escándalo. Y rumores hay que detrás de algún que otro best-seller hay todo un
equipo de escritores en la sombra, como aquel del que nos hablaba el
protagonista de Las conversaciones.
Pero no me imagino que uno sea especialista en diálogos, otro en descripciones,
otro en diseño de personajes, etc. Porque de esa manera me negaría a considerar
el resultado final como literatura, sino más bien como una producción en
cadena, es decir, de productos envasados o enlatados, en definitiva, lectura
basura. Pero lo que no deja de ser un ejercicio de elucubración basada en
simples rumores (no otra cosa son las reflexiones del protagonista de Las conversaciones), puede que tenga más
de un viso de verosimilitud. También las editoriales invierten sus buenas
cantidades de dinero en la edición de libros y, sobre todo, en la publicidad de
obras que son, sin lugar a dudas, muy malas. Pongamos por caso el éxito de Cincuenta sombras de Grey de E.L. James.
Está claro que el sexo con su puntito sadomasoquista siempre ha dado resultado,
no hace falta hacer un estudio de mercado para comprobarlo porque el cine y la
literatura lo han demostrado y certificado ampliamente en productos cuya
calidad los hacen incomparables con el best-seller de James; pero ¿quién es esta
E.L. James, apellido por otra parte muy corriente? ¿realmente es la autora o
una señora que ha prestado su identidad, a cambio de pasar a la historia como
la perpetradora de este libro, detrás del cual habrá, me imagino, un equipo de
“negros” pasándoselo bien con las carnes y curvas sinuosas de la estudiante? Y
ya puestos a imaginar, seguro que si no este año, el que viene, la tal E.L.
James aparecerá de nuevo por las librerías con un nuevo relato, esta vez sobre
el mundo de los negocios, crisis bancarias y rubia despampanante, que
convertirá en película el incombustible Michael Douglas. Al tiempo. José López
Romero.
domingo, 30 de marzo de 2014
BEST SELLER
Hubo un tiempo (“cualquiera tiempo pasado fue mejor”) en
que cuando mi mujer se quedaba sin lectura, me pedía alguno de mis adorados
libros; y cuando eso sucedía siempre le sugería el “Relox de príncipes”, de
fray Antonio de Guevara. La edición que conservo en casa es un tomaco editado
por la Conferencia de Ministros Provinciales de España (CONFRES), y en cuanto
le enseñaba el libro a mi mujer, no hacían falta palabras; tanto hemos llegado
a conocernos en estos tan largos como amorosos años de vida en común, que en su
mirada podía leer el sitio en que me sugería meterme la magnífica edición del
“Relox de príncipes”. Nada le reprocho, todo lo contrario, hasta la comprendo.
Ocioso es decir que de un tiempo a esta parte no me pide libros. Y la verdad es
que no sé qué le indignaba más si el autor o si la obra, pero lo cierto es que
tanto el uno como la otra fueron en su época auténticos best-sellers. Fray
Antonio de Guevara fue en la década de los años 20 y 30 del siglo XVI uno de
los escritores más leídos en toda Europa, y su obra más emblemática, el “Libro
áureo de Marco Aurelio” alcanzó un enorme éxito de ventas nada más imprimirse
por vez primera en Sevilla en 1528. Un éxito que prolongó con sus obras
siguientes, entre ellas las “Epístolas familiares”, el “Menosprecio de corte y
alabanza de aldea”, y el citado y no muy bien acogido “Relox de príncipes”,
editado en 1529 en Valladolid, ciudad donde Carlos V había trasladado la corte
y donde el fraile de la orden franciscana ostentaba el cargo de cronista
oficial por nombramiento del propio emperador, quien con buen gusto leía las
obras de su fiel servidor, consejero y escritor de algunos de sus discursos.
Hoy, para perfilar este artículo, mi mujer me ha visto coger el voluminoso
ejemplar y si en esta ocasión su mirada no me ha dicho nada, en la sonrisilla
de sus labios he advertido el recuerdo de aquel sitio donde ella pretendía que
metiese tan eximia obra. ¡Qué buena memoria tiene! José López Romero.
sábado, 22 de marzo de 2014
ESTILOS
“Me recomendaron este libro y lo tuve que dejar al poco
de empezarlo. Es un ladrillo. Y la pena es que me costó unos buenos euros”.
“Pues yo, en cambio, me compré este, y me resultó muy entretenido”. ¿Quién no
ha oído no una, sino muchas veces estos comentarios cuando de hablar sobre
libros y lecturas se trata? Y sin embargo, afirmar que hay libros para todos
los gustos, épocas y bolsillos es una obviedad que cualquier interesado en la
lectura puede comprobar fácilmente a poco que se pase por una librería. Ya no
puede ser una excusa para justificar el desapego de la lectura no haber dado
con un libro que le haya absorbido hasta el punto de no poder dejar de leerlo;
ni tampoco la falta de tiempo, porque siempre, si realmente se tiene interés,
se encuentra esa media hora, al menos, todos los días para coger el libro que
has podido dejar en la mesilla de noche; y mucho menos quejarse del precio de
los libros, porque ediciones hay de bolsillo que colman perfectamente las
inquietudes lectoras de cualquier aficionado. Otros casos son ya las ediciones
especiales o para especialistas, o incluso, reconozcámoslo, si uno quiere leerse
el libro de su autor favorito nada más salir a la venta; casos en los que se
aprecia hasta cuánto puede llegar a ser cara la cultura en este país. Variedad,
pues, y accesibilidad en todos los aspectos que también notamos en los estilos.
Para definir el estilo de Robert Walser, el gran escritor suizo que murió loco
en 1956, en muchas ocasiones se ha utilizado el adjetivo “naif”, una ingenuidad
no exenta de ironía y burla que podemos apreciar en novelas como “El paseo” o “Jakob
von Gunten”. Esa misma fina ironía que mezclada con el sentido del humor
británico gustamos en autores como Roal Dalh o Alan Bennett, y últimamente en Julian
Barnes o Nick Hornby. Pero anda por ahí otro estilo, otra opción para el
lector, que gusta del párrafo más que largo, infinito, acorde a los laberintos
y retorcimientos de la mente, de la psicología de unos personajes tan
atormentados como la sintaxis que utilizan sus autores. El ejemplo más acabado
de esta literatura bien puede ser Thomas Bernhard, obras como “Tala” o “La
calera” están escritas sin capítulos, ni siquiera un mísero punto y aparte, es
decir, ninguna concesión al lector; en esa misma línea, aunque más
condescendiente y generoso con sus numerosos lectores, podemos inscribir a
Javier Marías o, más actual, a Marcos Giralt Torrente con su novela “París”,
premio Herralde de 1999 (aquí reseñada la semana pasada). Estilo que, a pesar
de la evidente dificultad que presenta, cuenta también con un nada desdeñable
número de seguidores. Dos propuestas u
opciones tan distintas que entre ellas cabe un sinfín de estilos, que la
literatura pone a disposición del lector para que este elija lo que mejor se
acomode a su gusto, tiempo y bolsillo, sin que ninguno de estos tres elementos
se vea perjudicado por los otros. José López Romero.
viernes, 14 de marzo de 2014
PEDAGOGÍA
En el recientemente aparecido tomo 2 titulado “La
conquista del clasicismo. 1500-1598” de la excelente Historia de la literatura española (editorial Crítica), dirigida
por José Carlos Mainer, se insiste en uno de los aspectos fundamentales del
Humanismo que ya había sido puesto de relieve por Eugenio Garin (gran estudioso
del Renacimiento europeo): la pedagogía y, sobre todo, la renovación en el
sistema educativo procedente de la Baja Edad Media. Por eso, argumentan los
autores del volumen: “algunos de los principales humanistas del Quattrocento
fueron excepcionales pedagogos”, y hasta editores de textos para las escuelas.
En el Museo del I.E.S. Padre Luis Coloma aún se conservan, gracias a la labor
impagable de rescate de Mª Dolores Rodríguez Doblas y de Miguel Hernández
Zarandieta, manuales escritos por los propios profesores que impartieron su docencia
en el siglo XIX en nuestro ilustre instituto. Pero volviendo al humanismo
renacentista, los autores de “La conquista del clasicismo” ponen como ejemplo y
punto de partida del humanismo en Castilla la publicación de las Introductiones latinae del gran Nebrija (Salamanca, 1481). Y no
porque esta gramática fuera un mamotreto farragoso de normas y reglas con el
único fin de hacer más sufrido aún de lo que ya por su naturaleza es, el
aprendizaje de los escolares, sino por todo lo contrario, porque era una
pequeña gramática que contenía las reglas más básicas y esenciales del latín
para que después alumnos y profesores, con ese breve compendio de fácil manejo,
aprendiesen la lengua latina a través de la lectura y comentarios de los
autores clásicos. Un cambio que revolucionó el sistema educativo español del
siglo XVI. Hoy, no necesitamos tanta perspectiva histórica como desde la que
contemplamos los más de cuatro siglos pasados desde los tiempos de Nebrija,
para reconocer que la historia del sistema educativo español de las últimas
décadas lejos de ser una revolución humanística, ha sido un estrepitoso
fracaso. Un fracaso en el que todos los elementos, estamentos, instituciones,
es decir, todos los que tienen algo de parte en el sufrido, e ingrato a veces, quehacer
de la docencia, tienen su buena parte de culpa que nadie le debe quitar, ni de
la que nadie puede inhibirse. Y una de las grandes damnificadas es sin duda el
aprendizaje de las lenguas extranjeras o idiomas, hasta el punto de que ya se
están haciendo estudios de genética para analizar si al español le falta en su
ADN el gen del idioma. “No estamos dotados”, reconocemos resignados cuando
abandonamos después del enésimo intento por aprender inglés. Pero más grave aún
es que nuestros escolares se pasen años y años con una asignatura para que
después no sepan mantener una mínima conversación básica en la lengua
extranjera que tanto trabajo y tiempo les ha costado. Quizá después de tanto
tiempo transcurrido lo único que necesitemos es un Nebrija que ponga un poco de
orden y cordura para solucionar tanto fracaso. José López Romero.
viernes, 7 de marzo de 2014
DEPORTE
Si las estadísticas están para
creérselas a medias, la mitad que tienen de verdad nos explica con solo unos
pocos números lo que está pasando o los cambios que se producen en la sociedad.
Un dato: “en los primeros seis meses de
2013 se publicaron 1.379 libros (un 4%) de temática deportiva. El libro más
vendido fue el de Antoni Daimiel sobre la NBA”. Quizá la literatura deportiva
(¿hablaremos ya de un género?) no haya interesado tanto a lectores-espectadores
y deportistas-protagonistas porque la cultura, no sé si por una tradición mal
entendida, ha conciliado poco o nada con el ejercicio físico. A pesar de que los
tiempos de Pahíño quedan ya muy lejos, aún la opinión pública se sigue
sorprendiendo de que los deportistas en general, y los futbolistas en
particular, tengan inquietudes culturales e intelectuales. Hace unos días, en
una entrevista reportaje a Juan Mata, el flamante fichaje del Manchester
United, el periodista destacaba las dos carreras universitarias que estaba
estudiando y sus gustos lectores, entre los que citaba a Haruki Murakami. Y no
por casualidad he nombrado antes a Pahíño, porque hace también un tiempo que
leí en un periódico cómo este jugador, que se llamaba en realidad Manuel
Fernández y Fernández y que militó durante la década de los años 40 en equipos
como el Real Madrid y el Celta de Vigo, gustaba de leer a los novelistas rusos,
lo que junto con algún incidente con un cierto general de la época, le valió no
pocos disgustos. El caso de Pahíño lector de Tolstoi, Dostoievski e incluso
Hemingway por aquellos terribles años de la postguerra sí era una rarísima
excepción, pero que aún se siga destacando en Juan Mata su gusto por la lectura,
en pleno siglo XXI, es una forma de decirnos que el mundo del fútbol en este
aspecto ha cambiado muy poco o casi nada. Y es una lástima porque, ya lo he
dicho en otras ocasiones, no habría mejor campaña para la lectura que saliera
Messi o CR7 en la televisión recomendando un libro. Aunque, y perdonen mis
prejuicios, no me los imagino. José López Romero.
sábado, 22 de febrero de 2014
MIS LIBROS
Pintura de Jonathan Wolstenholme |
De entre los cientos de libros que
tengo en mi casa y que ya abarrotan y hasta desbordan las estanterías, los
muebles y cualquier otro espacio susceptible de colocar un libro, aunque sea de
canto, hay tres o cuatro que llevan varios meses detrás de mí con el afán de
que los lea. En más de una ocasión, al pasar cerca de ellos he notado como un
siseo y a veces hasta un suave agarrón de la manga, todo para que les preste
atención y decida, de una vez por todas, leerlos. Y en más de una ocasión he
tenido que pasar más deprisa que de costumbre y con un “no es el momento. No
tengo tiempo ahora”, tan apresurado como mi paso, me he escabullido, como
cuando te asalta en la vía pública una señorita para explicarte las magníficas
ofertas de una tienda de perfumes o las últimas novedades en telefonía móvil. Y
al volverme, ya pasado el estante, noto la profunda decepción marcada en sus
portadas y vuelven a ordenarse en el anaquel, del que se habían adelantado unos
centímetros con el fin de abordarme a mi paso. Y aunque ya la situación es de
por sí desagradable, la tensión aumenta cuando me dispongo a coger otro libro
para su lectura. Percibo una cierta agresividad en el ambiente, y más de una
vez he creído oír un “¿y por qué este, si lo has comprado hace menos tiempo que
a nosotros? ¿Es acaso más interesante? ¡Si ni siquiera nos has visto por dentro
para comparar! ¡Qué ingratitud!”. Yo soy el primero en reconocer que un libro
está escrito con el único fin de que sea leído, y hasta puedo seguir
reconociendo que todo libro tiene algo que puede interesar a cualquier lector, hasta
del peor algo se aprende, suele decirse aunque en esto tengo mis serias dudas,
casi certezas de lo contrario después de llegar a mis manos alguna publicación
última. Pero la compra de un libro obedece a muy variadas razones. Unos son
exclusivamente de consulta; otros, la mayoría, se compran para saber que se
tienen en el momento en que se decide su lectura; y los menos, para leerlos de
inmediato por algún motivo especial o incluso profesional. Y más de un libro
del tercer grupo ha pasado al segundo por falta de tiempo o porque ese motivo
urgente ha terminado por dilatarse hasta posponer sine die su lectura. Y si
abundamos en ello, cada vez estoy más convencido de que hay libros y, si me
apuran, tipos de libros, que tienen una edad para leerse (¡aquellas obligadas
lecturas de infancia y adolescencia!), y la mayoría un momento del año, y que
pasados estos ya nos cuesta más esfuerzo emprender su lectura, o no se digiere
esta si las condiciones hubieran sido las idóneas. Pero estas razones ¿quién se
las puede explicar a mis descontentos libros? Hoy me he acercado a ellos y les
he dicho que en estos días voy a coger uno. A la media hora me grita mi mujer: “¡Ya
estamos otra vez! ¿qué les has hecho a los libros? En esta estantería hay tres
o cuatro peleándose a hoja partida y diciéndose unos a otros “yo el primero”.
¡Que los libros se peleen por su lectura, mientras los humanos se pelean por no
leer! El mundo definitivamente al revés. José López Romero.
RESEÑAS
La civilización del espectáculo
Mario Vargas Llosa.
Punto de lectura, 2012.
Su faceta como
novelista ha oscurecido un tanto su labor como finísimo crítico literario, con
una serie de trabajos que tiene en títulos como “García Márquez: historia de un
deicidio”, “La orgía perpetua” (un ensayo dedicado a Flaubert y su “Madame
Bovary”), o “La verdad de las mentiras” (magnífico repaso por las veinticinco
mejores novelas del siglo XX) excelentes ejemplos de su dedicación a la
literatura. Pero Vargas Llosa es mucho más que eso. Es sobre todo un hombre
preocupado por el mundo en el que le ha tocado vivir, y por ello concienciado
de que ningún problema le debe ser ajeno, y que aborda incansablemente en sus
artículos periodísticos. Y en relación con ello, tenemos “La civilización del
espectáculo”, un trabajo en el que critica la banalización de la cultura actual
que lejos de ser el motor y transformador de la sociedad, se ha convertido en
puro entretenimiento y diversión. Un libro muy recomendable en todos los
aspectos. J.L.R.
Viaje sentimental
Laurence Sterne.
Debolsillo, 2012.
Laurence Sterne está
indisolublemente unido a su gran novela “Vida y opiniones del caballero
Tristram Shandy” (buena edición en Cátedra, Letras Universales; aunque más
famosa es la traducción de Javier Marías, premio Fray Luis de León de
traducción de 1979). Y con el “Tristram Shandy” su no menos íntima relación con
el “Quijote”, del que se convirtió Sterne en uno de sus grandes seguidores
ingleses. El “Viaje sentimental” relata las experiencias vividas por el propio
Sterne cuando decide viajar por Francia e Italia en busca de climas más
templados para su maltrecha salud. Se respira en toda la obra esa fina ironía
tan característica de los novelistas ingleses del XVIII (Fielding, por ejemplo)
y que en Sterne es uno de sus rasgos más sobresalientes. A pesar de los recelos
de los británicos por el continente, el calificativo de la obra, “sentimental”,
define a la perfección el tono y la actitud de Sterne. Un libro para disfrutar.
J.L.R.
sábado, 15 de febrero de 2014
MALES
Salvando el natural rechazo que
produce el asunto, más cuando todos nos deseamos, sobre cualquier otra cosa,
salud… y un poquito de dinero, de siempre me ha gustado la palabra “males”
referida o como sinónimo de enfermedad. “Tiene males en la familia”, le oía a
mi madre cuando de compadecer a algún conocido o amigo se trataba. Pues bien,
al margen del gusto y el disgusto por las palabras, he detectado en los últimos
años dos enfermedades, dos males que afectan a buena parte de la población
española, uno por exceso y otro por defecto y que tienen a los libros como
causa primera y única. El primer mal, al que podríamos denominar “voluminosis”,
se presenta en aquellos individuos que suelen leer de forma compulsiva, devoran
libros y libros, sin que quede en ellos sedimento alguno de una lectura, que se
hace apresurada y falta de las condiciones mínimas para que esta vaya creando un
poso de conocimiento e información. Los libros se miden por cantidad, es decir,
por número de páginas por minuto, por volúmenes fagocitados por día. Y con ser
esta enfermedad de pronóstico reservado, la segunda no podemos por menos que
calificarla de grave. Consiste en una especie de repugnancia al formato libro.
Los individuos que la padecen sufren como mareos y vómitos con la sola visión
de un libro, y llegan al desmayo cuando se encuentran entre sus manos con un ejemplar
de una novela que encima tienen que leer. El rechazo a la letra impresa ha sido
desde los comienzos de aquel infernal invento de Gutenberg, una de las
enfermedades más extendidas en la población española, hasta el punto de que por
momentos, estos mismos que nos han tocado vivir, puede llegar a alcanzar la
categoría de epidemia. Muchos escolares confiesan sin pudor su aversión al
formato libro, a ese cúmulo de páginas encuadernadas que les obligan a leer en
los colegios, sin saber, como tampoco lo saben sus propios profesores, que es el
síntoma de una enfermedad. Y aunque soy partidario de la terapia de choque, en
este asunto aplico el concepto de las dietas: “la que es original, no es buena;
y la que es buena, no es original”. Por tanto, vida sana y buena educación.
José López Romero.
sábado, 8 de febrero de 2014
PROHIBICIÓN
El 9 de junio de 1765, el rey
Carlos III se sirvió “mandar prohibir absolutamente la representación de los
autos sacramentales, alegando ser los teatros lugares muy impropios y los
comediantes instrumentos indignos y desproporcionados para representar los
Sagrados misterios de que tratan”. La Real Orden de prohibición era el
resultado final de una campaña de acoso y derribo contra la representación de
estas piezas teatrales tan populares en el Barroco, que habían orquestado
escritores como Clavijo y Fajardo y Nicolás Fernández de Moratín emprendida
años antes. Con esta medida tomada por el rey ilustrado por excelencia, se inicia
una sucesión de prohibiciones a lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII
que llegaría hasta la primera década del siglo siguiente. Vayamos a los datos.
El 17 de marzo de 1788, reinando aún Carlos III, se prohíben las comedias de
magia en virtud de un auto expedido por el Juzgado de Protección de los Teatros;
el 28 de diciembre de 1799 la prohibición afecta a la ópera italiana; y finalmente, en 1800 se
prohíben las comedias de jaques y bandoleros. En el abigarrado y complejo mundo
teatral del siglo XVIII, donde se mezclan las tragedias y las comedias al gusto
neoclásico con los epígonos de un teatro barroco a veces reformado y, las más
de las veces, corrompido hasta lo irreconocible con tal de halagar el gusto de
la plebe, a lo que hay que añadir la ópera y sus derivados procedentes de
Italia; en este mundo, decimos, no es de extrañar que las voces intelectuales
más autorizadas intentaran y consiguieran poner coto a tanto despropósito y
hacer limpieza para aclarar el panorama teatral. Hoy, verbos como “prohibir” e
“imponer” no tienen precisamente buena prensa y concilian poco o nada con el
interés de un pueblo (ese “vulgo que gusta más de lo admirable que de lo
verosímil”), que ejerce su soberanía democrática como le viene en gana. Sin
embargo, cuando del dinero público se trata, quienes están encargados de
administrarlo deberían ser más cuidadosos con las subvenciones a espectáculos y
representaciones artísticas, porque tras la apariencia o excusa de “arte” se
esconden auténticos bodrios que ya ni por lo necio y grosero da gusto. La
penúltima: “Los amantes pasajeros” del inefable Almodóvar, mala hasta el
delirio. Con esto ni se pretende comparar la horrorosa película con los autos
sacramentales y ni mucho menos proponer su prohibición, pero no estaría de más
que la propia gente de la cultura, sobre todo la más beligerante con los
tiempos y las dificultades que ahora sufren y de las que tanto se quejan,
mostrara su desacuerdo con la asignación de subvenciones a películas de ínfima
calidad que en nada prestigia a nuestro cine, pero está claro que la sombra y
la influencia del más que irregular director manchego es demasiado alargada y
muy pocos, o nadie se atrevería a negarle o discutirle una suculenta
subvención. ¡Y para colmo, según señalan las estadísticas, “Los amantes
pasajeros” es la película española más taquillera del pasado año! “Father,
vengo de ver la última película de Almodóvar”, me acaba de decir mi hija. ¡Ea!
¿Y ahora cómo publico yo esto? José
López Romero.
sábado, 25 de enero de 2014
INGLESES
Francisco Rico (palabra de
Dios) comenta al inicio de su trabajo “Tiempos del Quijote” (dentro del tomo
del mismo título publicado en la editorial Acantilado) la escasa repercusión que tuvo en el pensamiento literario español del
XVII la novela cervantina, en contraste a la presencia entre los intelectuales
de Francia y, sobre todo, de Inglaterra, huella e influencia que se dejan ver
especialmente en las novelas de Fielding y en el “Tristran Shandy” de Laurence
Sterne. Y fruto de ese interés por Cervantes fue la edición que Lord John,
barón de Carteret, sufragó, y que Rico describe como “el más solvente y
suntuoso “Quijote” que hasta entonces se había visto, en cuatro soberbios tomos
impecablemente impresos en Londres por J. y R. Tonson, con pie de 1738” . Esta referencia que me
he permitido coger prestada del maestro Rico es una las muchas, infinitas, que
podemos aducir de ese permanente interés y sobre todo admiración que los dos
países, Inglaterra y España, han mantenido por sus respectivas culturas. De la
misma manera que con Cervantes, podríamos rastrear la inmensa influencia de
Shakespeare en la literatura española y, en general, del mundo anglosajón.
Admiración y respeto, influencia y convivencia que traspasan los amplios
límites de la cultura para dejarse notar en todos los ámbitos de la vida, y en
esto nuestra ciudad y nuestros vinos son un buen ejemplo de lo que decimos. Por
eso, no podemos por menos que lamentarnos de los bochornosos comentarios que algunos
diputados ingleses nos dedicaron hace unas semanas sobre el asunto de
Gibraltar. Diputados a los que, por cierto, se les notaba en las venillas de sus caras su
más que afición al sherry. Comentarios despectivos que no hacen más que
defender y amparar las trapacerías, engaños y abusos de Picardo, un rufián con
pinta de aquel “miles gloriosus” de Plauto, que hace honor a su apellido
procedente seguramente de la Picardía. José López Romero.
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